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25 de abril de 2013

Campanadas de la Historia (29) Recordando Krasny Bor


1. Recordando Krasny Bor

"En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra"

"...la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable."

Un lúcido como pocos artículo de Arturo Pérez Reverte en XLSemanal nos recuerda una fecha de la que no nos habíamos percatado, el 70º aniversario de la batalla de Krasny Bor, y nos habla de lo peor de nuestro carácter nacional conservado a lo largo de los siglos, de Goya como su pintor maestro y de una Historia ni buena ni mala sólo vibrante, terrible, injusta, apasionante Historia, válida para entender pasados, descifrar presentes y prever futuros. Y en la historia de España está la División Azul y su fiero combatir al lado de las tropas de Hitler, en las peores condiciones y en el peor teatro de guerra de la IIGM, el Ostfront en el que chocaron brutalmente los ejércitos rusos y alemanes. 

A rebufo del artículo del cartagenero entramos en profundidad en los terribles hechos de guerra y heroísmo sucedidos aquel 10 de febrero de 1943 cuando, a las afueras de Leningrado, unos 5.600 hombres de la División Azul hicieron frente a 44.000 soldados, casi un centenar de tanques y centenares de piezas de artillería del 55 Ejército de la Unión Soviética y evitaron la ruptura del frente a un alto precio de vidas. Un artículo de El Mundo nos relata la batalla en los recuerdos de y la contextualiza dentro de las intentonas soviéticas de romper el cerco de Leningrado.




Recordando Krasny Bor

Arturo Pérez Reverte XLSemanal - 22/4/2013

Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos, viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo: «Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga referencia.

Hace unas semanas hice un experimento. Se cumplían 70 años de la batalla de Krasny Bor, cerca de Leningrado, donde 5.000 españoles de la División Azul encajaron el ataque de dos divisiones soviéticas integradas por 44.000 hombres y 100 carros de combate: una compañía aniquilada, varias diezmadas, oficiales pidiendo fuego artillero sobre su propia posición por estar inundados de rusos. Abandonados a su suerte, durante todo el día pelearon como fieras, a la desesperada. Casi la mitad murieron o desaparecieron, pero frenaron a los rusos, les hicieron 10.000 bajas y obtuvieron de Hitler este comentario: «Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente indisciplinados». Y, bueno. Tales son los hechos y así los conté en la red social Twitter, donde recalo algunos domingos, añadiendo que entre los divisionarios no todos eran voluntarios falangistas, pues también había ex combatientes republicanos y gente que se alistó por hambre o para ayudar a algún familiar encarcelado o en desgracia. Añadí que la causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico: eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura admirable. «Quienes nos gobiernan deberían prestar atención a esas cosas -escribí-. La Historia ha probado mil veces que no hay nada más peligroso que un español acorralado». Lo interesante vino luego: tres mil opiniones de tuiteros. Yo había mencionado un hecho histórico, destacando un coraje y una tenacidad independientes de tiempos o ideologías. Algo que ocurrió y que está -debería estar- en los libros de Historia por las mismas razones que la toma de Tenochtilán, el saco de Roma o la liberación de París por los republicanos españoles de la Nueve. Y sin embargo, no pueden imaginar la que se lió en Twitter: los insultos y descalificaciones entre quienes discutían. Algunos me incluyeron, claro. Eso fue lo más revelador: ultraderechistas acusándome de rojo por haber calificado de infame la causa que la División Azul defendía en Rusia, y ultraizquierdistas acusándome de facha por hablar de la División Azul en vez de sepultarla en el negro olvido. Y entre unos y otros, docenas de tuiteros tirándose los trastos a la cabeza con argumentos ideológicos, orillando el hecho principal: el episodio histórico, su épica objetiva y su interesante consideración. La Historia, en fin, que no es buena ni mala, sino llave para comprender el pasado y el presente. Y a veces, para prever el futuro. Así que una vez más recordé las palabras de mi abuelo. Pensé en Goya. En ese cable suelto que los españoles llevamos sumergido en bilis en algún lugar del corazón. En ese rencor cainita, desaforado, siempre dispuesto a simplificar el mundo en un estúpido nosotros y ellos. En esa necesidad nuestra, no de vencer y convencer, sino de vencer y exterminar al vencido. Borrar hasta su huella. Fusilar al que levanta las manos, en vez de ofrecerle un pitillo y mirarlo a los ojos. Prueben a elogiar en público el valor de moros y cristianos en Las Navas, o el de republicanos y nacionales en El Ebro. Saltarán voces criticando la igualdad de trato, la falta de etiqueta diferencial, la ecuanimidad ante el valor y el sacrificio, como si éstos tuvieran que depender de ideologías para ser admirables. Nadie puede ser admirable si no pertenece a mi bando, es la lectura final. Esto repugna y entristece, porque no es de ahora. Pese a lo que afirman los tontos, no lo inventó Franco, ni la República: viajemos a la Dictadura, a las guerras carlistas, a Fernando VII, a la Inquisición. En pocos lugares de Europa hubo tanta saña y tanta vileza. Mientras en otros países -también en eso envidio a Inglaterra- la inteligencia o el valor del adversario son a menudo motivo de admiración y respeto, en España no hacen sino aumentar la envidia; la ira de quien, una vez dueño de la trinchera, remata la faena con toda clase de vejaciones introductorias al tiro en la nuca. Tiro que, por otra parte, aplica con más entusiasmo quien nunca corrió riesgos antes. Quien más lejos anduvo, durante el combate, del verdadero campo de batalla. 


2. Krasny Bor, la batalla más dura de la División Azul


Adolf Hitler se entrevista con Muñoz Grandes, a cuyo mando estaba la División Azul.

"Fuimos a luchar contra el comunismo, no contra los rusos", afirma Juan Serrano Mannara, veterano granadero del 262º regimiento 'Pimentel'. Estuvo hasta 1944 en la Unión Soviética, pero no combatió en Krasny Bor. Siete décadas después, apenas quedan algo más de 400 veteranos de los 45.000 hombres que lucharon en la División Azul. Y de aquel pueblo a las afueras de San Petersburgo, la antigua Leningrado, quedan muchos menos: hubo 3.645 bajas y 300 capturados en la batalla, un millar de ellos muertos sólo el primer día.

En Leningrado murieron más de un millón de civiles durante los 900 días que duró el asedio de la Wehrmacht, según algunos estudios, aunque las fuentes oficiales rusas calculan algo menos de 700.000, sin contar la marcha de refugiados. El ejército alemán llegó a las puertas de la ciudad en septiembre de 1941 y no fue expulsado hasta 1944. Sin embargo, lo más duro tuvo lugar hasta enero de 1943: fue cercada al sur por los alemanes y al norte por los finlandeses para dejarles morir de hambre y frío por orden de Hitler. El único corredor para hacer llegar comida y combustible a la ciudad era el congelado lago Ladoga, el 'camino de la vida'.

La 250. Einheit spanischer Freiwilliger llegaría al sector de Krasny Bor en otoño de 1942. En enero del siguiente año, mientras caía el kessel alemán de Stalingrado, el ejército soviético logró conquistar un pequeño corredor por tierra hasta Leningrado. La operación 'Estrella Polar', continuación de la 'operación Chispa', debía ampliar este camino y romper rápidamente las líneas de la División Azul para envolver al 18 Ejército alemán. La 'Blau division' lo evitó.

La batalla de las cruces de hierro

"El que diga que no tiene miedo, miente. Una cosa es miedo, otra es terror, y otra cosa es decir 'voy porque tengo que hacer eso y me pongo a hacerlo'", afirma sin albergar ninguna duda Luis Gallego, sargento de Ingenieros en el Radio Grupo de Telecomunicaciones. Como Serrano Mannara, no estuvo en Krasny Bor, pero sus experiencias, materializadas en heridas de guerra, ilustran aquellos tiempos.

En septiembre de 1942, unas ráfagas le pillaron "como pudieron pillar a otro" y quedó atrapado entre dos líneas. Volvió a España con tres operaciones, dos de ellas sin anestesia. "Unos me agarraron de los brazos, de los pies otros, me pusieron de espaldas para dar el corte, y de anestesia... pues una toalla", recuerda.

Fue unos meses antes de Krasny Bor. Pasadas las seis de la mañana de aquel 10 de febrero de 1943, la artillería soviética comenzó su descarga sobre las posiciones del regimiento 262 de la División Azul. No pararía hasta un par de horas después. Acto seguido, cuatro divisiones del Ejército Rojo, acompañadas por carros KV-1 y T-34, se lanzaron sobre las castigadas líneas españolas.

El objetivo soviético era romper el frente en poco tiempo y envolver a los alemanes. El invierno en Leningrado es muy frío y anochece prontísimo. Sin embargo, la Stavka fracasó: el barrizal provocado por el fuego artillero sobre la nieve atrapó a los carros de combate y los supervivientes del regimiento opusieron una fiera resistencia hasta el final.

Los soldados españoles se reagruparon como pudieron para defenderse, incluso se desplegaron en los cráteres abiertos por la artillería rusa. Entre las hazañas que se recuerdan está, por ejemplo, la del divisionario al que explotó la mina que colocó en un carro pesado.


A pesar del ataque, dos divisiones alemanas situadas en el flanco derecho de la División Azul no acudieron al rescate porque esperaban un ataque que nunca tuvo lugar. Entre ellas estaba la 4 Polizei Division de las Waffen SS. Pasado el mediodía, el Ejército Rojo logró romper las líneas por tres zonas y tomar casi entera Krasny Bor. Sin embargo, los restos de la División Azul aún resistían al sureste del pueblo y en los aledaños del río Ishora.

Aunque las tropas soviéticas lograron penetrar tres kilómetros, su cuartel general ordenó parar el avance al anochecer. Los alemanes habían enviado refuerzos y la rotura del frente era inviable tan tarde. El Ejército Rojo había tomado Krasny Bor, pero fue una victoria pírrica. Los 11.000 fallecidos en la operación 'Estrella Polar' se sumaría al millón de soldados soviéticos muertos en toda la batalla de Leningrado y el frente seguiría estable un año más.

A 3.000 kilómetros de casa

Un rótulo colgado en la Fundación División Azul recuerda a sus 4.954 fallecidos y 12.000 bajas durante la campaña del Este. En su local hay museo con recuerdos de la guerra, como una bandera soviética capturada en los campos de batalla. Allí se reúnen aún los veteranos.

¿Qué empujo a aquellos hombres a ir a luchar bajo las órdenes alemanas a 3.000 kilómetros de su país? "En la División Azul, cada hombre era un mundo. Había falangistas, aventureros, militares, simpatizantes de los alemanes o gente que necesitaba el dinero en la posguerra", explican en la Fundación.


Con el 'Marca', cualquier información se recibía con entusiasmo en la helada estepa.



"A mí tío lo mataron en la guerra. Mi padre estuvo en la cárcel. A mi tía la echaron de donde trabajaba y la metieron en la cárcel..." recuerda Juan Serrano Mannara, falangista como Luis Gallego.



Este granadero se alistó por primera vez con 15 años. Para ello mintió en casa, donde vestido de pantalón corto dijo que iba a un campamento; y al propio Ejército, donde enseñó la partida de nacimiento de su hermano. Le pillaron en Alemania, pero regresó a filas cuando cumplió 17 años.



Visitó el Palacio de Catalina en Puskhin, pero no fue a un campamento de verano, fue al frente más duro de la historia. "Si vas a la guerra tienes que matar para que no te maten", advierte tras recordar cómo fue herido por la metralla tras estar su compañía tres días rodeada. "Llegamos al cuerpo a cuerpo. El primer día, no sé si por miedo o nervios, no pude poner la bayoneta en el mosquetón, te defendías como podías", rememora.

Esto fue en enero de 1944. La División Azul fue disuelta en otoño del año anterior por la presión de los Aliados a España, pero Juan Serrano Mannara se apuntó con otros voluntarios a la Legión Azul. Unas semanas después de ser herido fue disuelta.

'Eran hombres'

Luis Gallego, falangista y militar de carrera, combatió en el lago Ilmen en el invierno más frío de los últimos cuatro siglos. Estuvo en el batallón de choque 250, 'la tía Bernarda'. "Entre nosotros, lo llamábamos la tía Bernarda... porque era el coño de la tía Bernarda. Donde había follones ahí íbamos. Cubríamos bajas", apunta. Una vez tenía que escoltar a 15 prisioneros cuando fue sorprendido por la aviación soviética. "Me dejaron como los hijos de don Crispín, descalzo y sin paraguas", recuerda con humor. Pasado el ataque, los 15 prisioneros regresaron a su vera.

"Cogí lo que me habían mandado de aguinaldo de España y lo repartí entre ellos", añade. "Antes que nada, antes que rusos o comunistas, eran hombres. "Ni religión, ni no religión, ni carácter ni nada. ¿Te gustaría que te lo hicieran a ti? Pues no lo hagas tú", sentencia.

Los voluntarios españoles bromean con una enfermera alemana.

Estos veteranos han regresado un puñado de veces a Rusia, donde han sido recibidos "maravillosamente" por quienes eran entonces unos niños. "Nunca hicimos nada a los civiles, dormimos en sus casas, compartíamos la comida", afirma Serrano Mannara. "Los alemanes eran distintos... les echaban fuera en invierno".

"Eso se lleva en el corazón. Lo que es el ser humano..." reflexiona Gallego. "Los rusos nos querían mucho, no era la cosa de Alemania, del alemán", añade antes de reconocer que hubo algunos españoles que no se comportaron como soldados. "Se consideraban héroes y les tiraban la comida o les daban cuchilladas", critica al recordar sus maltratos a los prisioneros.

Entre tanto torbellino de emociones, algunos divisionarios se enamoraron de chicas rusas en el frente, pero al volver a España fueron separados de ellas en Hendaya, frontera aún ocupada por los alemanes. Algunas parejas no se verían nunca más. "En aquella época las chicas -rusas- eran como las de aquí, normales y corrientes. Uno se casó con una, desertó y puso una peluquería en Riga. Hasta que lo cogieron y lo volvieron a llevar al frente", recuerda con gracia Serrano Mannara.

Paradojas de la guerra, los veteranos de la División Azul pasaron de ser héroes a ser olvidados. La primera vez que Juan Serrano Mannara regresó del 'Ostfront' a España, en 1942, recuerda que fue recibido con orquesta de música y una misa. La última vez, en 1944, tras cambiar Franco de bando, les dejaron en San Sebastián para que se buscasen la vida. "Al llegar aquí todavía tenía las heridas abiertas. Fui al hospital militar Gómez Ulla a que me las curasen, pero no me las curaron porque no eramos militares".

Paradojas de la guerra, cuando volvió a Rusia a principios de los noventa y vio la pobreza tras la disolución de la URSS, este divisionario llegó a pensar que "vivían mejor cuando estaban los comunistas que ahora".