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29 de octubre de 2018

Estupor y Temblores (63) Bolsonaro, o el horror


Ganó Bolsonaro las presidenciales de Brasil y un escalofrío nos recorre el espinazo. Su elección confirma las encuestas previas y también que la realidad siempre puede ir a peor, a mucho peor. 

Por la geopolítica del mundo campa el populismo neofascista encumbrando como gobernantes a auténticos despojos morales cada vez en más países, cada vez más poderosos. Desde los Estados Unidos de Trump, la China de Xi Jinping, la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan, la Italia del ministro Salvini, la Hungría de Viktor Orban o las Filipinas del demente Duterte, entre otros (en Francia Marine Le Pen y en España Pablo Casado andan amenazando), el fascismo de nuevo cuño se extiende por todas partes. De los países de Oriente Medio ni hablamos. Y ahora, ay, el gigante latinoamericano Brasil y el infame Jair Bolsonaro.

Racista, homófobo, machista (todo en grado sumo), nostálgico de la dictadura militar que atormentó el país entre 1964 y 1985, a la que sólo reprocha haber asesinado poco aunque 
torturado mucho, este apóstol del odio ha sabido capitalizar el hartazgo de los brasileños con la mala situación de la economía, la inseguridad y las corruptelas del PT, que gobernó 13 de los últimos 15 años.

Ha contado con el apoyo de los grandes poderes fácticos del país, el lobby agropecuario, la Iglesia evangelista y el Ejército, las tristemente célebres 3B (Bueyes, Biblias y balas) son los tres sectores ultraconservadores brasileños que culminaron una larga carrera para llevar a la presidencia a Bolsonaro. Siguieron el ya recurrente lema nacionalpopulista, “Brasil por encima de todos y Dios por encima de todo”. 

Y lo ha conseguido a través de una campaña mayormente digital basada en la calumnia y desinformación ha hecho creer a casi 58 millones de brasileños que él podrá acabar con la delincuencia y la corrupción sistémicas que arrastra el país desde hace décadas, así como salir de la crisis con un paquete de reformas de corte neoliberal.



De primeras Bolsonaro ya ha prometido reducir la edad penal a los 16 años (aunque en principio propuso 12), incrementar la lucha contra los ecologistas y el movimiento indígena, ampliar la superficie cultivable de la Amazonia (es decir, destruirla a mayor ritmo) para mayor beneficio del agronegocio. 

También ha nombrado al ultraliberal Paulo Guedes como superministro económico para privatizar todas las empresas estatales (Petrobras y Banco de Brasil incluidas), ha prometido proteger a los policías que maten con y sin razón, tipificar como terrorismo las protestas de sindicatos agrarios, abandonar el Acuerdo de París Contra el Cambio Climático (como Donald Trump) y ha expresado su deseo de militarizar la enseñanza para lo que ha nombrado a un general como nuevo Ministro de Educación, además de tratar prohibir la enseñanza de ideas progresistas como la igualdad de género o el feminismo. Y con todo este delirio ha llegado una auténtica fractura social que ha partido el país en dos. Y lo que queda. 


En fin, llegan malos tiempos para Brasil, malos tiempos para la Amazonia, malos tiempos para todos. En 1941 el escritor austríaco Stefan Zweig huía a Brasil escapando del nazismo que se extendía por Europa. Al año siguiente acabaría suicidándose con su mujer en Petrópolis, pensando que el fascismo se extendería por el mundo. Hoy su predicción está más cerca que nunca de cumplirse, hoy Zweig no sabría donde huir.

Brasil: Bueyes, Biblias y balas

Bosonaro, exmilitar, nostálgico de la dictadura de hace tres décadas, fue llevado al poder por los sesenta millones de votos de un electorado deseoso de orden y moralidad. Hace apenas dos años, las encuestas daban un cuatro por ciento de voto a Jair Bolsonaro. Un año después llegó a ser presidente de Brasil. El reportaje analiza cómo este capitán del ejército, retirado desde finales de los ochenta ha llegado al poder. Más de cuarenta millones de seguidores evangélicos votaron por Bolsonaro por sus mismos valores, sobre la seguridad y la familia. Junto a los evangélicos y los militares, un tercer grupo de influencia colaboró para situar a Bolsonaro en lo más alto. La potente industria agraria y ganadera brasileña ha comenzado a alimentar la fiebre expansionista. Con prácticamente la mitad de las tierras productivas en sus manos y con más de doscientos millones de cabezas de ganado, los latifundistas ven ahora con Bolsonaro su oportunidad para aumentar la explotación de recursos de la selva amazónica.