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8 de enero de 2021

Estupor y Temblores (72) El asalto al Capitolio



“Pensaba que Trump era una amenaza existencial para Estados Unidos, y ha sido 100 veces peor de lo que me temía” Grant Woods, ex fiscal general de Arizona y ex-jefe de Gabinete de McCain


El pasado 6 de enero se concentraron a la puerta del Capitolio en Washington, sede de la soberanía popular de la más antigua democracia del mundo, una recua de trumpistas acérrimos, filofascistas, fundamentalistas cristianos, conspiracionistas de QAnon y supremacistas blancos. El propio Donald Trump los había concentrado allí el mismo día en el que se iba a certificar en el Congreso la victoria de Joe Biden en las elecciones. Tal y como han señalado numerosos analistas, este asalto al Capitolio puede suponer un punto de inflexión en la estrategia y la acción de las extremas derechas de todo el mundo.

Si algo nos recuerda, una vez más, el asalto al Capitolio de las hordas trumpistas es que las palabras nunca se dicen en vano. Donald Trump lleva meses clamando contra la legitimidad de las elecciones del pasado mes de noviembre (incluso antes de que se celebraran), difundiendo la idea de el Partido Demócrata y las "élites" les habían "robado las elecciones", tachando de ilegítimo al gobierno de Biden, dando pábulo a teorías conspirativas...y al final las mentiras han calado entre sus seguidores. 

Si 2020 ya fue un año saturado de acontecimientos impensables, este 2021 ha arrancado con un sobresalto político cuyos efectos no seremos capaces de calibrar hasta dentro de unos años. Joe Biden, el presidente electo de los Estados Unidos, se verá obligado a lidiar con una sociedad polarizada como nunca y una extrema derecha desatada, que también ha tomado al asalto al partido republicano.


Lo que sucedió en el Capitolio plantea otra cuestión de gran calado sobre la naturaleza y el funcionamiento de las instituciones y las fuerzas de seguridad estadounidenses. Resulta difícilmente comprensible cómo, en un país en el que la policía se caracteriza por ser muy fácil de gatillo en las situaciones más inofensivas, una turba de insurrectos fuera capaz de tomar la sede de la soberanía popular sin esfuerzo e incluso con la anuencia de algunos de los policías del Capitolio.

Estados Unidos lleva varios meses sumido en episodios de tensión y protestas generadas por el movimiento Black Lives Matter, siempre duramente reprimido por la policía, y los supremacistas blancos que se oponen a ellos. Basta ver dos imágenes para comprobar el diferente trato que reciben de la policía los manifestantes antirracistas y las protestas de extrema derecha. 

De lo que se trata es de saber hasta qué punto estos movimientos filofascistas y supremacistas blancos cosechan simpatías entre los agentes de policía y los militares estadounidenses. No en vano, una de las cuatro manifestantes muertas en el asalto era Ashli Babbitt, una soldado retirada de la Fuerza Aérea que estuvo destinada en Afganistán y en Irak. 

Desde los primeros momentos se sospechó que los asaltantes pudieron tener ayuda desde el interior del Capitolio, tanto por parte de miembros de las fuerzas de seguridad como de congresistas republicanos. La cuestión está siendo investigada, pero no sería muy sorprendente conocer que la agenda ultraderechista de Trump haya llegado a infiltrarse en el mismo núcleo del Estado.

Cuando empezaron a circular las imágenes del asalto del Capitolio, todo el mundo quedó en vilo, expectante ante un acontecimiento insólito, imprevisible y, en cierto modo, también impensable. Por mucho que Trump haya sido un presidente estrambótico, con pensamiento y maneras sobradamente autoritarias y ningún respeto por las reglas del juego democrático, no parecía posible que en el país que presume de ser la democracia más antigua y asentada del mundo pudiésemos a ver algo así. 

Pero fue posible y lo vimos, lo cual es clarísima prueba de lo frágiles e imperfectos que son siempre los pilares de un sistema democrático que, mal que bien, respeta las libertades de los ciudadanos y no debería regirse por la voluntad única de un déspota ni por los caprichos de una masa enfurecida.

Porque, ¿quiénes eran esas miles de personas que se congregaron para tomar el Capitolio por asalto?, ¿pertenecen todos al Partido Republicano?, ¿qué piensan?, ¿son todos lo mismo?, ¿estaban coordinados?

Por lo que se ha podido saber, los asaltantes conforman más bien un variado catálogo de grupúsculos políticos y religiosos antes que un movimiento único y organizado. Esa es la relativa ventaja que tendrá a su favor el demócrata Joe Biden, presidente de Estados Unidos desde el 20 de enero. 

El día de su toma de posesión, y los previos, se desplegó en Washington un desproporcionado dispositivo militar y policial para evitar nuevas intentonas insurreccionales de los trumpistas. Ese clima de amenaza e incertidumbre es muy parecido al que deberán afrontar el tándem Biden-Harris en su ciclópea tarea de gobernar un país cada vez más dividido, cada vez más enfrentado, en medio de una pandemia que ya ha matado a más de 400.000 estadounidense y sumido al país en una enorme crisis económica que se ha llevado por delante millones de empleos. Desde este blog les deseamos la mejor de las suertes. Los problemas siguen pero al menos la pesadilla naranja ha terminado. 

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