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26 de febrero de 2021

Estupor y Temblores (74) Brasil, Bolsonaro y la COVID-19, un desastre anunciado


"Todo ahora es pandemia, hay que acabar con eso. Lamento los muertos, los lamento. Todos nos vamos a morir algún día, aquí todos van a morir. No sirve de nada huir de eso, huir de la realidad. Tienen que dejar de ser un país de maricas" Jair Bolsonaro

Votar a un sociópata para ocupar el poder conlleva sus riesgos y si no que se lo pregunten a los brasileños. Los casi 58 millones de votos que Jair Bolsonaro sacó en las elecciones de 2018, tal vez condicionados en su momento por un hartazgo con la clase política y un profundo malestar con las enormes desigualdades sociales, están saliéndoles muy caros a los brasileños. 

Desde el comienzo de la pandemia mundial, hace ahora un año, el presidente carioca no ha dejado de tener una actuación irresponsable y homicida, con un negacionismo recalcitrante del que presumía, despreciando la enfermedad, burlándose de las vacunas y de quienes las necesitaran e incluso promocionando remedios supuestamente milagrosos sin validez científica como la cloroquina, lo cual parece que, afortunadamente, puede traerle problemas legales, como comentaremos más abajo. 

Porque la mentira también mata, sobre todo en medio de una pandemia y más cuando se perpetra desde el poder. Esto es lo que le reprocha al presidente brasileño la campaña "La verdad desnuda", impulsada por Reporteros sin Fronteras. Los activistas llaman precisamente a mostrar "la verdad desnuda, la realidad de los hechos más allá de acusaciones disparatadas o manipuladoras", una manera simbólica de colocar frente a la realidad de los hechos al presidente Bolsonaro.

En Brasil, el tercer país del mundo (y el primero en América latina) más afectado por la pandemia con casi 11 millones de infectados y más de 260.000 muertos por Covid-19, su presidente culpa a la prensa de todos los males del país (fake news también para él) para desentenderse de su nefasta gestión de la enfermedad. Su principal objetivo ha sido sacarse de encima la responsabilidad de la crisis y trasladarla a los gobernadores, alcaldes y otras instituciones, como el Supremo Tribunal Federal.

"El trabajo de los periodistas es fundamental para dar a conocer los hechos y para informar a la ciudadanía sobre la realidad de la crisis sanitaria. El derecho a la información, estrechamente vinculado al derecho a la salud, debe ser defendido más que nunca en Brasil”, ha explicado Christophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. Brasil ocupa el puesto 107 entre 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa que elabora dicha organización.

¿Negligencia o genocidio?

Jair Bolsonaro nunca ha ocultado el desprecio que siente hacia los pueblos indígenas que viven en el Amazonas brasileño. Para él el único interés de la mayor selva del planeta se reduce a su madera y otros recursos naturales que generen beneficio económico. 

El cuidado medioambiental y el respeto a los pueblos que habitan en la zona desde hace siglos no tienen para él la menor importancia (el año pasado dijo que "el indio estaba evolucionando, que era cada vez más un ser humano como nosotros") y desearía poder acabar con esos incordios para explotar el Amazonas sin polémicas, ni cortapisas legales ni activistas medioambientales tocapelotas. 

En ese sentido, la covid-19 ha sido una gran aliada de la genocida estrategia del presidente lo que le ha generado una cascada de críticas nacionales e internacionales, siendo su Gobierno ha sido acusado de llevar a cabo una "estrategia institucional para la propagación del coronavirus".

La pandemia ha golpeado muy duro entre los pueblos indígenas, según datos de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), más de 600 han muerto y al menos 22.000 han sido contagiados. Esta organización ha denunciado un genocidio debido a la omisión del gobierno de Bolsonaro. Según leemos en Survival International (y esta gente sabe de lo que habla) y con datos actualizados de febrero de este año "la organización indígena APIB ha confirmado que 962 indígenas han muerto por el virus en Brasil, mientras que 48.405 han dado positivo en test de contagio. En enero, diez niños murieron solo en dos comunidades yanomamis. 

Según las cifras de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (COIAB), las tasas de mortalidad e infección entre los indígenas de la región amazónica son escalofriantes: mueren un 58% más indígenas que población general por coronavirus, mientras que el contagio es un 68% superior."

Para intentar ponerle remedio a esta situación, el pasado mes de agosto la Corte Suprema de Brasil ratificó por unanimidad instar al gobierno su obligación de proteger de la pandemia a las comunidades indígenas. Por ello sancionó en julio del año pasado un ley que fue aprobada por el Congreso que ya preveía medidas para prevenir la diseminación del virus en territorios indígenas. 

Sin embargo, el líder ultraderechista hizo gala de su proverbial perversidad vetando varios artículos del texto, entre ellos el que buscaba asegurar el acceso a agua potable y la distribución gratuita de material de higiene y desinfección entre las comunidades indígenas.  También rechazó la puesta a disposición, con carácter de urgencia, de camas en hospitales y unidades de terapia intensiva a los indígenas, así como la adquisición o facilitación de respiradores para ellos, la elaboración de material informativo sobre el patógeno y la instalación de puntos de internet en las aldeas.

Hace pocos días falleció por coronavirus Amoim Aruká, el último superviviente de la tribu amazónica de los Juma, otra cultura que desaparece de la faz de la Tierra, qué gran tragedia... Probablemente Bolsonaro habrá emitido una macabra risotada al enterarse.

"Estos pueblos están amenazados por el expolio y por la minería, la covid-19 ha llegado a través e los mineros y no se ha hecho nada para evitarlo. El presidente no se está preocupando por los muertos de Brasil porque están muriendo los negros y los indígenas, amenazados todos por una enfermedad traída de fuera y de la que no reciben información",
ha dicho la líder indígena Fernanda Kaingáng.

La necesidad de oxígeno en los hospitales de Manaos, la capital del estado brasileño de Amazonas, es extrema. Los tubos llegan con retraso y los médicos no tienen forma de asistir a los enfermos de coronavirus que necesitan respirar para superar al virus. En los últimos días, la escasez de oxígeno ha acabado con la vida de varios pacientes, lo que ha llevado a los propios hospitales a racionarlos.

Ante esta situación, son los propios familiares de los ingresados por COVID-19 los que intentan hacerse con el oxigeno como y donde pueden soportando largas colas. Y no solo para aquellos que se encuentran hospitalizados, también para tratar a otros enfermos que necesitan el respirador.


Para entrar en profundidad en el tema publicamos dos breves pero estupendos vídeos de ARTE.tv. En el primero, de la sección "El revés de los mapas" y hecho durante el confinamiento, el realizador franco-brasileño Aurélien Francesco Barros nos explica cómo fue la desastrosa respuesta inicial a la pandemia del presidente y cómo ésta se cebó con los territorios y clases sociales más desfavorecidas. En el segundo, profundizará en cómo la pandemia se cebó en las clases sociales y territorios más desfavorecidos y cómo acentuó algunas de las flagrantes desigualdades y carencias que asolan el país.
 
Covid-19, una lección de geopolítica (El revés de los mapas, 2020) (Contraseña para ver el vídeo: Roybean)



Brasil, el COVID-19 divide al país (ARTE - Karen Naundorf, 2020)

 
Después, otra mirada, otro reportaje, esta vez de Informe Semanal y también de 10 minutos, nos mostraba cómo iba afrontado el país en junio de 2020 esa gripezinha de la que se reía Bolsonaro. Recordemos por cierto que hasta Twitter ha llegado a borrar tweets suyos (como hizo con su admirado Donald Trump, ese otro estercolero humano) por ir en contra de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. 

Por cierto, hace poco, a mediados de febrero de este año, supimos que el Tribunal Supremo de Brasil pidió a la Fiscalía investigar a Bolsonaro por la insensatez de promover cloroquina para tratar el covid, más que nada porque lejos de ser indicada contra la Covi-19 puede ser de hecho perjudicial. Veremos en qué queda todo pero sería demasiado bonito que el gran bufón brasileiro empezara a pagar por todo el mal causado a su propio país. 



Para finalizar, y si tienen ganas de más (el Juez Roy Bean siempre tiene) un estupendo reportaje en profundidad publicado el pasado mes de mayo en la revista 5W nos muestra, a través de algunas fotografías comentadas del fotoperiodista Felipe Dana, los fatales efectos que ha tenido la desinformación emanada desde el poder en la amazónica ciudad de Manaos, una de las poblaciones más castigadas por esta pandemia coronavírica que está zarandeando nuestro mundo. Vean, lean y estremézcanse. 

Brasil: Muertes entre la negación y la desinformación 

Estos son los efectos de la pandemia en Manaos, donde reinan el negacionismo y la confusión por los mensajes de los líderes políticos 


Llamó “gripezinha” al coronavirus. Dijo que los brasileños tienen “los anticuerpos” para evitar que se propague. Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la COVID-19 como una pandemia, la actitud pública y la gestión del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, han encadenado polémicas: la destitución del ministro de Salud y casi inmediata dimisión de su sucesor, su insistencia en usar la hidroxicloroquina pese a los estudios que apuntan a su falta de eficacia y posibles efectos secundarios, sus ataques contra los gobernadores locales que sí decretaron medidas como la cuarentena o el aislamiento social...

Mientras todo esto ocurría, los casos y los muertos aumentaban. Brasil se ha convertido ya en uno de los países del mundo con más fallecidos: unos 26.000, según los datos oficiales. ¿Pero son datos reales? El fotoperiodista de Associated Press Felipe Dana (Río de Janeiro, 1985) y la reportera Renata Brito (Londres, 1991) llevan semanas documentando los efectos que la COVID-19 está teniendo en Manaos, uno de los lugares más afectados por la pandemia en Brasil. Allí se descubren los efectos —en forma de más muertos— de la desinformación, los mensajes contradictorios de los líderes políticos y la negación.

Manaos es la capital del estado de Amazonas, una región al norte de Brasil con la mayor tasa de fallecidos per cápita de todo el país. Más de 2.000 personas han muerto hasta la fecha por coronavirus en esa región, aunque la falta de test hace imposible determinar la cifra real, que se estima muy superior. El número de muertos en Manaos en abril y mayo casi ha triplicado los datos habituales.

El negacionismo de buena parte de la población también influye en la dificultad de cálculo. Más del 65% de la población votó aquí por Bolsonaro en las últimas elecciones. Por eso, si el presidente sale en la televisión diciendo que el virus es en realidad una gripe por la que no merece la pena paralizar la actividad laboral, la gente lo cree. “Estamos hablando de personas que necesitan de su trabajo para el día a día, que necesitan trabajar hoy para tener algo que comer mañana”, explica Dana.

Justo antes de viajar a su Brasil natal, Dana estuvo dos meses documentando los efectos de la pandemia en España. Las diferencias que ha encontrado entre ambos contextos, dice, son notables. “En España el confinamiento era total, pero en Brasil, sobre todo en la zona de Manaos, la gente está en la calle sin mascarillas ni distancia de seguridad, y muchos bares y comercios están abiertos”. Otra diferencia: Dana hizo estas fotografías en Brasil porque logró acceso, pero cree que en España se ha intentado esconder lo que está pasando. “Si lo que está pasando es chocante, hay que mostrarlo; la gente tiene derecho a saberlo”, sostiene.

A través de varias fotografías comentadas por el mismo Dana, recorremos las contradicciones de la pandemia en Brasil y su traducción en sufrimiento y muerte.

Las personas que transportan el féretro son miembros de SOS Funeral, un servicio municipal que ofrece servicios funerarios gratuitos a las personas que no tienen recursos para costear un entierro. En circunstancias normales comprueban el estado financiero de la persona, pero durante la pandemia no hay tiempo ni recursos logísticos, así que están atendiendo a todos los que llaman.

Para mí esta imagen es muy representativa de lo que es Manaos: un espacio ubicado en el interior de la Amazonia y rodeado por el río Amazonas y el río Negro. Buena parte de la población de la zona son ribeirinhos, personas que viven en pueblos pequeños en la ribera de los ríos a los que se accede con dificultad. En este caso era una anciana de 86 años que había presentado síntomas de COVID-19. Me gusta esta foto también porque refleja algo que no estamos acostumbrados a ver: que el virus ha conseguido llegar incluso a sitios a los que solo se puede acceder con embarcaciones de este tipo.

Me ha sorprendido la amabilidad de la gente para dejarnos acceder con estos equipos al interior de las casas. Son momentos difíciles para las familias y entendería que no quisieran a reporteros allí, pero aquí la gente es muy abierta. Casi todo el mundo me abría sus puertas y me dejaba trabajar.

Algo que me ha llamado la atención es que la mayoría de la gente se apresuraba a decir que lo que había ocurrido con su familiar no era un caso de COVID-19. Decían que ya era muy mayor, o que tenía alzheimer, o cáncer. Pero entonces empezaban a hablar de síntomas como fiebre alta o problemas respiratorios: una descripción perfecta del coronavirus. En cualquier caso, el médico que firmó su certificado de fallecimiento no llegó a ver a este paciente antes de determinar que la causa de la muerte había sido por “parada cardiorrespiratoria”.

Eliete das Graças, la mujer que aparece en la fotografía, es una persona que tiene mucho contacto con la realidad, que trabaja ayudando a personas pobres, pero se negaba a admitir que su padre había muerto por COVID-19.

Pensaba que podría hacer un velatorio en casa para darle una despedida digna, pero este tipo de actos se han prohibido por la pandemia. “Una persona ya ni puede morir con dignidad”, nos dijo entre lágrimas. “¡Pasará la noche en un congelador cuando podríamos estar velándolo en casa!”. Es otro de los motivos por los que mucha gente oculta la presencia del coronavirus: creen que las normas solo se aplican a sus víctimas.

Esta fotografía está tomada un domingo por la noche en un barrio pobre de Manaos. La gente se agolpaba en el bar sin ningún tipo de distancia de seguridad. Intenté comprar una botella de agua allí y casi no podía entrar. Aparte del hombre que está jugando a las cartas y la lleva en la barbilla, creo que yo era la única persona con mascarilla.

No tienen miedo. Una de las personas me dijo: “Si nos toca morir, nos toca morir”. Muchos confían en lo que les dice el presidente, que sale por la televisión quitando hierro a la situación.

No es así en todas partes, pero en barrios humildes como este no hay ningún tipo de control. Aunque no hay decretado un confinamiento oficial, este bar, por ejemplo, no debería estar abierto. En el centro de la ciudad, quizá por la imagen pública, sí se controla más y los establecimientos están cerrados.

También he acompañado al servicio de emergencias. En esta imagen están trasladando a un anciano con síntomas de COVID-19 que estaba muy enfermo.

El personal sanitario me comentaba que la gente espera al último momento para llamarlos, porque existe la creencia de que el virus está en los hospitales. Hay personas enfermas en casa que ni se plantean que puedan tener coronavirus y que no quieren ir al hospital por miedo a infectarse allí. Por eso la cifra de muertes en casa es tan elevada: cuando el servicio de emergencias llega, ya es demasiado tarde.

Esta es una imagen hecha con dron en Educandos, uno de los barrios de Manaos. Muestra bien el tipo de viviendas humildes que existen en estas zonas.

El virus llegó a esta región en plena época de lluvias, según las autoridades sanitarias. La particularidad de la zona es que es remota e internacional a la vez. Remota porque solo una precaria carretera conecta la ciudad con el resto del país y para acceder a pueblos aledaños son necesarios viajes en barco que duran horas. Internacional porque sus paisajes atraen cada año barcos llenos de turistas y su espacio de zona franca hace lo mismo con empresarios.

El primer caso mortal de la zona por COVID-19 se registró el 25 de marzo, y desde entonces la cifra no ha dejado de aumentar. Sin embargo, la falta de test ha provocado que solo el 6,5% de los más de 4.500 fallecidos entre abril y mayo hayan sido confirmado como casos de coronavirus.

Este es otro caso de una persona fallecida en casa. Tenía cáncer desde hacía años y los familiares me contaban que en los últimos días había tenido una gripe, pero insistían en que no era COVID-19. Estaba en una habitación muy pequeña y los familiares y amigos tuvieron que ayudar a sacarlo por la ventana.

Hay otro problema en la ciudad del que todo el mundo es consciente porque sale constantemente en la televisión: la saturación de los cementerios. Hay una decena en Manaos, pero solo uno público, el Nossa Senhora Aparecida, tiene aún espacio. En el resto se requiere tener una sepultura familiar ya comprada.

Pero el espacio en el público también es limitado y empezaron a recibir tantos fallecidos que no les daba tiempo a enterrarlos uno a uno. Empezaron a construir fosas comunes, una especie de cuevas horadadas con excavadoras para colocar unos cinco ataúdes juntos. En un momento dado llegaron a ponerlos unos sobre otros, pero hubo mucha indignación y dejaron de hacerlo.

Este es otro factor que empuja a la gente a negar que sus familiares han muerto con COVID-19. Ven las imágenes en la televisión, piensan que los enterrarán allí y no quieren que eso pase con sus seres queridos. La ironía es que las personas enterradas en esta zona son casos no confirmados de COVID-19, porque apenas se están haciendo test. Los confirmados, muy pocos en el cómputo total de muertos, se entierran en nichos individuales en un rincón de un espacio nuevo que crearon en lo que antes era un bosque. Tuvieron que talar los árboles para tener espacio.

De nuevo una persona mayor: Luis da Silva, 82 años, con problemas médicos previos pero que en las últimas semanas había experimentado dificultades para respirar. Murió en casa.

La mujer que lo abraza es su compañera. Era el momento en que iban a sacar el cuerpo y estaba muy emocionada. Probablemente tenía COVID-19, pero no lo sabemos, porque no se realizan test a personas fallecidas en casa. Ella seguramente ni lo pensaba: solo quería darle un abrazo de despedida.

Este es un hospital de campaña público —con apoyo privado— que se montó en una escuela de Manaos.

Los pacientes utilizan una especie de cápsula que es en realidad un método de ventilación no invasiva. Se utiliza en personas que tienen dificultades para respirar, pero que todavía no necesitan ser intubadas. El sistema crea una presión negativa en su interior y además tiene un filtro que permite mantener el aire que viene del exterior menos contaminado durante más tiempo. Se trata de un invento propio. Las primeras pruebas parecen estar dando buenos resultados.

Este avión transportaba a un paciente desde Santo Antonio do Iça a Manaos. Su hija nos confirmó hace poco que murió un par de días después. El viaje duró tres horas porque es un lugar en plena Amazonía donde la mayor parte de la población es indígena. No hay vuelos comerciales ni aeropuerto, solo una pequeña pista o la posibilidad de viajar durante varios días en barco. Y el virus llegó hasta allí.

Este es un espacio poco poblado pero muy extenso. El acceso es complicado, no hay hospitales y mucho menos unidades de cuidados intensivos. No hay respiradores ni posibilidad de rellenar los escasos tanques de oxígeno existentes. Las pocas máquinas presentes en algunas poblaciones son casi imposibles de utilizar debido a los constantes cortes de electricidad.

Este tipo de aviones son imprescindibles para poder trasladar a la gente hasta hospitales. Son espacios peligrosos porque estás confinado con personas que están muy enfermas dentro de un sitio donde no circula el aire. Pero nos dejaron documentarlo porque, al fin y al cabo, es una muestra del Gobierno tratando de salvar a pacientes. Por eso me sorprendió mucho que en España no nos dejarán apenas acceder a sitios.

Llevo años trabajando en contextos de todo tipo en Oriente Medio, África y Latinoamérica, y nunca me había encontrado un control de la prensa como el que vi en España, sobre todo al inicio de la pandemia. Llegué a escuchar en Barcelona que no querían mostrar todo lo que estaba ocurriendo para que la gente no se asustara, para que no tuviera miedo. No me esperaba eso en un país europeo.

21 de febrero de 2021

China, el Imperio del Centro (15) China, un país con muchas caras









Hoy conocemos un poco más  la geografía física y humana de China a través de un reportaje de su esclarecedora sección 'El revés de los mapas' de ARTE.tv. Como ellos resumen: Descubrimos China desde el interior, explorando un territorio gigantesco y diverso, una parte del país poco conocida, en la que conviven diferentes poblaciones, marcadas por fuertes disparidades entre Oriente y Occidente: los Han y las minorías. Iniciamos este viaje en Wuhan, una ciudad del centro del país, de la que no se había oído hablar hasta que allí se originó la pandemia de COVID-19.









16 de febrero de 2021

Globalización, capitalismo y otros resortes de poder (70) El capital en el siglo XXI


El documental que hoy publicamos está basado en el libro homónimo del economista francés Thomas Piketty, es una de las primeras obras publicadas en el siglo que vivimos que es capaz de agrietar el consenso económico neoliberal tras dos décadas de hegemonía. 

'El capital en el siglo XXI' se publicó en el año 2013, cuando nuestras sociedades aún no se habían recuperado del trauma de la crisis financiera del 2008: desigualdades que se extreman, precariedad laboral, recortes de los servicios públicos y amplias capas de población viviendo al borde de la exclusión. Poco después vino lo que todos sabemos (Trump, Bolsonaro, Orban, etc el resurgir de la extrema derecha y otros populismos poco halagüeños) y las conclusiones se sacan solas, de aquellos polvos estos lodos.


Ahora, cuando va a cumplirse un año de pandemia, cuando se han visto claramente las consecuencias sociales del desmantelamiento de la sanidad pública, las recetas neoliberales de desregulación económica, privatización de servicios públicos y fiscalidad laxa para las grandes empresas y grandes fortunas deberían ser erradicadas de nuestras sociedades. 

La situación generada por el Covid-19 nos ha hecho más conscientes de la necesidad de un Estado fuerte y con capacidad de influir en la economía, de unos servicios públicos bien dotados y unas prestaciones sociales que garanticen un sustento a las personas que se van quedado en los márgenes del desarrollo económico

Sin embargo, la fantasía de un mercado sin trabas en el que cada individuo mire por su propio interés, la famosa 'mano invisible' capaz de generar prosperidad sin límite, sigue siendo el mantra predominante en el ideario de los partidos conservadores de la gran mayoría de los países del mundo y de millones de ciudadanos que, aun perteneciendo a clases medias-bajas, sólo querrían enriquecerse para hacer lo mismo que los ricos hacen. 

Como signo de los tiempos en España tenemos un ejemplo reciente en la polémica decisión de uno de los youtubers de moda, El Rubius (con decenas de miles de fieles followers que le han enriquecido siguiendo sus tonterías), que anunció hace pocas semanas que se marchaba a vivir a Andorra para evitar seguir pagando impuestos en España, a su juicio abusivos. Y él es sólo el último, quizás el más conocido, de una larga serie de jóvenes influencers, millonarios sobrevenidos, que han decidido que los impuestos en su país si eso que los paguen otros, con el nefasto ejemplo que eso supone. 

Con esta controversia, la cuestión de la evasión fiscal de las grandes fortunas y las grandes sociedades ha vuelto a ponerse sobre el tapete mediático, aunque los ejemplos sobran, como demostró la famosa lista Falciani, cuya difusión lamentablemente sólo trajo problemas al propio Falciani y no a los evasores que denunciaba. 

Lo cierto es que lo que ha hecho El Rubius y el resto es legal pero, ¿debería serlo? ¿sería posible mantener un Estado con unas mínimas garantías sociales si su conducta se convierte en la norma de los más adinerados? Es precisamente con esta premisa con la que termina este documental que repasa la historia económica de los últimos dos siglos.

Viendo la hora y media de 'El capital del siglo XXI' el espectador llega a la conclusión de que la historia del capitalismo funciona, a grandes rasgos, a base de ciclos que oscilan como un péndulo: de regulación a desregulación y viceversa, y vuelta a empezar. 

El documental cuenta con el testimonio de reputados economistas (como el propio Piketty), historiadores y sociólogos, que van desgranando la evolución del sistema económico y su repercusión sobre la vida social y cultural. “El siglo XXI me da miedo”, dice el economista francés, “por lo que veo en los datos históricos”.

Lo que Piketty y otros expertos sostienen, basándose en un análisis histórico, es que los ciclos económicos de desregulación conducen a fuertes convulsiones políticas y sociales. Los felices años 20 terminaron con el crack del 29 y el posterior ascenso del fascismo y de la guerra. Un modelo económico que se desentienda de las desigualdades que genera es un polvorín a punto de estallar. Si no lo atamos en corto, el mercado por sí mismo no conducirá a una sociedad armoniosa y pacífica, más bien todo lo contrario. 

'El capital en el siglo XXI' es también una indagación en la cultura, el arte, las costumbres y las ideologías que surgen al compás de las transformaciones económicas. El documental le toma el pulso a nuestra época y alerta sobre los callejones sin salida a las que nuestras sociedades (y también, no lo olvidemos. nuestro planeta) están abocadas en caso de seguir en la senda de feroz neoliberalismo como hasta ahora.
 
 
El Capital en el siglo XXI de Piketty, en película


El documental parte de la caída del Muro de Berlín en 1989 (Piketty tenía 18 años). La desaparición del comunismo supuso la ruptura del equilibrio entre Occidente y el Telón de Acero, la sacralización de la 
propiedad privada, la desregulación y el capitalismo salvaje.

El Capital es la riqueza en forma de dinero u otros activos poseídos por una persona u organización. En el XVIII estaba concentrada en una aristocracia que impedía la movilidad social. Tanto Jane Austen como Balzac nos cuentan esa realidad social. La profesora Kate Williams, profesora de la Universidad de Reading, explica que los más afortunados trabajaban como criados y el resto de forma esporádica. “La pobreza es una sentencia de muerte”, y de ahí la esperanza de vida de 17 años. Suresh Naidu, historiador económico de la Universidad de Columbia, cuenta que las tierras y el dinero significaban el poder económico y político. El objetivo era conservar el poder aristocrático. La élite reproduce sus privilegios.

Tradicionalmente, los economistas han argumentado que la desigualdad es un poderoso motor de progreso porque la gente se esfuerza más. Si la desigualdad es excesiva, la consecuencia es la revolución. La Revolución Francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) fue una falsa promesa. Al poco tiempo, un gobierno de banqueros y la restauración de las élites. Durante el siglo XIX, nada de esto se implantó. La Revolución Industrial generó mayor productividad y beneficios: el capital deja de ser fijo, se dinamiza en los negocios. La diferencia entre salarios y productividad se amplía. Estaba prohibido dejar al empleador y hacer huelga, por no hablar de las economías esclavistas.

El colonialismo de Gran Bretaña y Francia fue amenazado por Alemania. La moda es una consecuencia de la Revolución Industrial: incluso las mujeres trabajadoras querían ir a la moda. Y también nace la industria de la Navidad. La escalada del nacionalismo como respuesta a la tensión social dio lugar a la I Guerra Mundial, que fue una lucha por el capital. Un conflicto global mal resuelto por las reparaciones de la guerra que supuso la caída de la aristocracia.

En los alegres años 20 del siglo pasado trabajadores y mujeres sienten que merecen más. Una época de exuberancia irracional. Rana Foroohar, analista de economía global, explica la fascinación por Wall Street y la burbuja, corroborada por Joseph Stiglitz. Desarticulación del mercado laboral (salarios bajos, ganancias altas) que condujo al crack del 29. Al menos, había regulación bancaria con la ley Glass-Steagall hasta que la derogó Bill Clinton en 1999.

Tras el crack, guerra comercial, depresión, políticas keynesianas en los EE UU con Roosevelt, provocación de Alemania y II Guerra Mundial. Ian Bremmer, asesor de riesgos políticos globales, explica el New Deal como intervención en la economía y Francis Fukuyama que eso condujo a la estabilidad social. Hay una relación entre el ascenso del fascismo en Europa en los años 30 y la extrema pobreza (Kate Williams).

Tras la II Guerra Mundial, el Estado del Bienestar. Lucas Chancel, cofundador del Laboratorio de Desigualdad, explica el nuevo contexto que actualiza el espíritu de la Ilustración. “El paisaje social es completamente diferente”, con el auge de la clase media, el consumo y las prestaciones. Nacionalización de la industria, fiscalidad, televisión y entretenimiento. “Por primera vez, el trabajo duro y los estudios pueden llevarte a la cima”. Una nueva sociedad con movilidad social, con una clase media muy fuerte. 30 años dorados.

La crisis de 1973 (que cuadriplicó el precio del petróleo), la respuesta de las empresas americanas (pagando menos a sus empleados, tratándoles como un coste, no como un activo) con “estanflación”, la competencia de Alemania y Japón (que habían perdido la II GM) provocaron una X en la que Wall Street subía y el resto bajaron. Margaret Thatcher, la hija de un comerciante que estudió en Oxford, y Ronald Reagan, actor de Hollywood, avanzan considerablemente en la desregulación contando un relato anti Estado: la culpa es del Estado del Bienestar. “Una clase media empobrecida como la de hace un siglo” (Thomas Piketty). Faiza Shaheen habla de cómo se suprimió el poder de la mano de obra: “Labour isn’t working”.

El documental recoge el fragmento de ‘Wall Street’ (Oliver Stone, 1987) en el que Gordon Gekko (interpretado por Michael Douglas) ensalzaba la codicia. Oliver Stone pretendía una alarma y generó una generación de “yuppies” que sólo buscaban riqueza y poder, al coste que fuera. Los impuestos parecían anticuados.<

12 de febrero de 2021

Museo del Juez Roy Bean (4) Metropolis (George Grosz, 1916)



La transformación de las ciudades en grandes metrópolis fue uno de los temas que más apasionaron a los artistas de comienzos del siglo XX y muchos, como George Grosz, no pudieron resistirse a plasmar sus rápidos y constantes cambios. Berlín es retratada por Grosz en pleno transcurso de la Primera Guerra Mundial en un estilo expresionista en el que el rojo es el color dominante. La escena está construida haciendo uso de los recursos del cubismo y futurismo para representar, por medio de una perspectiva muy forzada y la superposición de las figuras, la aceleración de la vida urbana. Sin embargo, frente a la visión triunfalista de otros artistas, Grosz, marcado por sus propias experiencias en el frente, da a su obra un aire apocalíptico que pone en evidencia la alienación del hombre y su camino de autodestrucción.


Metrópolis, pintada por George Grosz en Berlín en plena guerra, entre diciembre de 1916 y agosto de 1917, con una interrupción debida a su nueva llamada a filas, entre enero y mayo de 1917, representa una visión alegórica e inquietante de una sociedad encaminada a su propia destrucción. La pintura, consecuencia de los horrores de los que el artista había sido testigo, se inscribe dentro de un estilo marcadamente expresionista, aunque el solapamiento de planos geométricos de la composición nos remite a la estética cubista. Como les ocurría a sus contemporáneos Ludwig Meidner y Lyonel Feininger, Grosz se muestra aquí fuertemente influido por los pintores futuristas, a quienes conocía bien a través de las exposiciones organizadas por Herwarth Walden en la galería Der Sturm. 

La representación de la aceleración de la vida urbana, propia del futurismo italiano, se adecuaba a la perfección a la imagen del mundo que él quería transmitir. Grosz convierte la glorificación futurista de la ciudad en destino fatal del hombre moderno. La muchedumbre deshumanizada que contemplamos en Metrópolis está irremediablemente atrapada en un tipo de vida infernal que Grosz exagera a través de unas acusadísimas líneas de fuga, producidas por una perspectiva muy rígida y, sobre todo, gracias al predominante color rojo que proviene de una abrasadora e irreal esfera solar que ilumina toda la composición.

En su comentario sobre Metrópolis, William Lieberman mencionaba que Walter Mehring, que conoció a Grosz en 1916, se refirió a esta obra como Reminiscences of the Entrance to Manhattan, quizás debido a que muchos de los dibujos preparatorios de la pintura eran representaciones imaginarias de Nueva York. 

El poeta alemán Theodor Däubler, en un temprano artículo sobre el pintor, ya se había referido a su «concepción apocalíptica de la gran ciudad» y, al describir un dibujo de 1916 titulado (en inglés) Memory of New York, manifestaba: «...Las casas son geométricas, desnudas, como si hubieran sufrido los estragos de una guerra. Los trenes suburbanos pasan a toda velocidad, como una tormenta entran con la rapidez de un rayo y al instante siguiente desaparecen. Los hombres, la mayoría de ellos mera expresión de su avidez, con rostros desfigurados, parecen espantados. ¡Unos encima de otros! Por todas partes coloca pequeñas estrellas, incluso cuando escribe, unidas rítmicamente como si se tratara de fuegos artificiales. O alejándose volando: ¡sobre la bandera americana!». Esta obra, al igual que Metrópolis, se encuadraba dentro de la nueva fascinación que intelectuales y artistas europeos sentían por todo lo americano como símbolo de la modernidad. Llevado por esa admiración, en 1916, mientras comenzaba a pintar Metrópolis, el entonces Georg Gross decidió americanizar su nombre y cambiarlo por el de George Grosz, que utilizaría a partir de entonces.

Por otra parte, Metrópolis es una obra significativa por la historia que tiene detrás. A mediados de la década de los veinte se convirtió en uno de los primeros cuadros de Grosz que entró a formar parte de una colección pública alemana al ser adquirido por la Kunsthalle de Mannheim, en donde en junio de 1925 se expuso en la mítica muestra Neue Sachlichkeit (nueva objetividad). Esta exposición, organizada por el director del museo, Gustav Hartlaub, reunía las manifestaciones artísticas figurativas de Alemania posteriores al expresionismo. Junto a Metrópolis podía contemplarse otra obra estrechamente relacionada con ella, Dedicatoria a Oscar Panizza, que, como Grosz manifestó más tarde, fue pintada «como protesta contra la humanidad que se había vuelto loca» y dedicada a este escritor alemán que había sido injustamente recluido en un hospital psiquiátrico y sus libros prohibidos.

Con la llegada del nazismo, Metrópolis se expuso en la muestra Entartete Kunst (Arte degenerado), la gran parodia difamatoria del arte de vanguardia que hizo el Tercer Reich. Poco después se encontraba entre las obras vendidas por el régimen nazi en la Galerie Fischer de Lucerna para sacar fondos para su programa de rearme. Fue comprada por Curt Valentin, un marchante alemán que emigró a Nueva York, donde abrió la Buchholz Gallery. Así fue como Metrópolis llegó a América, que también sería la nueva patria de Grosz, quien, una vez consolidada su posición económica, volvió a comprar esta emblemática obra. La pintura perteneció por un tiempo a Richard L. Feigen antes de entrar a formar parte de la Colección.

Paloma Alarcó (Museo Thyssen-Bornemisza)

10 de febrero de 2021

Vidas Conspicuas (19) 'Yo soy Greta', retrato íntimo de la adolescente que cambiará el mundo


"Estamos ante un desastre de sufrimientos acallados para enormes cantidades de personas. Y ahora no es el momento de hablar cortésmente o centrarse en lo que podemos o no podemos decir. Ahora es el momento de hablar con claridad (...) ahora es tiempo de desobediencia civil. Es hora de rebelarse"

'Yo soy Greta' es un documental dirigido por el realizador sueco Nathan Grossman en 2020 que nos da una visión íntima y personal de la activista sueca y nos acerca a su trayectoria desde que alcanzara la celebridad haciendo su huelga escolar de los viernes, desde que el 20 de agosto de 2018, se sentó sola por primera vez enfrente del parlamento sueco con una ya mítica pancarta que decía solo eso, "huelga escolar por el clima".

Con esta sencilla pero contundente acción, sostenida durante meses, clamaba para que el gobierno sueco adoptara medidas para reducir las emisiones de carbono de acuerdo a lo establecido en el Acuerdo de París. La insólita protesta consiguió que se le fueran uniendo otros escolares, primero suecos, luego europeos, después de todo el mundo, reclamando por una acción directa a nivel planetaria contra la inacción en la crisis climática. En diciembre de 2018 se realizaron manifestaciones en más de 270 ciudades de todo el mundo reclamando justicia climática y la lucha contra la pérdida de biodiversidad a las que asistieron decenas de miles de estudiantes.


Pero no sólo adolescentes o jóvenes, Greta Thunberg ha galvanizado los movimientos medioambientales a nivel planetario con sus intervenciones ante grandes dignatarios como Emmanuelle Macron, Angela Merkel entre otros o en foros como la COP24 y de las protestas surgidas de los 'Viernes por Futuro' han salido movimientos como 'Extinction Rebellion' o 'Climate Justice Now', sólo parados por la actual pandemia.

Así, en el quinto aniversario del Acuerdo de París sobre el Clima Greta criticaba los acuerdos vacíos de compromiso y contenido: "Se fijan objetivos lejanos e hipotéticos, se pronuncian grandes discursos pero, cuando se trata de la acción inmediata que necesitamos, estamos siempre en la negación completa y perdemos tiempo con nuevas escapatorias, palabras vacías y contabilidad creativa". 

Pese a su escasa edad Greta se ha revelado como una comunicadora certera, implacable, que no se deja intimidar por ningún entorno ni por quienes la rodeen. Célebre es su declaración y su "How you dare..." (¿Cómo os atrevéis?) en la inauguración de la Cumbre de Acción por el Clima 2019:


Pero, como era de esperar, su discurso lúcido e iconoclasta ha pisado muchos callos respecto a qué hacemos realmente tanto los dirigentes mundiales como los ciudadanos de a pie de todo el mundo (cada uno en su radio de actuación, en sus hábitos de consumo), en la particular lucha contra la crisis climática que todos deberíamos esforzarnos por sostener. 

Las críticas que ha recibido, que han ido desde su apariencia física o que tenga Síndrome de Asperger (lo que ella ha calificado como 'un superpoder') a que se salte las clases de los viernes (como si lo que fuera a aprender allí fuera más importante que lo que hace), vienen de quienes ven su conformismo sacudido, su hipocresía desvelada, por esta pequeña e insolente voz de la conciencia.

Greta Thumberg es, por supuesto, una sensible y airada hija de nuestro tiempo, como debe ser, porque ya está bien de juventud conformista, de sociedades adormecidas y líderes mundiales cortoplacistas y estómagos agradecidos. Desde este blog siempre la apoyaremos y le agradeceremos la hercúlea misión a la que va a destinar la vida. Greta se peleará con quien sea necesario para la más difícil de las misiones, casi una misión imposible, salvar, nada menos, nuestro planeta de nosotros mismos. Greta Thumberg, esa fuerza de la Naturaleza.
 

"Nuestra casa está en llamas. Según el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), estamos a 12 años de no poder resolver nuestros errores. En Davos, a la gente le gusta hablar sobre el éxito, pero su éxito financiero ha tenido un precio inimaginable, y en cuanto al cambio climático, debemos reconocer que hemos fracasado. Todos los movimientos políticos en su forma actual ya lo han hecho, y los medios de comunicación no han logrado generar una mayor conciencia pública sobre el tema. Pero el homo sapiens aún no ha fallado. Sí, estamos fallando, pero aún hay tiempo para cambiar todo (...) Resolver el cambio climático es el desafío más grande y complejo que ha enfrentado el homo sapiens. La solución, sin embargo, es tan simple que incluso un niño pequeño podría entenderla. Tenemos que detener nuestras emisiones de gases de efecto invernadero (...) O bien, evitamos que las temperaturas aumenten sobre los 1,5 °C o no lo hacemos. O evitamos la reacción en cadena de los ecosistemas que se deshacen o no lo hacemos. O elegimos continuar como civilización o no. Los adultos dicen: 'Tenemos que dar esperanzas a la próxima generación'. Pero no quiero tu esperanza, ni quiero que la tengas. Quiero que entres en pánico, que sientas el miedo que yo siento todos los días, y luego quiero que actúes (...) Quiero que actúes como si tu casa estuviera en llamas, porque eso es lo que está pasando." Greta Thunberg ante la Asamblea Anual del Foro Económico Mundial, 2019

“Es una adolescente a la que le encanta bailar, con una risa y una ironía fabulosas”. El director de ‘I Am Greta’ nos acerca la extraordinaria historia de la joven activista climática

Tras haber seguido a Greta Thunberg desde su primera protesta a las puertas del parlamento sueco en agosto de 2018, el documental del cineasta Nathan Grossman recoge su recorrido: de ser una estudiante desconocida a convertirse en rostro de un movimiento global. 

Greta Thunberg era una adolescente anónima de 15 años cuando empezó a hacer en el instituto sus huelgas por el clima en el verano de 2018, una figura solitaria con impermeable amarillo que se sentaba a las puertas del parlamento sueco, sin sospechar siquiera lo que estaba por venir. Ahora, la activista de 17 años es una de las personas más famosas del mundo, cara visible de un movimiento por el clima que ha impulsado a millones más a tomar las calles en todos los rincones del globo. 

Esta extraordinaria historia es la que ha querido plasmar el cineasta sueco Nathan Grossman en I Am Greta, documental que sigue la trayectoria de la adolescente desde aquellas primeras protestas de hace dos años. “Seguí el consejo de un amigo que fue quien me habló de Greta”, nos cuenta Grossman vía Zoom desde su casa de Estocolmo. “En aquellos primeros días, ya era interesante escuchar las discusiones que tenía con los transeúntes. Tiene esa forma de hablar única que corta por lo sano con todo ese buenismo y ecopostureo que hemos creado alrededor del cambio climático”.

Si bien, en un principio, Grossman solo contemplaba filmar a Thunberg durante un par de días, acabó acompañando a la adolescente a lo largo de un año entero, desde su primer discurso en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Katowice, Polonia, en diciembre de 2018, hasta las protestas masivas por todo el mundo en las que participó. “Ha sido muy emocionante”, admite el cineasta. “He pasado mucho tiempo caminando en esas manifestaciones y sintiendo la enorme frustración de las generaciones más jóvenes, que ven que nadie cuida de su futuro”.

Un retrato íntimo de la vida de Thunberg

Además de seguir la trayectoria pública de Thunberg, el documental ofrece también un íntimo retrato –a veces tremendamente conmovedor– de la vida en casa de la joven. La vemos ponerse a bailar ella sola; bromear con su padre Svante; pasar el rato con sus queridos perros, Roxy y Moses. “Es esa adolescente chispeante que adora bailar, que tiene una risa y un humor irónico fabulosos”, dice Grossman. “Esas partes de cómo es ella no las ha visto mucha gente”.

La película también incide en el hecho de que Thunberg padece el síndrome de Asperger y toca otros problemas como su lucha contra la depresión, su negativa a comer y el mutismo selectivo que sufría antes de volcarse en el activismo. “Obviamente, todos cargamos con nuestra mochila. En la película, quise que ella hablase de ello desde el corazón”, nos explica el realizador. “Greta habla muy abiertamente de su trastorno [de Asperger]; lo ve como una parte muy importante de sí misma, incluso como un superpoder según las circunstancias”.

Aun así, hay momentos en los que Thunberg parece superada por la desmesurada atención que recibe. Si al principio del film la adolescente le dice a Grossman “no me gusta hablar de tonterías ni socializar con la gente”, más tarde somos testigos de su incomodidad cuando la gente no deja de acercarse y pedirle selfies en las conferencias por el clima. También muy pronto asistimos a una impactante discusión entre Thurnberg y su padre en la que hablan de la fama y de que pasará pronto.  

En ese año de rodaje, Grossman pudo hablar muchas horas con Thunberg en sus largos viajes en tren (la activista no viaja en avión) y establecer con ella un vínculo de confianza. “Le pude contar cada vez más cosas de mi vida y mis ideas, y ella empezó a contarme su manera de ver las cosas”, explica Grossman. “Para la película me leyó algunas entradas de su diario porque quería recordar cómo se había sentido en diferentes situaciones, y yo creo que así podréis entrar en su cabeza un poco más. Se nota, por supuesto, que [Greta siente] una responsabilidad enorme que deberíamos estar asumiendo los adultos”.  

La película acaba cuando Thunberg toma la valiente decisión, en agosto de 2019, de cruzar el Atlántico en un yate de regata de 18 metros para dar un discurso en la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU (donde pronunció su famoso How dare you?). Grossman la acompañó con su cámara también hasta allí, a pesar de que al principio tuvo sus dudas.  “Estaba muerto de miedo”, admite. “Iba a ser un viaje movidito y en ese momento todos teníamos nuestros altibajos, pero creo que yo fui el que más aterrado estaba. Greta decidió hacerlo y volvió navegando de la misma manera, claro”. 

Un mensaje poderoso 

El mundo entero ha cambiado mucho desde que Grossman culminara su rodaje el año pasado y las protestas a nivel mundial han parado en seco debido a la Covid-19. De todo lo que aborda en su documental, ¿con qué le gustaría que nos quedáramos? “Durante esta pandemia, hemos visto un sistema político que actúa y cómo la gente ha cambiado su comportamiento y se ha puesto la mascarilla”, responde. “Greta siempre ha dicho: ‘Tenemos que tratar la crisis [climática] como una verdadera crisis’. Ahora, ya tenemos un referente [en la Covid-19]”.

Para Grossman, el film da muestra del gran poder que puede ejercer una sola persona. “Si Greta ha podido impulsar algo tan potente como este movimiento, imagina lo que podríamos hacer todos juntos si quisiéramos”, concluye.