El futuro de la pandemia se decide en la India. Y la India necesita ayuda de forma urgente.
Cuando el virus puso de rodillas a Occidente en 2020, la India contuvo el aliento. Cuando los hospitales se desbordaron en Bérgamo, Madrid o Nueva York, la India tembló. El segundo país más poblado del mundo (casi 1.400 millones de personas, solo por detrás de China) presentaba las condiciones idóneas para que el virus se propagara y matara: densidad de población, grandes aglomeraciones, medidas higiénicas inadecuadas y un sistema de salud que no merece ese nombre.
Pero el Gobierno reaccionó rápido y, de forma casi preventiva, ordenó un confinamiento nacional que en general funcionó, aunque centenares de miles de personas que se quedaron sin trabajo en las ciudades
volvieron a sus casas en las zonas rurales. Los casos fueron aumentando —no puede ser de otra manera en un país de esa magnitud—, pero la hecatombe no llegó. Se hicieron muchas cábalas sobre por qué no sucedió. Y se cayó en el triunfalismo.
Después de semanas y meses de discursos políticos irresponsables, de festivales religiosos congregando a millones de personas, de mítines y campañas electorales, de desafiar la lógica sanitaria, de relajación social, la India, mi país, se ahoga en esta segunda ola de la pandemia. Se ahoga literalmente: las redes sociales están llenas de mensajes de ciudadanos desesperados pidiendo oxígeno. La India superó el 1 de mayo por primera vez los 400.000 contagios en un solo día, después de diez días consecutivos registrando más de 300.000 al día, casi la mitad de los casos diarios del mundo. Los hospitales están colapsados y no hay camas de uci. Escasean los medicamentos. Las autoridades tuvieron tiempo para preparar al país para esta segunda ola, pero no lo hicieron.
Tras superar a Brasil, la India es el segundo país con más casos del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Solo en la semana entre el 18 y el 25 de abril, registró 2,24 millones de casos y 16.257 muertes. A finales de abril se rozaban los 18 millones de contagios y más de 200.000 muertos desde el inicio de la pandemia, aunque cada vez más voces cuestionan esos datos: la catástrofe es incalculable.
Un familiar de una persona fallecida por covid-19 se desmaya durante la ceremonia de cremación en Jammu, en el noroeste de la India, el 25 de abril. Channi Anand/AP
Lucha por el oxígeno
En las grandes urbes de la India, las familias luchan para conseguir camas en hospitales, botellas de oxígeno, medicinas como el Tamiflu (un antigripal) o inyecciones del polémico Remdesivir para algún pariente, amigo o conocido. Las redes sociales y los grupos de Whatsapp están inundados de peticiones de ayuda.
“La tía de mi colega de trabajo se encontraba muy mal y no se pudo encontrar cama para ella en ningún hospital”, explica Harish Mehta, un trabajador informático de Gurgaon, en las afueras de Nueva Delhi. “El médico recomendó entonces que al menos comprara un tanque de oxígeno y que convirtiera la casa en una uci casera. Él buscó en muchas páginas web, llamó a muchos números, pero el suministro del oxígeno era muy limitado. Al final encontró un agente que le cobró 150.000 rupias (unos 1.700 euros) por un tanque de entre 16 y 20 litros. No tuvo otra opción. Su tía, igualmente, no sobrevivió”.
Nos ha tocado a todos. Mi familia no es una excepción. Mi cuñado, su esposa y mi suegra llevaban más de una semana con fiebre alta y síntomas obvios de covid-19, pero no hubo forma de hacerles un test. Mi marido, Paramjeet Singh, llamó a más de diez centros y no hubo manera. En muchos lugares, según le dijeron, la mitad del personal estaba de baja por coronavirus.
Así lo explica mi marido: “Al final, a mi hermano, que es diabético y paciente cardiaco, se le infectaron los pulmones y pasamos por un infierno durante dos días para conseguirle cama en un hospital. Lo intentamos en 40 ó 50 hospitales, y lo digo sin exagerar. La mayoría de los hospitales no tiene camas, y ninguno tiene oxígeno”.
La situación en las grandes urbes es tal que muchos, para conseguir una cama con oxígeno, tienen que viajar a otras ciudades. Mi marido ya se había preparado para llevar a su hermano a Chandigarh, a cinco horas de Nueva Delhi, cuando por suerte logró una cama en un hospital público cercano. Pero no todos tienen la misma suerte. Debido a la falta de recursos en ciudades como Delhi, los hospitales de Agra, la ciudad que aloja el famoso Taj Mahal, y de otras localidades cercanas a la capital se están llenando.
¿Qué se puede ver en las calles? Hay cremaciones al aire libre a toda velocidad, algunas en aparcamientos o en lugares improvisados. Ante las farmacias hay largas colas de gente desesperada buscando medicamentos. Hay que recorrer varias farmacias con la receta médica para encontrar lo que se busca, y el tiempo de espera en cada una es fácilmente de media hora. El volumen de pedidos a los repartidores a domicilio ha subido tanto que estos servicios, habituales en la India, también se han desbordado: no solo los de medicinas, sino también los de suministros básicos. Esto obliga a personas infectadas a salir a la calle, alimentando así un círculo vicioso.
La escasez ha fomentado el mercado negro. Las familias desesperadas están dispuestas a pagar precios desorbitados por productos básicos normalmente disponibles a precios muy bajos. Por una botella de oxígeno, que costaba unos 90 euros, se cobra ahora entre 550 y 1.600 euros, según la zona. Una dosis de Remdesivir, que antes estaba disponible por unos 50 euros, ahora
puede llegar a costar 1.600 euros en el mercado negro. Los precios de otros medicamentos y de los servicios de ambulancia privados también se han disparado.
Un paciente respira, en el interior de su vehículo, con la ayuda de oxígeno suministrado desde un templo sij en Nueva Delhi el 24 de abril de 2021. Ante la escasez de oxígeno, este lugar ha comenzado a ofrecer sesiones respiratorias con tanques compartidos a pacientes de covid-19 que se encuentran a la espera de una cama en un hospital. Altaf Qadri/AP
Médicos y variantes
El personal sanitario trabaja entre 16 y 22 horas diarias casi sin descanso, bajo la presión de decenas de personas que buscan auxilio para sus seres queridos.
“Esta es la peor semana que he vivido desde que trabajo en el ámbito sanitario. El personal hospitalario en todo el país está luchando para tratar al máximo número de pacientes posible, con las ucis llenas de personas ahogadas y las salas de urgencias inundadas. Hay escasez de personal formado, de suministros y de oxígeno”, escribió Anil Vinayak, el jefe de operaciones de una de las mayores cadenas de hospitales privados en la India, Fortis Healthcare, en un mensaje desgarrador que publicó en su cuenta de LinkedIn.
¿Y qué pasa con la variante llamada “
doble mutante” aparecida en la India? ¿Es la culpable de lo que está pasando? En el ámbito científico y sanitario del país hay bastante consenso en que es un factor fundamental. “Es muy agresiva. Dos mil veces peor”, dice usando una hipérbole la directora regional de negocios del conglomerado Apollo Spectra Hospitals, Sarika Kwatra. El doctor Narayanaswamy, de otra gran cadena hospitalaria, Columbia Asia, explica en un vídeo oficial que la variante B.1.617 es más común en las zonas urbanas de estados como Maharashtra, Gujarat y Delhi. Es la variante “más virulenta y contagiosa” y que “puede afectar a gente mayor y a jóvenes igual”, según él. Pero también hay científicos extranjeros que
aseguran que los datos disponibles aún no son concluyentes para afirmar que esta variante sea decisiva en la severidad de esta segunda ola. Hay confusión. Una confusión que a todos nos resulta familiar.
Los hospitales, en todo caso, se están llenando de pacientes de todas las edades, particularmente de entre 30 y 50 años, y con necesidad de oxígeno. “La situación en los hospitales es muy mala. Los pacientes no encuentran cama de uci, ni médico, ni medicamentos, ni oxígeno. Es una situación muy comprometida para los trabajadores sanitarios”, dice Kwatra.
Pacientes afectados por la covid-19 reciben tratamiento en la sala de emergencias del hospital Holy Family de Nueva Delhi el 29 de abril de 2021. Danish Siddiqui/Reuters
El Gobierno indio, bajo la mira
¿Por qué esta segunda ola es tan virulenta? Hay muchas causas al margen de la aparición de una variante. De hecho, quizá lo más difícil sea identificar lo contrario: medidas oficiales, actitudes públicas o factores externos que no contribuyan a la propagación del virus.
A partir de septiembre de 2020, el Gobierno indio, capitaneado por el primer ministro, Narendra Modi, relajó las restricciones y, sobre todo, adoptó un discurso triunfalista. Modi es el líder del derechista Bharatiya Janata Party (BJP), un partido hinduista que ha enterrado políticamente al histórico Partido del Congreso de la dinastía Nehru-Gandhi, lastrado por la corrupción y la ineptitud. Las buenas perspectivas del país tras la primera ola y la aparición de la primera vacuna india (Covaxin, de la empresa Bharat Biotech) hicieron que las proclamas nacionalistas se impusieran en el seno del Gobierno. Y eso envió un mensaje de falsa inmunidad muy peligroso para la sociedad.
“Un país que alberga un 18% de la población global ha salvado a la humanidad de un gran desastre al contener el coronavirus de forma efectiva”,
dijo Modi cuando la segunda ola llegaba a Europa.
Los hoteles y restaurantes empezaron a abrirse a partir de octubre de 2020, y en los meses sucesivos se dejaron de pedir test como prerrequisito para viajar dentro del país y alojarse en hoteles en la mayoría de estados. La India empezó a celebrar las fiestas religiosas con su habitual fervor, particularmente las hindúes, algo favorecido por el Gobierno, acusado de castigar a otras minorías como la musulmana. La estampa más clara de este clima de euforia fue la celebración en abril del Kumbh Mela, una de las fiestas hindúes más importantes y también una de las mayores aglomeraciones religiosas del mundo. Millones de devotos hindúes acudieron al río Ganges para sus abluciones sagradas. Aunque de forma algo más contenida, Holi, el festival de los colores, también se celebró a finales de marzo.
Aunque son los casos más llamativos, sería un reduccionismo achacar la transmisión del virus tan solo a los eventos religiosos. La relajación fue general. El Gobierno habló pronto de “brotes verdes” en la economía y de una recuperación en forma de V. Los mercados, las oficinas, el metro y los autobuses se fueron llenando poco a poco. Era como volver a 2019.
“Todo ha pasado tan de repente…”, dice Amardeep Singh, dueño de tres restaurantes en la ciudad sureña de Bangalore. “En la primera ola se controló bien la pandemia y la gente dio por hecho que lo peor había pasado. Todo esto nos ha pillado por sorpresa. No había nada que recordara la existencia de la covid-19. Había encuentros sociales por todos lados, se había acabado el miedo. Actividades comerciales, clubs, fiestas… todo había vuelto a ser normal, como en tiempos precovid”.
Muchos ciudadanos culpan a las autoridades de este clima que ha facilitado la explosión de casos en la segunda ola. “El Gobierno debería ser más responsable”, dice Mahima Arora, una joven residente de Nueva Delhi que muestra su preocupación por el “colapso total” del sistema sanitario. “No hay camas, la gente va corriendo de un hospital al otro. Se están muriendo por falta de recursos. Cada día nos enteramos de una o dos muertes de personas que conocíamos”.
Modi recibió severas críticas en 2020 cuando anunció el confinamiento nacional, tanto por el impacto en la economía como por el éxodo de trabajadores de la ciudad al campo. Esta vez parece escarmentado y no quiere repetir el movimiento: “El confinamiento total será el último recurso”, dijo. Ni siquiera la alarma que ha causado la nueva variante o la aceleración de los contagios ha hecho que su Gobierno dé su brazo a torcer. Estados como Maharashtra (oeste) y Karnataka (sur) han decretado restricciones en grandes urbes como Bombay o Bangalore, pero el Gobierno central se niega a cerrar el país.
Miles de devotos congregados en las orillas del río Ganges durante el Kumbh Mela, una de las fiestas hindúes más importantes, el 11 de abril de 2021. Danish Siddiqui/Reuters
“Los casos se están multiplicando día tras día, y nosotros no tenemos los recursos para tratar a una población tan grande. Creo que el Gobierno debe imponer un confinamiento estricto en el país, pero por motivos políticos no lo está haciendo”, dice Mahima.
Como siempre, hay cálculos electorales de por medio. En abril se celebraron elecciones en cuatro estados indios en los que hay cerca de 186 millones de votantes. Pese a la emergencia sanitaria ya imposible de ignorar, las campañas electorales se llevaron a cabo con normalidad y con mítines multitudinarios, y los comicios tuvieron lugar. Modi y su BJP se han volcado sobre todo en las elecciones de Bengala Occidental, un estado clave en el que querían desplazar a la gobernadora, Mamata Banarjee, del All India Trinamool Congress. Esas elecciones, además, se han celebrado por fases, y eso ha dado más oportunidades a que el virus se propague.
Mientras, los episodios traumáticos se suceden. El 24 de abril se supo que 25 personas habían muerto en el hospital Jaipur Golden de Nueva Delhi por falta de oxígeno. Dos días después se reabrió un hospital con 500 camas que se había cerrado en febrero de este año. En Maharashtra, una fuga en el tanque de oxígeno del hospital interrumpió el suministro a los pacientes. Murieron 22 personas. La televisión mostró imágenes de familiares llorando en los pasillos del centro y personal sanitario intentando reanimar de forma desesperada a los enfermos.
El Gobierno, sin embargo, no acepta las críticas: ya ha ordenado
que se eliminen algunos mensajes en diferentes redes sociales que denuncian la falta de recursos y la gestión de esta crisis.
La fábrica del mundo
La emergencia ha hecho que el Gobierno prohíba que el Serum Institute of India, que produce 2,4 millones de dosis diarias de la vacuna AstraZeneca, detenga sus exportaciones, que tenían como destino, sobre todo, países africanos. Pese a este movimiento, a la existencia de la vacuna india y al acuerdo que las autoridades han logrado para fabricar también la vacuna rusa Sputnik, no hay suficientes dosis. La India es el mayor fabricante de vacunas del mundo, pero no podrá vacunar a su población este año. Hay
cálculos que apuntan a que solo un 30% de los indios estará vacunado a finales de 2021. Además del peligro epidemiológico en el Sur de Asia, esto supone que otros países sin recursos tendrán menos acceso a vacunas.
Un hombre recibe la vacuna Covishield contra la covid-19 en un centro de atención primaria en Srinagar, Cachemira, el 28 de abril de 2021. Dar Yasin/AP
De momento, el Gobierno ha decidido extender la vacunación a personas mayores de 18 años (antes estaba restringida a los mayores de 45 años), pero, al igual que otros líderes regionales, el jefe del Gobierno de la región de Delhi, Arvind Kejriwal, ya ha dicho que el proceso va a retrasarse por falta de dosis. Los problemas en los pagos de las autoridades por las dosis será otro de los obstáculos en la carrera hacia la inmunización del país.
Los pronósticos epidemiológicos dicen que el pico aún no ha llegado. Angustiada, la India se aferra a sus virtudes: su músculo industrial, su sector tecnológico y su fuerza humana serán fundamentales para intentar dar un vuelco a la situación, pero ahora mismo necesita ayuda para seguir adelante.
La India contuvo el aliento cuando el coronavirus se desató en Occidente. Ahora el mundo contiene el aliento, porque la India sufre, y lo que pase en la India será decisivo en la historia de la pandemia.