Continuamos con nuestro ciclo de cine europeo con Il Divo, una excelente película del director italiano Paolo Sorrentino (realizada en el año 2008), director al que conocemos de hace poco y del que sólo hemos visto otra película, la también magnífica "Las consecuencias del amor" (que intentaremos ofrecer, también en versión original, en cuanto el Departamento de Cargas y Descargas se reorganice). El gran actor Toni Servillo mimetizándose en la piel de Giulio Andreotti, líder de la Democracia Cristiana italiana y de la política del país transalpino durante cuarenta años, epítome del maquiavelismo, la ambiguedad y la mirada esquinada.
Andreotti es representado como un hombre frío y calculador y sin escrúpulos (y con las espaldas bien cubiertas por la información comprometida que dispone en su “archivo privado”), pero también un hombre de conciencia reprimida y torturada por no haber evitado el asesinato de su compañero Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. Este fascinante personaje es mimetizado por Toni Servillo en clave satírica, un homo politicus fascinado por el poder, de aspecto frágil y mente poderosa, encorvado y cínico, enigmático y tenebroso. La cinta no abandona el tono burlesco a lo largo de su metraje, desfilando por la pantalla multitud de personajes vinculados al círculo de influencia de Andreotti.
“Il Divo” recrea las tesis que incriminan al líder democristiano por su vinculación con la logia masónica y con la “Cosa Nostra”, liderada por el rudo y todopoderoso Totó Riina, dos organizaciones que habrían servido para eliminar obstáculos que amenazaban la carrera política de Andreotti. Auténtico cine político con el que dibuja un personaje, un partido e incluso un país, donde la verdad y la mentira se entremezclan. Una película espectacular, como la vida de don Giulio.
Como comenta del mismo Andreotti el (casi) siempre certero Carlos Boyero en la crítica adjunta, "símbolo del eterno y legitimado poder político, un hombre familiarizado con las tinieblas, los misterios, las cloacas, los pactos maquiavélicos y el chapoteo de la sangre derramada". Boyero, Toni Servillo y Paolo Sorrentino, puro talento mediterráneo y europeo surgido en tierras de pasiones y corrupciones milenarias.
Miserias del poder vitalicio. Carlos Boyero 12/12/2008
Barbet Schroeder utilizó admirablemente el documental en El abogado del terror para hablar de Jacques Vergès, un individuo tan enigmático y peligroso que parecía salido de la ficción del puro y tenebroso cine. Vergès, defensor de causas perdidas, turbias o directamente indefendibles en el caso de Klaus Barbie, representa la empatía y el intento de justificar el terrorismo de los supuesta o realmente oprimidos. Es un símbolo del enorme poder intimidatorio del bombazo, el atentado selectivo o indiscriminado, el clandestino tiro en la nuca.
El director italiano Paolo Sorrentino, de cuyo poderoso estilo visual y capacidad para crear desasosiego tuve noticias en la existencialista, rara y muy atractiva Las consecuencias del amor, se acerca con formato de esperpento y de sátira al más que inquietante Giulio Andreotti, símbolo del eterno y legitimado poder político, un hombre familiarizado con las tinieblas, los misterios, las cloacas, los pactos maquiavélicos y el chapoteo de la sangre derramada. Pero su retrato, aunque juegue con la desmesura y el histrionismo, juegue con la conjetura, combine la imaginación con los datos, el intimismo y lo público, resulta enfermizamente realista, de una veracidad y una complejidad alarmantes.
Cuenta Sorrentino que en su acercamiento a la figura de Andreotti le inspiró una definición de Margaret Thatcher y otra de Oriana Fallaci. Dice la Thatcher: "Parecía tener una aversión positiva a los principios. Estaba incluso convencido de que un hombre de principios estaba condenado a ser un hazmerreír. Afirma Fallaci: "Me da miedo pero ¿por qué? Este hombre me recibió con enorme cortesía, su ingenio me hizo reír, no me dio la impresión de ser peligroso. El verdadero poder no necesita arrogancia, ni una poblada barba ni una voz aterradora. El verdadero poder te estrangula con lazos de seda, con encanto e inteligencia".
Fiel a esas inapreciables guías, Sorrentino dibuja a un cínico, profundamente solo, monarca del ajedrez mental, ascético, con permanente jaqueca física pero con una voluntad férrea para eludir la jaqueca moral, conocedor del precio de cada hombre, urdidor de sombras, patriarca improbado de infinitas villanías de Estado, ¿Hombre de honor o víctima de la mafia?, alguien que declara no creer en la casualidad sino en la voluntad de Dios y que no existen ángeles ni diablos sino tan sólo pecadores, convencido de que se puede perpetuar el mal para garantizar el bien.
Il divo perturba duraderamente, su mordacidad te divierte pero la sonrisa se convierte en mueca al constatar que la vida de los hombres está regida por alguien tan singular como Andreotti, convencido razonablemente de estar más allá del bien y del mal.
Cuenta Sorrentino que en su acercamiento a la figura de Andreotti le inspiró una definición de Margaret Thatcher y otra de Oriana Fallaci. Dice la Thatcher: "Parecía tener una aversión positiva a los principios. Estaba incluso convencido de que un hombre de principios estaba condenado a ser un hazmerreír. Afirma Fallaci: "Me da miedo pero ¿por qué? Este hombre me recibió con enorme cortesía, su ingenio me hizo reír, no me dio la impresión de ser peligroso. El verdadero poder no necesita arrogancia, ni una poblada barba ni una voz aterradora. El verdadero poder te estrangula con lazos de seda, con encanto e inteligencia".
Fiel a esas inapreciables guías, Sorrentino dibuja a un cínico, profundamente solo, monarca del ajedrez mental, ascético, con permanente jaqueca física pero con una voluntad férrea para eludir la jaqueca moral, conocedor del precio de cada hombre, urdidor de sombras, patriarca improbado de infinitas villanías de Estado, ¿Hombre de honor o víctima de la mafia?, alguien que declara no creer en la casualidad sino en la voluntad de Dios y que no existen ángeles ni diablos sino tan sólo pecadores, convencido de que se puede perpetuar el mal para garantizar el bien.
Il divo perturba duraderamente, su mordacidad te divierte pero la sonrisa se convierte en mueca al constatar que la vida de los hombres está regida por alguien tan singular como Andreotti, convencido razonablemente de estar más allá del bien y del mal.