Es increíble comprobar cómo un deporte como el fútbol puede influir con sus idas y vueltas nuestras emociones de forma tan exagerada, cómo la zozobra que invadió al culé tras la Copa del Rey al ver resucitar con brío al rival noqueado ha vuelto a tornar confianza y superioridad, cómo la euforia que recorrió el madridismo quedó congelada por el acomplejado planteamiento y posterior comportamiento de Jose Mourinho en el partido de ida de Champions.
Pero de la misma forma que su talento como técnico permitió la victoria en Copa, su complejo de inferioridad frente al Barça, sumado a un árbitro que quiso ejercer de juez de la eliminatoria equivocándose ante el que mola y al increíble Leo Messi, dan como resultado una semifinal de Champions prácticamente decidida y una vuelta a la casilla de salida en las sensaciones ante el eterno rival.
Ha vuelto pues a coger el cagómetro el puente aéreo destino Madrid, a bascular los vasos comunicantes (llenos del mismo miedo de unos reflejado en los otros) entre ambos clubes y aficiones, con los madridistas clamando que si se ha de caer en el Nou Camp (aún quedan 90 minutos...) sea plantando cara e intentando ganar sin especular y anticipando como probable última voluntad que ya que se ha mostrado la forma buena y la mala de jugarle al Barça el Manchester elija la correcta.
Y lo que ahora queda es la bronca continua, el discurso ventajista y el gesto crispado del entrenador portugués, más preocupado de parecer un archivillano de Spectra que de defender correctamente al club que le paga, que paradójicamente tapa con sus estridencias las verguenzas blaugranas, que polariza a la afición blanca con una parte de ésta, la más recalcitrante, abducida por sus modos y maneras si eso combate a la némesis blaugrana y trae los títulos que tanto promete. Queda una directiva y una plantilla secuestrados por los modos absolutistas y caricaturescos de un ególatra desatado, que manipula y tensa todo lo relacionado con el Real Madrid, que pone en entredicho algunos de los valores primordiales de un club que ha convertido, como aquello de Macbeth, en una historia contada por un loco, llena de ruido y de furia, sin ningún significado.
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