Un texto de Toni Álvaro y otro de Jacinto Antón (ambos autores muy recomendables) además de un reportaje de La2 nos ayudan a recordar y despedir a la también catalana Neus Catalá i Pallejá, una eterna luchadora que supo resistir y sobrevivir en las peores de las circunstancias que puede sufrir un ser humano, no sólo en los años que pasó en campos de trabajo y exterminio alemanes, particularmente Ravensbrück, donde intentaron suplantar, inutilmente, su identidad pétrea por un número 50446.
Activista infatigable, luchó por los derechos de las mujeres, luchó por la República española, luchó en la Resistencia francesa, luchó por sus compañeros y por sobrevivir en los campos, donde se dedicó a sabotear maquinarias e inutilizar las municiones que se veían obligadas a fabricar, pero después de la guerra aún siguió luchando, para que no se olvidara lo que había pasado, para preservar la memoria de aquel horror. Una mujer formidable que se vengó de quienes quisieron acabar con ella viviendo 103 años, lúcida y digna hasta el final. Descansi en pau, Neus Catalá.
Neus Catalá (Toni Álvaro - Facebook)
Un grupo de 80 mujeres viajan hacinadas en un vagón que habitualmente transportaba a 4 caballos. Forman parte de un convoy con un millar de mujeres de distintas nacionalidades transportadas en las mismas condiciones. El tren se detiene. Una de las mujeres, menuda, decide abrir una de las minúsculas ventanas del vagón. Frente a ella ve otro tren, atestado de hombres que viajan en las mismas condiciones. Reconoce un rostro. Es su marido. Se miran, gritan sus nombres mientras el convoy de los hombres arranca. Es la última vez que se verán. Él morirá de extenuación en el campo de Bergen-Belsen, poco después de ser liberado.
El convoy de las mujeres finalizará su recorrido en Ravensbrück, de madrugada, a 22ºC bajo cero. Las mujeres son apeadas a golpes, insultos, culatazos, mientras los guardias azuzan a los perros. Las mujeres serán rapadas, desinfectadas, humilladas. Les dan un traje a rayas azules y calzado hecho con lona de camión grapada a una suela de madera. La mujer menuda que abrió la ventana del vagón intenta andar y mantener el equilibrio dentro de sus zapatos enormes, seis números más que su pie. Andando arriba y abajo por el barracón para habituarse al nuevo calzado realiza un bellísimo acto de resistencia: empieza a imitar los andares de Charlot, sus gestos. Las prisioneras del barracón prorrumpen en carcajadas y aplausos. La risa es una afirmación de la vida y una victoria sobre el horror.
Activista infatigable, luchó por los derechos de las mujeres, luchó por la República española, luchó en la Resistencia francesa, luchó por sus compañeros y por sobrevivir en los campos, donde se dedicó a sabotear maquinarias e inutilizar las municiones que se veían obligadas a fabricar, pero después de la guerra aún siguió luchando, para que no se olvidara lo que había pasado, para preservar la memoria de aquel horror. Una mujer formidable que se vengó de quienes quisieron acabar con ella viviendo 103 años, lúcida y digna hasta el final. Descansi en pau, Neus Catalá.
Neus Catalá (Toni Álvaro - Facebook)
Un grupo de 80 mujeres viajan hacinadas en un vagón que habitualmente transportaba a 4 caballos. Forman parte de un convoy con un millar de mujeres de distintas nacionalidades transportadas en las mismas condiciones. El tren se detiene. Una de las mujeres, menuda, decide abrir una de las minúsculas ventanas del vagón. Frente a ella ve otro tren, atestado de hombres que viajan en las mismas condiciones. Reconoce un rostro. Es su marido. Se miran, gritan sus nombres mientras el convoy de los hombres arranca. Es la última vez que se verán. Él morirá de extenuación en el campo de Bergen-Belsen, poco después de ser liberado.
El convoy de las mujeres finalizará su recorrido en Ravensbrück, de madrugada, a 22ºC bajo cero. Las mujeres son apeadas a golpes, insultos, culatazos, mientras los guardias azuzan a los perros. Las mujeres serán rapadas, desinfectadas, humilladas. Les dan un traje a rayas azules y calzado hecho con lona de camión grapada a una suela de madera. La mujer menuda que abrió la ventana del vagón intenta andar y mantener el equilibrio dentro de sus zapatos enormes, seis números más que su pie. Andando arriba y abajo por el barracón para habituarse al nuevo calzado realiza un bellísimo acto de resistencia: empieza a imitar los andares de Charlot, sus gestos. Las prisioneras del barracón prorrumpen en carcajadas y aplausos. La risa es una afirmación de la vida y una victoria sobre el horror.
La mujer menuda, Pulga la llamaban en la Resistencia, es Neus Català i Pallejà. Ganó una huelga con 14 años, consiguiendo equiparar salarios de hombres y mujeres; defendió la II República desde sus convicciones comunistas; pasó la frontera francesa a pie con 182 niños y niñas a su cuidado; ingresó en la Resistencia en funciones de enlace, llevando mensajes escondidos en su pelo y acogiendo maquis en su casa. Detenida por los alemanes y torturada en la prisión de Limoges sin delatar a nadie, será deportada a Ravensbrück primero y a Holleischen después, siempre bajo un cielo de plomo al que sobrevivirá.
Una mañana, terminada ya la II Guerra Mundial, Neus Català volvió a ponerse el traje a rayas de prisionera y fue a fotografiarse. Era una manera de constatar su renuncia al olvido, el firme compromiso a mantener encendido el recuerdo de todas aquellas mujeres masacradas en Ravensbrück.
Las olvidadas de los olvidados, republicanas españolas, mujeres de 40 nacionalidades gaseadas, muertas a palos, fusiladas, electrocutadas, esclavas de las grandes empresas alemanas (Mercedes Benz, Krupp, Siemens, IG Farbe...), madres de niños y niñas quemados vivos en los hornos crematorios, jóvenes polacas sometidas a atroces experimentos por el doctor Karl Gebhardt, presidente de la Cruz Roja alemana. Todas ellas, los nombres de las 92.000 mujeres asesinadas en Ravensbrück, a las que quisieron convertir en número y estadística, han vivido en la memoria de Neus Català. Ahora Neus Català debe vivir en la nuestra, solo la memoria nos salva del exterminio al que quieren condenarnos.
La paloma de Ravensbrück
Con Neus Català aprendías lo que era la vida de verdad. Su mirada, ahora que se ha apagado, nos hacía más falta que nunca
Frente a los negros cuervos de Ravensbrück Neus Català alzó las alas de la humanidad y la esperanza. También las de la memoria. Sobrevivió al campo de concentración —“era también de exterminio”, sostenía siempre ella, y a ver quién se lo iba a negar si había estado allí y tenía ese carácter que cualquiera le llevaba la contraria—, y lo hizo sin perder la fe en la gente y en que el mundo era mucho más que aquel agujero negro inmundo al que la lanzaron.
Un largo día tuve el privilegio de acompañarla en una de las visitas que hizo al campo, al este de Berlín. La vi estremecerse en los barracones, en la plaza de recuento, junto al lago en el que las SS obligaban a trabajar a las deportadas hasta la extenuación y la muerte. Y le agarré la mano —más espantado que ella— ante los crematorios. Acabé el recorrido con temblor de piernas y lágrimas en los ojos. Pero Neus no dudó en dar una segunda vuelta por necesidades de un equipo de televisión. “Mi deber es testimoniar lo que pasó aquí”, me dijo antes de regresar a dar otra vuelta al molino del horror. Qué mujer. Recia y valiente. Siempre dispuesta a luchar contra el olvido y contra el regreso de los cuervos como había luchado contra los nazis y contra el hambre, la enfermedad y la agria desesperanza del campo.
No dudó en enfrentarse a Enric Marco, el impostor de Mauthausen, que la temía. Tan pequeña y tan íntegra y corajuda Neus. Hecha de tesón y hierro viejo, de principios y de valores de la mejor especie. No se fabrica ya gente como ella. Una tarde de invierno en su casa hablamos durante horas de su vida. Cómo pasó a Francia tras la Guerra Civil, cómo la detuvo la Gestapo cargada con armas para la Resistencia, los interrogatorios y Ravensbrück. Cayó la noche sin que ella encendiera las luces. Apenas nos veíamos de un lado al otro de la mesa. Y me dijo “te quedarás a cenar”. No era una pregunta. Sacó unas rodajas de fuet, un poco de pan y dos vasos de agua. Y siguió hablando mientras dábamos cuenta del frugal ágape y las presas rebañaban sus cuencos y gemían por media patata o los restos de la sopa aguada de col y tifus.
Con Neus aprendías lo que era la vida de verdad y lo que valía y lo que tenemos en cada mañana de estos tiempos que nos parecen problemáticos. Y a apretar los dientes. Su mirada, ahora que se ha apagado, nos hacía más falta que nunca. Era también poeta. De versos sencillos y directos que recogían el tuétano de su experiencia. Vuela libre vieja amiga, valerosa paloma a la que jamás darán alcance los cuervos de este mundo. Ojalá fuéramos capaces de seguir el ejemplo de tu compromiso y de tu coraje.