Los sucesos que están ocurriendo estos días en Irán tras las últimas elecciones presidenciales sobre las que cada vez planea más la sombra del fraude, están poniendo al régimen de los ayatolás en unos aprietos que parece que nadie, ni siquiera ellos, preveía.
Estos acontecimientos que sacuden el país persa parecen esconder no sólo el rechazo al resultado electoral sino también el hartazgo de amplios sectores de la población con el gobierno ultraconservador de Mahmud Ahmadineyad. De esta forma se han sucedido masivas manifestaciones de protesta que protestan por la confirmación del carácter tiránico e inmovilista del régimen que los gobierna desde hace treinta años y claman por la repetición de los comicios y por la caída del gobierno.
Estos acontecimientos que sacuden el país persa parecen esconder no sólo el rechazo al resultado electoral sino también el hartazgo de amplios sectores de la población con el gobierno ultraconservador de Mahmud Ahmadineyad. De esta forma se han sucedido masivas manifestaciones de protesta que protestan por la confirmación del carácter tiránico e inmovilista del régimen que los gobierna desde hace treinta años y claman por la repetición de los comicios y por la caída del gobierno.
Los manifestantes y opositores tratan de organizarse tras la figura del líder opositor Mir Husein Musaví, que ya pidió al Consejo de Guardianes de la Revolución (otros cachondos mentales, como el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei) que revisara los resultados electorales, los anulara y convocara nuevas elecciones, obviendo el hecho de que tanto este órgano como el ayatollah Jamenei ya dieron su apoyo a Ahmadineyad.
En las calles los manifestantes se sinceran ante los informadores extranjeros confesándoles "la gente está dejando de soportar las cosas intolerables y está demostrando al régimen que no puede hacer todo lo que quiere".
Mientras, el gobierno prohíbe las manifestaciones de la oposición y amenaza con disolverlas por la fuerza, bloquea las comunicaciones con el exterior y la coordinación de los opositores interfiriendo Internet y los móviles, obstaculiza la labor de los periodistas extranjeros -o intenta directamente expulsarlos del país- y lanza a sus milicianos, los basij (como aquellas SA dependientes del partido nazi que sembraron el terror en la Alemania de los primeros años 30 del pasado siglo) contra los manifestantes, intentando intimidarlos y disolverlos con porras y pistolas, con el resultado de varios manifestantes muertos por disparos. El viejo e inmovilista Irán lucha contra el Irán joven y abierto a nuevas ideas que clama por reformas dentro del régimen que les permitan sentirse otra vez parte del mundo del siglo XXI. No sólo son dos las Españas.
Estos próximos días se prevén apasionantes y veremos si los centenares de miles de opositores insisten en sus reclamaciones y consiguen la repetición de las elecciones o el inmenso poder del régimen acaba por minar y vencer poco a poco las protestas de los manifestantes.
En la redacción de Vida y Tiempos... nos gustaría que esto no fuera así y que Irán pudiera optar por una apertura que ventilara los oscuros pasajes de un régimen teocrático y falsamente democrático (el cierre de medios de comunicación progresistas y el veto o detención de candidatos que no son afines al régimen, por poner un par de ejemplos, son moneda corriente en la política interna del país iraní) aunque tenemos nuestras serias dudas, a pesar de las presiones del ex-presidente Jatami.
Tampoco se muestra muy esperanzado el catedrático de Relaciones Internacionales Felipe Sahagun, que en el artículo Irán, tras el pucherazo, publicado en El Mundo nos presenta su visión sobre este mayúsculo asunto de la actualidad internacional, que mantiene los ojos del mundo fijos en lo que ocurre en el milenario estado persa, país de importancia capital dentro del frágil equilibrio de fuerzas de esa crucial región del mundo que es Oriente Medio.
Felipe Sahagun. Lunes, 15 de junio de 2009
La reelección del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, atufa a pucherazo y Occidente no puede mirar hacia otra parte, pero debe tener claro que cualquier condena o crítica del dirigente iraní y del proceso electoral recién concluido se interpretará dentro de Irán como una nueva agresión imperialista y, en vez de acelerar, frenará los cambios deseados.
La reelección del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, atufa a pucherazo y Occidente no puede mirar hacia otra parte, pero debe tener claro que cualquier condena o crítica del dirigente iraní y del proceso electoral recién concluido se interpretará dentro de Irán como una nueva agresión imperialista y, en vez de acelerar, frenará los cambios deseados.
Es más que improbable que, con una participación del 85%, Ahmadineyad haya obtenido casi un 63% después de cinco años de desgaste, promesas incumplidas y provocaciones gratuitas de todos sus adversarios internos y externos.
Las dos únicas ocasiones en que se han producido resultados comparables –las primeras elecciones de Rafsanyani y de Jatamí- han sido por la movilización del voto urbano, joven y femenino, masivamente a favor del cambio. Aunque Mir-Husein Musavi es hijo de la revolución y dirigió los gobiernos responsables de la mayor parte de las ejecuciones a las órdenes de Jomeini, en estas elecciones representaba ese cambio y había aglutinado a su alrededor a los principales partidarios de las reformas y de una relación menos agresiva con Occidente.
No es creíble que, habiendo sido Musavi el artífice de la gran movilización, Ahmadineyad, que ganó por los pelos la primera vez, sin contar siquiera con el apoyo firme de los principales líderes religiosos, haya sido el gran beneficiado por la nueva marea verde, comparable sólo a la de la revolución, hace 30 años.
Habiendo dado ya por buenos los resultados, es difícil que el Consejo de los Guardianes, el Ministerio del Interior y los tribunales de justicia declaren nulas, como pidió el domingo Musavi, las elecciones y reconozcan su victoria o convoquen nuevos comicios. El conflicto se tendrá que resolver, por lo tanto, en la calle y en los pasillos oscuros del poder, que en el Irán de 2009 está más diluido y repartido de lo que muchos observadores creen. El Ejecutivo ya no es la marioneta inerme de hace veinte años, pero Ahmadineyad se aprovecha, sobre todo, de la división en la cúpula clerical y militar para seguir desafiando y provocando a propios y a extraños.
Desde el sábado el ex presidente Akbar Hashemi Rafsanyani, valedor de Musavi, se encuentra en la ciudad santa de Qom buscando el apoyo, entre bambalinas, de los clérigos que controlan el Consejo de los Guardianes. Todo se mueve en el secreto, hasta el punto de que no sabemos si Jamenei ha estado detrás del pucherazo o ha sido el primer sorprendido por los resultados.
Las manifestaciones a favor de cada candidato, los enfrentamientos de seguidores de Musavi con la policía antidisturbios, las detenciones de dirigentes de la oposición, los ataques verbales del presidente contra los medios informativos extranjeros y los cortes de comunicaciones por Internet y por los móviles por el Gobierno para entorpecer la coordinación de la respuesta a su más que probable pucherazo seguirán durante días y semanas, pero –con el Ejército, la Guardia Revolucionaria y los clérigos, fuertemente divididos- es muy difícil que se repita en Irán una revolución verde, naranja o de terciopelo como las que hemos presenciado en otros países.
Detrás de Musavi están muchos clérigos, militares, empresarios e intelectuales que quieren dejar atrás la militarización de la política, el arma principal de la vieja guardia desde la revolución para mantener sus privilegios, y que ven en Ahmadineyad y sus lugartenientes un camino que sólo conduce a un régimen militar muy parecido al de Egipto. Todo menos eso es lo que ha defendido Musavi en la última campaña.
Las potencias occidentales no pueden dar por bueno lo sucedido, pero tampoco pueden dar un puñetazo en la mesa y romper las negociaciones con Teherán, pues con ello harían un gran favor a la vieja guardia empeñada en seguir como hasta ahora. Obama está haciendo lo correcto. Es el primer presidente estadounidense que se refiere a Irán por su nombre, República Islámica de Irán, y que está dispuesto a negociar con Teherán sin condiciones.
Si Ahmadineyad no escucha la voz de la calle en su propio país y la de los Gobiernos y medios de comunicación extranjeros e insiste, como ha hecho hasta ahora, en tratar a Obama como a Bush II, nuclearizar su país y seguir apoyando a los grupos más radicales de Oriente Medio, Washington y sus aliados europeos tendrán mucha más fuerza para imponer sanciones draconianas. El cambio de régimen por la fuerza y la injerencia en los asuntos internos iraníes deben descartarse por completo. Con un Irak ya hemos tenido bastante.
Los Gobiernos y periodistas occidentales haríamos bien en olvidar los binomios reformistas-conservadores u occidentales-antioccidentales con los que simplificamos y distorsionamos constantemente la realidad iraní. Por su experiencia histórica, por la propaganda de los últimos 30 años y por los cambios radicales ocurridos desde la muerte de Jomeini en Oriente Medio, la inmensa mayoría de los iraníes comparte el sentimiento de cerco y ve en el Israel nuclearizado, con misiles apuntando a Irán, su principal amenaza. Si a ello añadimos los efectos contradictorios en Irán de las intervenciones occidentales en Afganistán e Irak y la paranoia alimentada cada día por una propaganda nauseabunda, tenemos el cóctel perfecto para años de negociación y de conflicto. Esperar otra cosa es ignorar la realidad.