Más de dos meses y medio después de que en el 20 de abril de este año se produjera la explosión y el hundimiento de la plataforma petrolífera Deep Water Horizon de la compañía British Petroleum ya se calcula que unos 532 millones de litros de petróleo han sido vertidos al mar por ahora, destruyendo el ecosistema marino y costero de la región, ocasionando la mayor catástrofe ecológica de la historia de Estados Unidos. Tanto que en la visita que Barack Obama realizó a la zona a mediados de junio en medio del debate y la creciente tensión política el presidente estadounidense llegó a comparar esta catástrofe con el 11 de Septiembre de esta forma:
"Al igual que nuestra percepción de los puntos débiles de nuestra política exterior fue moldeada profundamente por el 11-S creo que este desastre cambiará la forma en la que pensamos sobre el medioambiente y la energía durante muchos años."
Esperemos pues que así sea y el presidente norteamericano reconduzca la política energética de su país apostando definitivamente por las energías renovables, ya que antes del accidente había autorizado nuevas prospecciones petrolíferas en mar abierto, buscando la ansiada independencia energética de su país. Si algo bueno se puede sacar de las grandes tragedias que nos da la vida es que nos permiten replantear y afrontar con otra mirada algunos temas que arrastraban desde su origen problemas y disfunciones muchas veces ocultas y esta calamidad podría convertirse en el hecho clave que condujera a los Estados Unidos (y tras ellos vamos los demás) a comenzar una nueva y revolucionaria política energética que podría cambiar el mundo.
Mientras, más de 50.000 barriles de petróleo siguen vertiéndose diariamente a las aguas del Golfo de México y los ecosistemas de la región siguen viéndose afectados de forma masiva. Y eso sí es una tragedia invaluable, que va mucho más allá de los millones de los dólares que se destinen a limpiar las playas y reacondicionar las infraestructuras humanas.