En la web de cortometrajes Cortosfera en su sección Corto del mes encontramos un artículo sobre "Noah", una excelente producción canadiense de dos directores noveles con mucho talento que cartografía con precisión las interacciones tecnológicas, sociales y emocionales del adolescente contemporáneo. Está en inglés sin subtítulos pero se entiende bien.
Walter Woodman, Patrick Cederberg (2013) Canadá
Sin levantar la vista de la pantalla del ordenador, Walter Woodman y Patrick Cederberg se sumergen en el vertiginoso torrente de las redes sociales para confeccionar un vibrante retrato del universo adolescente que supera con mucho el ejercicio de estilo y acierta de pleno con su frescura. No es de extrañar que Noah, Mejor Corto Canadiense en Toronto, haya tenido un inusitado impacto en Internet dado su enfoque, en el que las redes sociales no son en sí mismas las protagonistas, pero sí el medio fundamental de conexión entre los personajes que iremos viendo (leyendo en muchos casos) y la verdadera esencia del dispositivo narrativo. Todos ellos son adolescentes y usuarios empedernidos de redes sociales, a los que accederemos precisamente a través de este entorno, del que Noah nunca sale. Realmente no lo necesita para cartografiar la destrucción de la relación que une a nuestro protagonista (el Noah del título) con Amy.
Que las redes sociales forman parte sustancial de la cultura y la identidad juvenil contemporánea ya no ofrece discusión a estas alturas, y sus aportaciones y maneras no han tardado en permearse a otros lenguajes artísticos; Room, del recientemente galardonado en San Sebastián Fernando Franco, o Me llamo Roberto Delgado, de Javier Loarte, son sólo dos de los muchos antecedentes que se pueden citar al caso. Sin embargo,Noah logra ir un paso más allá de ellos, explorando con más profundidad y audacia las posibilidades expresivas de las herramientas que pone sobre el tapete.
Contra todo lo que pueda parecer a priori, nos encontramos ante un cortometraje terriblemente dinámico, por mucho que esté construido sobre dos únicos y larguísimos planos secuencia, a lo largo de los cuales se va desplegando un torrente de pantallas y conversaciones superpuestas en paralelo que inundan de frenética vitalidad la historia. La diversidad de formatos audiovisuales que salpica Noah refleja un mundo poliédrico inundado de imágenes, sonidos, textos, conversaciones, confidencias, canciones, sin que nada de todo esto sea cierto por sí sólo, ni tampoco falso en su totalidad a la hora de conocer a Noah. Nuestra visión de esa realidad y su personaje central surge precisamente de la acumulación de los perfiles y de sus fricciones internas, que se añaden, se restan o entran en contradicción. Las redes sociales, viene a ejemplificar Noah, han permitido construir diversas identidades, o en todo caso, escindir y compartimentar los diversos aspectos de una personalidad sin apostar sólo a un número.
Sólo así es como podemos conocer un poco a Noah y ese mundo adolescente del que emerge no se sabe bien si como ejemplo o como síntoma, pero en todo caso como el dibujo representativo de una inmensa minoría gris y acomodada de adolescentes a quienes se les han abierto nuevas puertas para explorar sus relaciones, expresar sus interioridades e interaccionar con el mundo gracias a la ventana de la pantalla del ordenador. También de crear un espacio propio, casi secreto, que a los adultos les resulta inaprehensible, cuando no sórdido y pernicioso. Y es que, por si no se han dado cuenta, una de las virtudes deNoah es codificar de otro modo, a través del tamiz de los nuevos lenguajes, usos y espacios de comunicación, las mismas obsesiones que han preocupado al cine adolescente de toda la vida. Noah refleja la búsqueda de la identidad, del afecto y el prestigio propias de la edad; lo que pasa es que la apuesta de Walter Woodman y Patrick Cederberg sobresale muy por encima de otras en frescura y precisión. Noah establece como axioma la identificación de su personaje protagonista con su ordenador. Sólo a través del segundo podemos penetrar en el primero. Evidentemente, Noah tiene un mundo aparte en el que vive y se mueve, pero que se elude en todo momento. El propio arranque de la película lo deja claro, con un primer plano que requiere la contraseña para entrar en el ordenador de Noah. A partir de aquí, lo que no ocurre en el contexto virtual es como si no existiese en realidad, invirtiendo los términos, del mismo modo que para otras generaciones lo que no sale en la televisión, la radio o los periódicos, no existe o carece de interés. Y al revés: todo lo que allí aparece es interesante por naturaleza.
Un buen ejemplo de esto es el eje sustancial de la trama, la relación de noviazgo entre Noah y Amy, que los directores van contando con distintos grados de sutileza (el contexto juvenil de las redes sociales no es precisamente muy dado a sutilezas). Una imagen de fondo de pantalla, restos de besos en una conversación anterior de WhatsApp, una frustrada charla de Skype en la que Amy se nos presenta grandiosa, ocupando todo el espacio; mientras que Noah es sólo un cuadradito abajo a la derecha. La conversación apenas da alguna pista. Más al contrario, anticipa un temor. Amy se ha mudado a otra ciudad, está muy atareada con los estudios, su nueva independencia, las nuevas amistades... La súbita interrupción deja a Noah sin saber a dónde lleva esta conversación, pero con una sospecha que se mudará en paranoia tras cambiar Amy su foto de perfil de Facebook, en la que sale junto a Noah, por una de ella sola. En esta situación, lo decisivo para nuestro protagonista no es la soledad, la distancia o la ausencia (motivos en sí más sustanciales a la hora de examinar su propia relación), sino este detalle. Parece que este noviazgo existiera sólo en términos virtuales, donde los episodios han pasado a ser recuerdos de una vida pasada más feliz, que ya sólo tienen fuerza y animosidad en eseotro plano al que realmente pertenecen y donde únicamente tienen importancia. Ese cambio trastoca a Noah, que descubre su impotencia: en el plano virtual las emociones se viven de forma unilateral y aislada. Ante esta frustración, Noah sólo puede recurrir a la violencia, al asalto, a la violación para conocer la verdad. Una verdad hecha de imágenes y microconverasciones sustraidas al recuerdo, que descontextualizadas se transforman en pruebas demoledoras.
Y para finalizar, un epílogo. Noah regresa semanas después. Walter Woodman y Patrick Cederberg, dos estudiantes de la Ryerson University que debutan en la dirección con este primer y excepcional corto, nos han restringido la visión de Noah, nos han frustrado la imagen de Amy y Kayne, el amigo de Noah, es apenas una entidad abstracta a la que ni siquiera podemos poner rostro. Ahora estamos ante un Noah que se ha vaciado. La imagen de fondo de escritorio ha desaparecido, fondo de serie (territorio virgen a conquistar y rellenar); fotos y canciones son engullidas por el cubo de la basura (los recuerdos virtuales son más fáciles de eliminar que los otros); un cursor dubitativo moscardea sobre el acceso al Facebook de Amy...
Y aquí es donde llega otro de los hallazgos del corto: un carrusel de personajes solitarios, pervertidos, exhibicionistas, entrañables, alegres, enfadados que brota de un programa de chat aleatorio nos abre una mirilla a distintos Noahs en encuadres del mismo tamaño, mirándose de igual a igual; todos particulares y concretos, pero todos unidos por el mismo deseo de conectar con un mundo exterior, mayor que la habitación que cada uno ocupa. Un mundo extenso, anónimo, impune e imprevisible al que huir cada noche y donde, tal vez, se pueda hallar escondida la felicidad.
Y aquí es donde llega otro de los hallazgos del corto: un carrusel de personajes solitarios, pervertidos, exhibicionistas, entrañables, alegres, enfadados que brota de un programa de chat aleatorio nos abre una mirilla a distintos Noahs en encuadres del mismo tamaño, mirándose de igual a igual; todos particulares y concretos, pero todos unidos por el mismo deseo de conectar con un mundo exterior, mayor que la habitación que cada uno ocupa. Un mundo extenso, anónimo, impune e imprevisible al que huir cada noche y donde, tal vez, se pueda hallar escondida la felicidad.