Desde hace años, busco una imagen: una fotografía tomada entre 1975 y 1979 en Camboya por los Jemeres Rojos. Una sola imagen no sirve como prueba de un genocidio, pero invita a la reflexión, permite reconstruir la historia. La he buscado en vano en los archivos y por todas partes. Ahora he llegado a la conclusión de que esa imagen debe faltar. Lo que ahora propongo no es una imagen, o la búsqueda de una imagen, sino más bien la imagen de una búsqueda: la búsqueda que permite el cine. Ciertas imágenes deben seguir faltando por siempre, y deben ser reemplazadas por otras: en este movimiento esta la vida, el combate, la pena y la belleza, la tristeza y los rostros perdidos, la comprensión de lo que fue, a veces la nobleza e incluso la valentía, pero nunca el olvido. Rithy Panh
"Además de una lección de historia es un ensayo sobre la capacidad del lenguaje cinematográfico para evocar la memoria personal desde la más radical, casi osada, propuesta estética. A un centímetro de la obra maestra."
Jordi Batlle Caminal: Diario La Vanguardia
Obviando los lugares comunes del documental de denuncia, el director camboyés Rithy Panh nos ofrece un acercamiento novedoso (como hizo Joshua Oppenheimer en 'The Act Of Killing' que ya publicamos en este blog) a otro de los abundantes genocidios perpetrados en el sudeste asiático en la segunda mitad del siglo XX, en este caso el producido en Camboya entre los años 1975 y 1979, que causó entre dos y tres millones de muertos.
La ideología psicópata de los khemer rouge de Pol Pot y sus terribles efectos contra su propia población (también de etnia khemer, por lo que se trataría, técnicamente, de un auto-genocidio de clase), es retratada por el director camboyano recurriendo a muñequitos y escenarios tallados en barro con los que representa la demencia maoísta khmer y que causan tanto horror y compasión como si fueran personas de carne y hueso.
En esta coproducción francesa-camboyana del año 2014, Rithy Pan compone un emotivo y doliente relato en primera persona de su tenebrosa infancia durante aquellos años, mientras se aferraba a la vida en los campos de exterminio. Sus estáticos aunque elocuentes muñequitos de arcilla exorcizan los traumas y recuerdos de aquella época terrible, demostrando que el arte puede mirar a los ojos de la tragedia sin recurrir a imágenes truculentas y sensacionalismos para mostrar los más oscuros abismos de la naturaleza humana. Imprescindible.
La ideología psicópata de los khemer rouge de Pol Pot y sus terribles efectos contra su propia población (también de etnia khemer, por lo que se trataría, técnicamente, de un auto-genocidio de clase), es retratada por el director camboyano recurriendo a muñequitos y escenarios tallados en barro con los que representa la demencia maoísta khmer y que causan tanto horror y compasión como si fueran personas de carne y hueso.
En esta coproducción francesa-camboyana del año 2014, Rithy Pan compone un emotivo y doliente relato en primera persona de su tenebrosa infancia durante aquellos años, mientras se aferraba a la vida en los campos de exterminio. Sus estáticos aunque elocuentes muñequitos de arcilla exorcizan los traumas y recuerdos de aquella época terrible, demostrando que el arte puede mirar a los ojos de la tragedia sin recurrir a imágenes truculentas y sensacionalismos para mostrar los más oscuros abismos de la naturaleza humana. Imprescindible.
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La memoria encontrada
11 de Abril de 2014
Quien teme es que algo debe. No falla. Pura sabiduría popular, que por norma general sabe perfectamente de lo que habla. El que en determinados países (mirémonos al espejo, deprisa) el concepto ''memoria histórica'' haga que la gente presuntamente civilizada saque al animal que hay en su interior es, por supuesto, muy indicativo. Algunos de los más distinguidos miembros de la distinguidísima clase dirigente se rasgan las vestiduras, vociferan cual energúmenos, esgrimen argumentos del todo irracionales y, si el espectador se fija, se dará cuenta cómo el sudor (frío... glacial) empapa su frente. Porque en realidad no están enfadados porque una panda de insensatos se haya empeñado en remover la mierda, en abrir cicatrices y en vaya-usté-a-saber-qué otras maldades más; en realidad temen que sus deudas (que por costumbre son muchas y muy gordas) les pasen factura.
Queda claro, pues, que nadie está a salvo de su pasado (ya sea a nivel individual o colectivo), pero más obvio se hace todavía constatar que hay sitios en los que el maldito fantasma es mucho más terrorífico que en otros. Lo recordamos hace poco, por ejemplo, junto a Joshua Oppenheimer (y junto a buena parte de su equipo no-acreditado) en la imprescindible 'The Act of Killing': la impunidad, la glorificación desviada y el hecho de vendarse los ojos hacen que el monstruo (así como su amenaza) crezca exponencialmente.
Aquello sucedió en Indonesia, país donde el horror ha pervivido gracias en parte a la infinidad de máscaras que ha aprendido a ponerse. Desgraciadamente, y como ya se ha dicho, no es ésa una excepción, sino un destacado miembro del museo de los horrores. Camboya, por muy poco que se sepa sobre su historia (especialmente sobre historia más reciente), ni falta hace decir que es otro de sus más ilustres integrantes.
Aquello sucedió en Indonesia, país donde el horror ha pervivido gracias en parte a la infinidad de máscaras que ha aprendido a ponerse. Desgraciadamente, y como ya se ha dicho, no es ésa una excepción, sino un destacado miembro del museo de los horrores. Camboya, por muy poco que se sepa sobre su historia (especialmente sobre historia más reciente), ni falta hace decir que es otro de sus más ilustres integrantes.
'La imagen perdida' es el inmejorable título del último trabajo de Rithy Panh, director de cine camboyano con especial interés por el documental, y obviamente marcado por el espeluznante pasado del país en el que se crió, o mejor dicho, en el que tuvo que sobrevivir.
La pregunta que da inicio a la aventura se expresa en pocas palabras, pero resulta a veces que el espacio más reducido encierra el contenido más concentrado; más denso. Al grano: Si una imagen vale más que mil palabras, ¿existe una imagen capaz de atestiguar todas las atrocidades sufridas por el pueblo camboyano? La respuesta está en el impasible muro de una imposibilidad inteligentemente aprovechada (como hacen siempre los mejores documentalistas), resultando así el -desesperante- proceso de búsqueda en el auténtico protagonista de la función. En esta ocasión, no importa tanto el ''qué'' sino el ''cómo''.
La pregunta que da inicio a la aventura se expresa en pocas palabras, pero resulta a veces que el espacio más reducido encierra el contenido más concentrado; más denso. Al grano: Si una imagen vale más que mil palabras, ¿existe una imagen capaz de atestiguar todas las atrocidades sufridas por el pueblo camboyano? La respuesta está en el impasible muro de una imposibilidad inteligentemente aprovechada (como hacen siempre los mejores documentalistas), resultando así el -desesperante- proceso de búsqueda en el auténtico protagonista de la función. En esta ocasión, no importa tanto el ''qué'' sino el ''cómo''.
Mezclando de forma valiente el documental y el cine de animación más calculadamente rudimentario, el cineasta talla, a partir del barro que le vio crecer, una serie de figuras que, combinadas con un excelente trabajo de recopilación (pero sobre todo, de comprensión) de material de archivo, hacen que los millones de gritos que se oyeron entre 1975 y 1979 en los interminables arrozales de Camboya bajo la brutal dictadura de Pol Pot, se silencien en los altavoces de la sala... para que así puedan resonar con toda la fuerza de la Historia en nuestra cabeza.
Más allá del aprovechamiento brillante de los documentos y del -sobresaliente- sentido narrativo, la arriesgada propuesta de Rithy Panh cautiva desde el primer al último fotograma por ser una lección maestra de Historia aplicada al cine.
Más allá del aprovechamiento brillante de los documentos y del -sobresaliente- sentido narrativo, la arriesgada propuesta de Rithy Panh cautiva desde el primer al último fotograma por ser una lección maestra de Historia aplicada al cine.
No sólo es un contundente paseo por la macabra huella de los Jemeres Rojos (cuyo impacto en ningún caso se logra aquí con imágenes desagradables), sino que también es una lúcida y esperanzadora reflexión sobre cómo, hasta del terror, puede surgir la esperanza; sobre cómo el séptimo arte es también una de las más poderosas armas a la hora de conservar una memoria vitalmente necesaria, que ni los temores más culpables ni los gritos más estridentes de este planeta deberían ser capaces de acallar. No es por el gusto sádico de remover la mierda (que a día de hoy sigue habiéndola... y mucha), mucho menos por ver qué pasa cuando se abren las heridas mal cicatrizadas, es por la firme voluntad de que lo más sagrado (fruto quizás del mismísimo infierno, de acuerdo) no muera por obra y gracia de un olvido demasiado a menudo impuesto. Una imagen perdida a cambio de una memoria (re)encontrada. El trato no podía ser más atractivo.