"Fischer estuvo en Sevilla jugando unas simultáneas, la federación le preparó una pequeña trampa y le puso unos aficionados muy fuertes. Perdió con Eugenio Gómez, única partida que perdió en España e hizo tablas con mi padre, Julián Alonso. Me cuenta mi padre que habían terminado todas las partidas y quedaba solo la suya. Hemos analizado la partida y Fritz da 2,1 a favor de mi padre. Fischer se sentó, puso los pies encima de la mesa, pidió una coca-cola y un bocadillo y se puso a jugar el final apremiando a mi padre para que jugara "al toque". El presidente de la sevillana le dijo: la tenías ganada Julián. Mi padre le contestó: siéntate tú y juega a ver qué haces. No es solo como jugaba sino la presión que lograba transmitirte. Otro gran veterano del ajedrez sevillano, José María Gómez Feria, me cuenta que esa noche llevaron a Fischer a un tablao flamenco para homenajearlo. Según me dice José María había unas bailaoras espectaculares. Fischer se sentó contempló el espectáculo uno o dos minutos y sacó un ajedrez de bolsillo de la chaqueta y se puso a analizar". Para mí Fischer siempre fue un mito, pero creo que su gran drama fue que a pesar de ser algo precioso, en su vida no había otra cosa, solo ajedrez. VER EL DOCUMENTAL EN VK
Fischer, o las dos caras de un genio
Larry Graham estaba muy excitado aquella mañana primaveral de 1991 en un hotel cercano al aeropuerto de Francfort. Iba a comer en secreto con su ídolo, Bobby Fischer, desaparecido de la vida pública durante 19 años. Ese día, Graham conoció a un ser de inteligencia excepcional, pero también se asomó al lado oscuro y sórdido del ajedrecista más carismático de la historia. Hoy, a los 61 años, Fischer, detenido en el aeropuerto de Tokio, pide asilo en un tercer país para librarse de 10 años de cárcel en Estados Unidos por escupir en 1992 sobre un documento del Gobierno.
"¡Bobby Fischer es el nuevo campeón del mundo de ajedrez!". Las radios y televisiones estadounidenses interrumpieron su programación el 1 de septiembre de 1972, mientras Fischer se recluía en su hotel de Reikiavik (Islandia) tras destronar al soviético Borís Spasski. Horas después, el presidente Richard Nixon le envió un emotivo telegrama. Los tableros y libros de ajedrez estaban prácticamente agotados en los cinco continentes porque aquel duelo, en plena guerra fría en la URSS y EE UU, había sido noticia de primera página durante dos meses.
Mal comienzo
Nervioso como nunca, Fischer perdió la primera partida tras arriesgar en exceso, y la segunda, por incomparecencia, en protesta porque las cámaras de televisión y el público le molestaban. En otra sala sin público y con las cámaras camufladas, Fischer ganó la tercera y rompió su bloqueo mental, lo que le permitió proclamarse campeón dos meses después y ser recibido en la Casa Blanca como un héroe, mientras a Spasski le trataban en Moscú como a un traidor.
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Más que satisfecho, Fischer se vuelve muy amable y sincero. Graham ve que quienes atribuyen a Fischer un cociente de inteligencia superior al de Einstein no andan descaminados. Pero por la noche, mientras ambos pasean por la parte vieja de Francfort, Fischer vomita un lenguaje soez, no sólo contra "los comunistas", por sus múltiples conflictos con los soviéticos, sino también contra las mujeres, los negros y, muy especialmente, los judíos, a pesar de que su madre era judía. Esa noche, Graham comprende que Fischer es un enfermo mental: es imposible que una persona tan inteligente mantenga esas opiniones profundamente racistas y machistas, si no es por una enfermedad.
Esa impresión se confirma en Los Ángeles, pocos meses después. A veces, Fischer exhibe una lucidez extraordinaria. Otras, habla y se comporta igual que un niño. También surge su paranoia: acusa al ajedrecista y disidente soviético Víktor Korchnói, que sufrió mucho, antes y después de escaparse de la URSS, de ser un espía al servicio del Kremlin. Un día, tras pasear unos diez kilómetros con Graham, le dice: "Ahora te pido que des media vuelta, con el fin de que no veas qué autobús voy a coger para volver a casa".
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Paralelamente se van conociendo detalles ocultos de su vida, que ayudan a entender su mente atormentada de superdotado. Su madre, Regina Wender, de origen suizo, estudió medicina en la URSS, hablaba ocho idiomas y fue diagnosticada de paranoia en 1943 en EE UU; divorciada, cambiando constantemente de trabajo y residencia, apenas pudo dedicar tiempo a la educación de sus dos hijos, Bobby y Joana. Su padre legal, el alemán Gerhard Fischer, fue probablemente un espía soviético que ya no estaba en casa cuando nació Bobby, aunque accedió a darle su apellido, y se refugió después en Chile. Su padre biológico, Paul Nemenyi, fue un eminente científico húngaro que murió cuando Bobby era muy pequeño.
Sin pasaporte
En diciembre de 2003, el Gobierno de EE UU canceló el pasaporte de Fischer, lo que motivó que fuera detenido por la policía japonesa la semana pasada cuando intentaba volar a Filipinas, donde hace cuatro años tuvo una hija, cuya madre es mucho más joven que Fischer. Ahora, 12 años después del delito, el Gobierno japonés, que no concedió la extradición del ex presidente peruano Alberto Fujimori en 2001, decidirá si extradita a Fischer, quien podría ser encarcelado hasta 10 años si se aplica estrictamente la ley de EE UU y no se considera su enfermedad como atenuante o eximente. Millones de admiradores hubieran preferido que Fischer desapareciese como un mito viviente, y muchos aún dudan de que la parte oscura de su vida no sea una exageración de la prensa. Por desgracia, lo único falso de todo lo aquí escrito es la identidad de Larry Graham, un seudónimo del autor de estas líneas para no expresarse en primera persona.