Hoy miramos al este, a Bielorrusia donde, a pesar de desaparecer de los noticieros por la omnipresencia de la pandemia vírica, continúan las protestas multitudinarias contra Aleksandr Lukashenko tras el flagrante pucherazo de las recientes elecciones presidenciales del 9 de agosto de este mismo año. ¿Lograrán las protestas ciudadanas masivas tumbar al último dictador europeo?
Primeros años
Lukashenko es el político del continente europeo que más años lleva en el poder. Fue el primero en ganar las primeras elecciones presidenciales democráticas, celebradas el país en 1994, después de la desintegración de la URSS, siendo el único diputado que votó en contra de la independencia de la misma en 1991. Llegó a la presidencia del país haciendo bandera de lucha contra las corruptelas del poder soviético desde la presidencia del Comité Anticorrupción.
Bielorrusia es el único país europeo que aún mantiene una economía planificada, muy similar a la de la Unión Soviética, de la que Alexander Lukashenko dice ser un gran nostálgico. Lukashenko aplicó algunas medidas económicas del antiguo sistema soviético, como el control estatal de parte de la economía, manteniendo la sanidad y la educación públicas y gratuitas.
Según datos del Banco Mundial, entre el año 2000 y el 2018 el porcentaje de personas que vivían bajo el umbral de la pobreza bajó del 41,9% al 5,6%. La sanidad y la educación son gratuitas y la tasa de paro es relativamente muy baja, al menos hasta la llegada de la pandemia. El país cuenta con una potente industria de maquinaria agrícola y abundantes recursos carboníferos y madereros.
En 2001 revalidó la presidencia con el 77,4% de los votos presentándose como garantía de crecimiento y estabilidad. En esos momentos Lukashenko tenía un gran apoyo popular por distintas reformas sociales que, como hemos visto, sacaron a mucha gente de la miseria, pero fue entonces, cuando ya se sentía dueño y señor de Bielorrusia, cuando comenzaron sus ademanes autoritarios, el hostigamiento sobre la prensa independiente y la represión contra la disidencia. Como Chávez en Venezuela, vaya.
José Ángel López Jiménez, profesor de Derecho Internacional Público, sostiene en su análisis "Un régimen en el laberinto: Lukashenko, ¿supervivencia política a la sombra del Kremlin?" que el autócrata ex-soviético ha ido instrumentalizando en su favor dos elementos clave.
Uno es la homogeneidad étnica de la República, con el 84% de la población de mayoría bielorrusa, sobre 9,5 millones de habitantes. Ello ha favorecido la convivencia entre minorías y la ausencia de secesionismos relevantes que pudieran eventualmente ser utilizados por Rusia, como en sus repúblicas vecinas (Moldavia, Georgia o Ucrania).
De esa forma la reafirmación de la identidad nacional propia –mediante la promoción lingüística del idioma– facilitó la construcción de la estatalidad independiente tras la disolución de la Unión Soviética y, por consiguiente, la del propio Lukashenko al frente del mismo. El segundo elemento sería el factor religioso, pues Lukashenko ha ido forjando una alianza importante con la iglesia ortodoxa marginando a la Iglesia católica y atrayendo el voto de sus fieles y su poder social.
Sobre todo a partir de esas elecciones de 2001 fue cuando Lukashenko dejó de gobernar para el pueblo, haciendo de la mentira y la represión su forma de gobierno, manipulando todos los resortes del poder para hacerse con el control absoluto de las instituciones del Estado, con el objetivo final de garantizar su puesto como ha conseguido su gran mentor y amigo, Vladimir Putin.
Lukashenko siempre se ha mantenido cercano a Rusia, mientras que ha preferido guardar las distancias con Occidente. Moscú ha sido, de hecho, el gran balón de oxígeno del régimen, tanto a nivel político, energético y económico como en el plano militar, incluido un tratado de unión bilateral y también su inclusión en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), suscrito por antiguas repúblicas ex-soviéticas. De hecho, en las últimas semanas el ejército ruso se ha reforzado en la frontera entre ambos países y se han realizado maniobras militares conjuntas. Así, con el respaldo total de Rusia, Lukashenko tuvo vía libre para manipular elecciones a su antojo.
En marzo de 2016, las terceras elecciones a las que Lukashenko se presentaba, volvió a ganar con el 82,6% de los votos. La oposición denunció fraude electoral. Asimismo, los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) afirmaron que los comicios no cumplieron los requisitos necesarios para ser considerados democráticos.
En su comunicado, destacaron algunas de las "ineficiencias" que se encontraron en Bielorrusia: la declaración del KGB de Bielorrusia (los servicios de seguridad), que asociaban a los grupos de oposición con el terrorismo, así como las restricciones arbitrarias a las campañas de los candidatos de la oposición, la propaganda de los medios estatales a favor del presidente, la obstrucción al trabajo de la prensa independiente, la presión sobre el electorado y la exclusión de representantes de la oposición en el proceso electoral.
A la vista de las pruebas aplastantes, la Unión Europea sancionó por primera vez a Lukashenko por su autoritarismo y las farsas electorales, cada vez más descaradas. Las sanciones, que afectaron al presidente y a sus cómplices en la triquiñuela electoral, incluían una prohibición de visados para entrar en los países de la UE y la congelación de sus fondos en dichos países. Pero a Lukashenko, teniendo a Putin a su lado eso le importó más bien poco.
El documental 'Bielorrusia, una dictadura ordinaria', de la productora ARTE.tv nos lleva a conocer las peculiaridades políticas y sociales bielorrusas bajo el autoritario gobierno de Lukashenko y cómo han surgido y se han mantenido las masivas protestas ciudadanas por todo el país a pesar de la represión policial.
No obstante, en la última década el país ha vivido una serie de crisis económicas que han debilitado su economía y que podrían haber aumentado las cifras de pobreza hasta alcanzar el 29%. Así lo indica el informe 'Poverty Dynamics in Belarus from 2009 to 2016', publicado por FREE Network, una red de institutos de investigación política.
A rasgos generales es en el entorno rural, donde se hallan los koljoses (granjas colectivas bajo control del gobierno), donde se halla el mayor apoyo a Lukashenko. Por el contrario, es en las ciudades (como suele suceder en casi todos los países) donde hay mayor apoyo a la oposición.
Pese a todo, el descontento ha llegado también a algunas zonas rurales del país y el ciudadano bielorruso se debate entre la sumisión al poder autocrático y una peligrosa resistencia ciudadana.
Porque al hartazgo de la población por los masivos fraudes electorales se suma la terrible gestión de la crisis sanitaria de la COVID-19 en el país, donde en el mismo mes de mayo que mantenía confinado a la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos en Bielorrusia se podía ir a bares, restaurantes, conciertos, partidos de fútbol y hockey, incluso a la celebración en mayo de un desfile militar multitudinario en conmemoración del 75º Aniversario de la victoria en la Segunda GM.
Es decir, se podía hacer de todo con la única recomendación de llevar mascarilla. Incluso el presidente se ha permitido el cinismo de aconsejar "ir a la sauna, beber vodka, jugar al hockey y trabajar duro" para evitar el coronavirus. Todos estos factores han ido debilitando la buena prensa del régimen.
A eso se le suma el Internet caído durante días para dificultar la organización de las manifestaciones, las denuncias de torturas y brutalidad policial en comisarías y las huelgas en las principales industrias del país. Este último punto es crucial, pues indica que los sectores sociales que más apoyaron a Lukashenko, la clase obrera empleada en industrias estatales, empiezan a alejarse de él. La inusitada violencia represiva colmó la paciencia de quienes habían hecho oídos sordos hasta entonces.
El descontento ha ido calando durante estos años en la sociedad bielorrusa y la espita que hizo explotar la rabia fue el enésimo fraude electoral, esta vez en las presidenciales del 9 de agosto de este año, las sextas a las que se presentaba el actual presidente, con un inverosímil 80% de los votos. Además, con la oposición desbaratada pues uno de sus principales oponentes, Viktor Babaryko, había sido arrestado en junio, otro, Valery Tsepkalo, huyó a Rusia poco después temiendo correr la misma suerte y la más conocida en Occidente, Sviatlana Tsikhanouskaya, estaba ya huída a Lituania desde donde instaba, días después, a la creación de un marco legal que garantice que puedan celebrarse de nuevo unas elecciones justas.
La reacción de los bielorrusos fue casi inmediata. A los pocos minutos de conocerse los resultados, los residentes de Minsk, la capital del país, y otras ciudades empezaron a concentrarse en las principales plazas y avenidas para manifestar en contra de lo que consideran una manipulación de los comicios.
Más de 250.000 partidarios de la oposición bielorrusa salieron a la calle en Minsk en la bautizada como Marcha por la Libertad, armados de la bandera blanquirroja, la que representó al país entre 1991 y 1994 y que luego fue sustituida por la que había en la época soviética, aunque sin la hoz y el martillo.
A diferencia de lo que pasó en Kiev en 2013, en las manifestaciones no hay banderas de la Unión Europea, de la OTAN o de Estados Unidos, y entre las personas que conforman la marcha no existe una retórica de confrontación Rusia-Occidente como sí hubo en Ucrania. Pero Lukashenko respondió de la única manera que sabe hacerlo, mandando a los militares a reprimir las protestas y en menos de una semana los manifestantes detenidos ya eran casi 7.000.
El líder reaccionó con la soberbia propia de los déspotas. Se hizo grabar, mientras descendía de un helicóptero con kalashnikov en la mano y chaleco antibalas, dando ánimos a sus militares. Llamó "ratas" a los manifestantes y organizó una marcha a favor de sí mismo y su continuidad en el poder.
Partidarios de Lukashenko en una movilización en apoyo al líder autoritario, el 19 de agosto en Minsk.Tatyana Zenkovich / EFE
La afluencia fue escasa, de poco más de 30.000 personas, y en ella Lukashenko dejó claro que prefería morir a entregar al mando: "Hemos construido un bello país, con sus dificultades y desperfectos. ¿A quién queréis entregarlo? Si alguien quiere entregar el país, ni muerto lo permitiré”.
Partidarios de Lukashenko en una movilización en apoyo al líder autoritario, el 19 de agosto en Minsk.Tatyana Zenkovich / EFE
El régimen se vio desbordado por la intensidad y persistencia de los manifestantes. A los pocos días del estallido, Lukashenko se vio obligado a pedirle ayuda a Putin, su tradicional aliado. La relación entre ellos no estaba pasando su mejor racha, pero pese a todo Rusia le prometió una "asistencia integral" en caso de "amenazas militares externas".
Putin no perdió la ocasión de alimentar la tensión con Occidente jugando la carta de la insidia: "Estas protestas fueron organizadas por figuras oscuras del extranjero". Paradójicamente, pocas semanas antes del inicio de las protestas, Lukashenko anunció la detención de 33 paramilitares rusos que buscaban "desestabilizar el país en periodo preelectoral".
Bielorrusia ha estado sumida en la confusión desde que se conoció el resultado de las
elecciones presidenciales. Es la última dictadura en el continente europeo, y la gente
lucha por alcanzar la libertad. El reportaje de la productora ARTE, 'Bielorrusia lucha por la democracia', toma el pulso al país al calor de los últimos acontecimientos. Es también un necesario testimonio de la brutal represión que están sufriendo los manifestantes.
Las protestas no han cesado desde entonces. Los bielorrusos siguen en la calle y la policía de Lukashenko continúa con lo que Amnistía Internacional ha descrito como "campaña generalizada de tortura". La situación parece estancada y ninguno de los dos bandos da su brazo a torcer.
El desenlace es incierto, pero la comunidad internacional empieza a posicionarse. Parece que la ONU está dispuesta a investigar los abusos policiales contra manifestantes, mientras que la UE ha optado por imponer sanciones a Bielorrusia. La lista de sanciones como la congelación de activos o la prohibición de viajar a la Unión Europea, incluye a viceministros, responsables de las fuerzas especiales, altos cargos del servicio secreto, mandos policiales o directores de prisiones de Bielorrusia, pero no al propio Lukashenko. El derrocamiento del sátrapa podría ir para largo.
Desde el comienzo de las revueltas, Lukashenko se empeñó en reprimir con la misma saña a los manifestantes y a los periodistas independientes. Y lo hizo, lo sigue haciendo, sin ningún pudor. Tanto ha sido así que incluso la periodista y escritora Svetlana Alexievich, premio Nobel de Literatura en 2015 y activa opositora al régimen bielorruso, tuvo que abandonar el país a comienzos de septiembre. Llevaba semanas siendo acosada, con un intento de asalto a su casa incluido, antes de optar por exiliarse en Alemania.
La autora de "La guerra tiene rostro de mujer" formaba parte del Consejo de Coordinación, creado por la oposición para facilitar una transición democrática en el país. “No queda ninguno de mis correligionarios de la dirección del Consejo de Coordinación. Todos están en prisión o expulsados del país”, denunciaba la periodista, "lo que está sucediendo es terror contra el pueblo". Su caso es solo el más visible de los muchos que están teniendo lugar en el país.
La misma Alexievich, en una entrevista en El País de antes de que tuviera que marcharse, reconocía “Sentí que vienen largos y malos tiempos (...) No sé cómo, pero con las fuerzas internas y sin ayuda exterior no podemos superar la situación”. “(...) está en marcha una total represión. Despiden a los trabajadores, echan a la mitad de las plantillas. El país se dividió y da igual que hayan salido centenares de miles de personas a manifestarse en Minsk. También han salido en otras ciudades, pero en ellas se trata de kamikazes, porque no son tantos. Nuestra sociedad civil no tiene aún las fuerzas necesarias para lograr la democracia”
Y respecto a la improbable posibilidad de que Rusia pudiera ayudar al movimiento revolucionario Alexievich era tajante:¿Acaso no queda ninguna esperanza procedente de Rusia? “¿Acaso Rusia necesita una Bielorrusia libre? ¿Acaso Rusia quiere nuestra victoria? Si eso sucediera, entonces los rusos se preguntarían sobre sí mismos y (se preguntarían) por qué ellos están así y entonces allí comenzaría lo mismo que aquí. Así que está excluido y no hay nada de que hablar. Por mucho que lo odien, Lukashenko de todas maneras es suyo. Nosotros también pensábamos que se encontraría un consenso en la sociedad y que encontraríamos a un presidente de transición que pudiera gestionar unas elecciones libres, pero no ha sucedido. Entendí esto este domingo cuando vi la enorme cola de vehículos militares en todas las calles de Minsk y los uniformados en su interior. En la ciudad han entrado los militares, y ya lo advirtió el ministro del Interior, que tendríamos que vérnoslas con el Ejército”...
La opinión de la diáspora bielorrusa en nuestro país
Nuestra compañera en FronteraD Amelia Serraller entrevistó en la revista digital FronteraD a varios ciudadanos bielorrusos residentes en España sobre la situación de su país. Un par de preguntas abordaban precisamente esta asfixia informativa que está imponiendo Lukashenko:
AS: ¿Cuál es la situación de los periodistas independientes?
AY: Casi el 90% de los periodistas que han pasado un mes trabajando en Bielorrusia han sido detenidos. Algunos diez días, otros solo uno: pero hablamos de una cifra oficial. Siempre hay riesgo, contactamos con periodistas internacionales, a veces para interesarles o “picarles”. ¿Conoce a Jalis de la Serna? Su visado fue rechazado, pero aún así irá por su cuenta. Hay muchos periodistas que no pueden entrar con su cámara y equipo de trabajo. Lo hacen de paisano desde Rusia. El régimen les está echando a todos.
AS: ¿Cree que la información que nos está llegando en España es buena?
AY: Ni sí ni no. Los medios le quitan dramatismo, para no añadir leña al fuego. Les pusimos en contacto con 20 personas que habían sido torturadas en la cárcel, dispuestas a contarlo. Y de momento no hemos visto ni una sola, aunque se han hecho. Tienen cierta presión del Ministerio, porque nunca se sabe. Yo creo que España está esperando a que la UE alcance por fin un acuerdo. Eso sí, la ministra de Asuntos Exteriores (Arancha González Laya) nos habló en la ONU: le admira nuestra actividad.
Lukashenko y su policía no hacen distinciones entre los periodistas bielorrusos y la prensa extranjera. A comienzos de octubre, el Ministro de Asuntos Exteriores bielorruso canceló todas las acreditaciones para periodistas extranjeros. Según las autoridades, se trata de una medida orientada a garantizar la "seguridad informativa" del país. "No es como la guerra, pero se parece, presión y más presión cada día", ha dicho Barys Haretski, presidente de la Asociación de Periodistas de Bielorrusia.
Pero Lukashenko no se ha limitado a presionar y denegar acreditaciones. Desde el 9 de agosto, cuando empezaron las protestas, 277 periodistas han sido detenidos en Bielorrusia, según datos de la Asociación de Periodistas de Bielorrusia. Cuarenta de ellos fueron detenidos el sábado diez de octubre en el transcurso de las nuevas manifestaciones contra el fraude electoral.
Las intenciones del régimen están claras, cuantos menos testigos, mejor. Y se está empleando a fondo para conseguirlo. Durante las primeras semanas de protestas, los periodistas bielorrusos denunciaron un apagón informativo que había bloqueado el acceso a más de setenta webs. Entre ellas, varios medios de comunicación críticos con el gobierno de Lukashenko como Masheka.by o Vitebsky Kurier (El Correo de Vitebsk).
La respuesta no se hizo esperar. Reporteros sin Fronteras, una organización que vela por la libertad de prensa en todo el mundo, desbloqueó algunos de esos portales censurados. Lo hizo a través de la operación #CollateralFreedom, un dispositivo basado en la técnica de mirroring que permite evadir la censura en línea. Todo un ejemplo de solidaridad internacional en defensa de la libertad de expresión y contra el autoritarismo censor.
Pese a todo, la moral de los bielorrusos sigue alta y su decisión de continuar en la lucha es firme. Otra cita de la entrevista de Amelia Serraller en FronteraD con activistas bielorrusos:
Amelia Serraller: ¿Cree usted que tiene Lukashenko los días contados?
Aliaksandr Yurevich: Sí (responde con convicción). Sí, por todo nuestro trabajo. Tenemos un dicho ahora: si eres bielorruso, no duermes. Llevamos más de 100 noches sin pegar ojo. Hacemos el máximo esfuerzo y todos nuestros vecinos que están en el Oriente post-soviético nos echan un cable: Lituania, los ciudadanos rusos, ucranianos, georgianos, armenios… Estamos en ello. Pero hasta el año que viene no lo vamos a ver.
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