Casi cinco meses han pasado desde aquel 25 de mayo en el que el ya tristemente célebre George Floyd fue asesinado tras su detención por parte de la policía de Minneapolis. Yo pensaba que, tras el brutal impacto social de aquel asesinato, en todas las comisarías y dependencias policiales del país se habrían dado cambios en las 'rules of engagement', los protocolos policiales de actuación, pero parece claro que no.
De hecho, el tiempo transcurrido desde su muerte no ha hecho más que dar más y más razones a la rebelión ciudadana, pues en este tiempo se han ido conociendo más abusos y asesinatos a sangre fría por efectivos policiales contra ciudadanos afroamericanos.
Tipos que deberían estar ahí para 'to protect with courage, to serve with compassion', para servir y proteger con coraje y compasión, para solucionar conflictos en vez de provocarlos y que, sin embargo, continúan actuando con negligencia criminal y un desproporcionado abuso de fuerza.
Lo que hacen es convertir hechos insignificantes y cotidianos (presuntamente pagar con un billete falso como Floyd, estar borracho y quedarse dormido en el coche como Rayshard Brooks, tener problemas mentales como Daniel Prude, mediar en una pelea entre dos mujeres en el caso de Jacob Blake etc) en desastrosas operaciones policiales con resultados homicidas.
Los abusos incluso llegaron a los blancos que apoyan las reivindicaciones de los afroamericanos como fue el caso de Martin Gugino, el hombre de 75 años agredido por la policía de Buffalo. El presidente Trump hizo gala, una vez más, de su cinismo y falta de escrúpulos. acusándole de pertenecer a la organización Antifa, de espiar a la policía y de preparar un montaje. Mientras tanto, Gugino estaba hospitalizado con una fractura de cráneo.
Debido a estos sucesos la sociedad estadounidense se ha visto cada vez más polarizada y la tensión racial ha alcanzado cotas no vistas desde hace décadas. Las manifestaciones pacíficas que por todo el país han reunido a centenares de miles de personas han sido en muchos casos violentamente respondidas por la policía y otras fuerzas del orden como el Servicio Secreto, el State Patrol o la Guardia Nacional (enviados por Donald Trump) y los distintos altercados que se han ido sucediendo por todo el país han producido decenas de muertos. Los partidarios de los postulados más descaradamente supremacistas están respondiendo con las armas a lo que consideran como una amenaza a la nación blanca que es Estados Unidos.
Kyle Rittenhouse, de 17 años, amante de las armas desde pequeño, miembro de un grupo de supremacistas blancos y obvio admirador de Trump, vivía en Antioch (Illinois) y recorrió las 21 millas que separaban ambas ciudades para, armado de un fusil de asalto AR-15 (el preferido en los mass shootings del país), disparar contra los manifestantes que protestaban por la agresión contra Blake, matando a dos de ellos e hiriendo a otro.
Sin embargo, tras efectuar los disparos y, a pesar de mostrarse con su arma ante los furgones policiales que llegaban, ningún uniformado le identificó ni le detuvo hasta un día después, cuando su criminal actuación ya había dado la vuelta al mundo.
Sin embargo, tras efectuar los disparos y, a pesar de mostrarse con su arma ante los furgones policiales que llegaban, ningún uniformado le identificó ni le detuvo hasta un día después, cuando su criminal actuación ya había dado la vuelta al mundo.
El diario El País recogía las declaraciones de una de las manifestantes tras lo sucedido: "Mi madre no debería tener miedo por mi vida", decía la pancarta que portaba Jane, una joven afroamericana de la misma edad que Rittenhouse. "No tenía derecho a estar aquí, nadie le pidió que viniera”, explicaba. "¿Qué tipo de país permite a un chico de mi edad ir con esa arma por la calle? Solo piense qué habría pasado si un chico negro se hubiera paseado esa noche con ese rifle.”
Así es, y ese detalle muestra meridianamente el gran problema de buena parte de las fuerzas policiales en particular y de la sociedad blanca en general. Otro detalle, hace unos días la madre de Kyle fue ovacionada en una convención republicana. Este es el nivel.
El penúltimo escándalo ha sido que, tras la muerte de Breonna Taylor (una joven negra de 26 años asesinada por policías el pasado mes de marzo en la ciudad de Louisville, Kentucky) durante un registro domiciliario, ninguno de los oficiales que provocaron su muerte ha sido imputado por la Fiscalía.
Esta ausencia de acusación por la muerte de Taylor fue respondida por miles de personas en las calles de Louisville con protestas pacíficas pero también con destrozo y robo de negocios, incidentes con la policía y más de un centenar de detenciones. El más grave, los disparos a bocajarro de un individuo desconocido a dos agentes, aunque éstos se recuperan del ataque y cuyas vidas no corren peligro.
En el siguiente documental de la productora ARTE titulado 'Un verano en Minneapolis' las realizadoras Sophie Przychodny y Manon Heurtel nos muestran cómo han vivido los habitantes de esta ciudad estos meses de ruido y furia, de protestas y represión policial reivindicando que las vidas negras importan desde que aquellos policías asesinos decidieran ignorar las súplicas de una persona que llamaba a su madre y sólo pedía poder respirar.
Militarizando la policía
Las peticiones de los manifestantes van mucho más allá y piden reformar la misma estructura de las instituciones estadounidenses, revisar el pasado esclavista del país, el racismo sistémico y remediar las grandes desigualdades económicas y sociales que afectan sobre todo a la comunidad negra y latina y que dejan a decenas de millones de personas, de todas las razas, en la pobreza.
Otra de las grandes demandas de las protestas Black Lives Matter es a través del movimiento "Defund the police" que cuestiona la financiación, el equipamiento y las tácticas de los distintos cuerpos policiales.
La militarización de las fuerzas policiales en Estados Unidos empezó en la década de los ochenta con el mandato de Ronald Reagan y el comienzo de la war on drugs, la guerra contra las drogas que emprendió el presidente estadounidense y que desde entonces ha gastado billones de dólares y causado miles de víctimas con escasos resultados.
Pero fue sobre todo en los noventa cuando nació el '1033 Program' cuyo propósito inicial era dotar a las fuerzas policiales de material militar con el que combatir eficazmente a las organizaciones criminales relacionadas con el narcotráfico.
Con esta cobertura legal, los departamentos policiales de ciudades grandes y medianas pero también de pequeños pueblos rurales fueron generosamente equipados (a precios ridículos) con material militar como rifles de asalto y de francotirador, lanzagranadas, vehículos blindados e incluso helicópteros, así como sobredimensionando los cuerpos de élite SWAT, lo que cambiaría radicalmente las tácticas policiales en actuaciones rutinarias.
Pero fue a raíz de la llamada 'war on terror' (que comenzó en 2001 con Bush Jr). y esta vez con la excusa de equipar unidades antiterroristas por todo el país, cuando el proceso de militarización se acentuó. Sobre todo desde 2011, cuando la progresiva retirada del ejército estadounidense de las guerras de Irak y Afganistán, provocó que las distintas fuerzas policiales recibieran más y más vehículos y armamento pesado.
¿Y qué ocurre cuando las llamadas fuerzas del orden reciben todo ese equipamiento militar? Pues que su propia mentalidad cambia y es fácil que jefes policiales de gatillo fácil, ante la falta de terroristas yihadistas, quieran usar ese material contra quienes consideran enemigos internos, como quienes ejercen su derecho a la protesta. Esto ha producido que amplios sectores de la población estadounidense hayan comenzado a percibir a la policía como fuerzas de ocupación en lugar de como parte de la comunidad.
Un punto de inflexión (como ahora ha supuesto Floyd) llegó cuando Michael Brown, un ciudadano afroamericano desarmado fue asesinado por la policía en agosto de 2014 en Ferguson, Missouri. Las protestas generadas por su muerte fueron reprimidas brutalmente con vehículos blindados, francotiradores y gases lacrimógenos, lo que hizo que el presidente Obama frenara el '1033 Program'. Sin embargo, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca dos años después, se volvió a potenciar el programa con los resultados que se están viendo hoy en día.
Pero este problema tiene un contexto mayor en el que la militarización de la policía es sólo un elemento más. Y ese es el sistema penitenciario-industrial privatizado que ha crecido por todo el país desde los noventa, prisiones en las que los internos realizarán un trabajo esclavo que dejará grandes beneficios a esas corporaciones penitenciarias.
Este sistema comienza con la penalización del consumo privado de drogas y la dejación de responsabilidades de la comunidades en temas como el absentismo escolar, lo que hace que estos sean enfrentados por la policía, metiendo entre rejas a cualquier persona que haya cometido cualquier mínimo delito. Ello provoca que se recluten más policías y que, en muchos sitios, se les admita con apenas preparación o sin reparar en sus antecedentes por violencia.
Pero cuando estos policías, a quienes no se les ha hecho el debido escrutinio, cometen abusos o crímenes flagrantes son protegidos por los poderosos sindicatos policiales así que, en muchos casos, sólo enfrentan a una suspensión o una tacha en su récord administrativo. Después vuelven a la calle y todo comienza de nuevo.
Make America Safe Again?
Como era de esperar y a apenas dos semanas de las elecciones de noviembre, Donald Trump ya está instrumentalizando la polarización y la violencia producida en algunos casos de los disturbios para atraer votos moderados. Él fustiga a los manifestantes como enemigos de la patria, justifica las actitudes discriminatorias y represoras de los cuerpos policiacos y ha reforzado el despliegue de fuerzas federales para enfrentar a los contingentes de quienes ejercen su derecho a la protesta.
Y mientras tanto se frota las manos cuando salen imágenes de saqueos en tiendas y negocios, presentándose como el garante de la ley y el orden contra "el caos y la anarquía" de los manifestantes y los demócratas. El Make America Great Again de 2016 se ha convertido en Make America Safe Again, como nuevo claim de la América más reaccionaria.
Trump's war on protestors
Lo que ocurra a partir de ahora respecto al movimiento Black Lives Matter y los derechos civiles depende en gran medida del resultado de las elecciones del próximo mes de noviembre. Son unas elecciones históricas, trascendentales, no solo para el devenir de Estados Unidos sino para el resto del planeta.
Quien las gane (y esperamos fervientemente que no sea el mil veces maldito Agente Naranja) tendrá una agenda marcada en gran medida por tres crisis que están golpeando simultáneamente Estados Unidos: la pandemia, que sigue matando a miles de personas en el país (van más de 220.000...) ayudada por la negligente actitud de quien debería proteger a sus compatriotas, la desaceleración económica derivada de ella, que continúa engordando las cifras del paro y como hemos visto, el malestar ciudadano creado por los abusos de la policía contra los afroamericanos, que esperamos disminuya si el elegido es el tándem Biden / Harris.
Trump, en la práctica, se ha olvidado ya de la pandemia y dice que es el más capacitado para reconstruir la economía. Ante el debate sobre la justicia racial ha tenido una reacción típica de él, buscando el enfrentamiento en vez de la calma y denigrando el movimiento Black Lives Matter, culpando de la violencia callejera al movimiento Antifa y a los que denomina izquierdistas y/o demócratas radicales y presentándose como defensor incondicional de la policía, lo que tiene impacto en los votantes más moderados, decisivos para su elección.
Es una baza que al candidato republicano le conviene jugar con su electorado. "Ley y Orden" twiteó tras los incidentes en Louisville, Kentucky, cuando dos agentes fueron disparados en su coche en las protestas por la no imputación de ninguno de los agentes que asesinaron a Breonna Taylor.
Su rival, Joe Biden, lo tiene más complicado. Para no asustar a esos votantes moderados, ha hecho equilibrios entre el derecho a protestar las desigualdades raciales y la condena a la violencia pero también se le ha acusado de ambigüedad por su insistencia en que las protestas "fueran pacíficas".
Finalizando...
Para terminar, nos quedamos con lo que la abogada Rocío Vélez escribió en un artículo en CNN: "La reforma de la Policía es crucial, pero de suma importancia también son las oportunidades educativas, los programas de desarrollo económico y de acceso a la salud que catapulten a nuestras comunidades desfavorecidas de todas las razas y grupos étnicos fuera de la pobreza. Que haya ya 13 millones de trabajadores estadounidenses con más de un trabajo para poder pagar el alquiler de la vivienda familiar, que aumenta anualmente junto con planes médicos con deducibles ridículos, es algo que no puede convertirse en la norma de una nación que dice ser el líder mundial."
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