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6 de abril de 2009

Paradojas, sarcasmos e ironías de la vida (5) La paradoja de Clinton

David Alhambra nos manda este extracto de Breve historia de la paradoja, de Roy Sorensen, un libro estupendo para mentes inquietas, como es su caso.

¿Soy demasiado benévolo con Clinton? Confieso haber tenido una experiencia que me ha inclinado a no cruzarme en su camino. Cuando Clinton fue elegido presidente en 1992, un periodista se enteró de que las fotografías oficiales del presidente debían tomarse antes de la ceremonia de investidura, antes de que le fuera tomado el juramento, es decir, mientras no era aún presidente. Se preguntó entonces si ésas eran en realidad fotografías del presidente. Telefoneó al jefe del departamento de filosofía de la Universidad de Nueva York, que era yo. Le dije al fotógrafo que no se preocupara por eso. Las fotografías de la ceremonia de investidura eran realmente fotografías del presidente Clinton.
Pensémoslo de la siguiente manera: no es necesario que una fotografía de Clinton sea una fotografía de la superficie completa de su cuerpo. Basta con que sea una parte representativa de su cuerpo. Lo mismo se aplica para sus partes temporales. Una fotografía de una etapa de Clinton es una fotografía de Clinton. Incluso una fotografía de cuando era un bebé es una fotografía del presidente Clinton. El periodista se animó ante la mención de partes temporales. Así que yo me crecí y cité los trabajos pioneros de Albert Einstein sobre el tiempo como cuarta dimensión. En este «universo bloque» Clinton es una continuidad espacio-temporal extendida desde su nacimiento hasta su muerte, lo mismo que la autopista de Long Island se extiende desde el extremo oeste de Long Island hasta su extremo este. El periodista me dio las gracias, y yo sentí que había cortado el problema de raíz.

Sin embargo, luego se puso en contacto conmigo un agente publicitario descontento. ¿Por qué el jefe del departamento de filosofía había llamado al presidente de Estados Unidos «continuidad espacio-temporal? Cuando obtuve un ejemplar del periódico, tuve el disgusto de enterarme de que se había atribuido a la comunidad filosófica el descubrimiento de un nuevo enigma sobre fotografías de ceremonias de investidura. Nosotros, herederos de la gloriosa tradición griega, pasábamos el día en debates sobre la Gran Cuestión de la Fotografía de Investidura (en apariencia, tomando un respiro en nuestra controversia habitual acerca de cuántos ángeles pueden bailar sobre la cabeza de un alfiler).

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