Miles de millones de personas viajaron durante sus vacaciones de 2023, retomando los niveles anteriores a la pandemia. Y en las próximas décadas, se prevé que el sector crezca el doble que la economía mundial. Los beneficiados respiran aliviados por la recuperación, pero también hay afectados e impactos negativos. Destinos populares como Mallorca y la ciudad mexicana de Cancún tienen muchos más turistas que residentes. Los locales no solo pagan alquileres más altos, sino que también se enfrentan a montones de basura y aguas contaminadas. ¿Es posible un turismo sostenible?
0:00 Intro 0:36 Turismo en números 1:51 Turismo de masas en México y España 3:58 El problema de la basura 5:04 ¿Tendencia hacia la sostenibilidad? 8:16 Mal comportamiento durante las vacaciones 9:07 Medidas contra el turismo en Tailandia y Japón 10:23 Costa Rica apuesta por el turismo sostenible
Es imposible ignorar el mensaje de intimidación que envía a los futuros periodistas que el fundador de Wikileaks admita haber violado la ley para poder salir en libertad
La noticia deja un regusto necesariamente agridulce, tirando más bien a amargo. Julian Assange salió este lunes en libertad tras un pacto con los fiscales de Estados Unidos. Tomó un avión —cuyos costes tendrá que abonar— que lo llevó a Bangkok, de ahí a un territorio estadounidense en el océano Pacífico, las Islas Marianas del Norte, donde una jueza estadounidense ratificará con toda probabilidad el acuerdo, y luego volará a su país natal, Australia. Uno no puede menos que alegrarse por este resultado. Por él, por su familia, por su esposa, Stella, por los dos niños pequeños que solo han conocido a su padre entre rejas.
Por otra parte, resulta imposible no lamentar que el fundador de Wikileaks haya pasado en total 11 años en reclusión, tratando de evitar su extradición a EE UU. Resulta también imposible ignorar el mensaje que todo ello envía al mundo, al periodismo de investigación, a los defensores de la libertad de prensa y a todos aquellos ciudadanos, en cualquier país, que cuentan con esta como pilar fundamental de las sociedades democráticas en las que viven o aspiran a vivir.
El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, desembarca de un avión en el aeropuerto internacional Don Mueang de Bangkok (Tailandia), este martes.WIKILEAKS/ REUTERS
El fundador de Wikileaks aceptó un único cargo (haber violado una ley de principios del siglo pasado, el Espionage Act, aplicada desde entonces en ocasiones muy contadas y nunca a periodistas), así como una pena de cinco años de cárcel. La justicia estadounidense tendrá en cuenta el tiempo que lleva en una prisión de alta seguridad del Reino Unido luchando contra la extradición a EE UU, así que lo más probable es que, una vez ratificado el acuerdo por la jueza, Assange quede definitivamente en libertad. La vista tendrá lugar en las Islas Marianas (por la reina española Mariana de Austria) porque el acusado se ha negado a pisar territorio continental de Estados Unidos: no se fía ni de los fiscales ni, en general, del sistema judicial de aquel país.
El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, desembarca de un avión en el aeropuerto internacional Don Mueang de Bangkok (Tailandia), este martes.WIKILEAKS/ REUTERS
No es difícil entender las razones de ello. De haber sido extraditado a Estados Unidos, hubiese afrontado un proceso judicial con una petición de 175 años de cárcel. Cumplidos los 52, Assange llevaba ya más de una década tratando de evitar la extradición y posterior juicio. Pasó primero cinco años en la Embajada de Ecuador en Londres. El resto, en una prisión de alta seguridad del Reino Unido. La acusación de los fiscales estadounidenses resultaba, en apariencia, tan sólida —17 cargos criminales bajo la Ley de Espionaje, aprobada en 1917 para protegerse de actividades contra la seguridad del Estado, más otro cargo criminal contra la Ley de Fraude y Abuso en Computadoras— como insostenible moralmente.
Assange corría el riesgo de pasar el resto de su vida en la cárcel por entregar documentos secretos del Gobierno estadounidense a cinco periódicos —The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y EL PAÍS—. Durante algunas semanas de 2010, muchos de ustedes, o algunos de ustedes, leyeron artículos basados en esos documentos, 250.000 cables diplomáticos del Departamento de Estado que desataron una crisis diplomática mundial.
En pocas palabras: Assange podría haberse podrido en un penal estadounidense porque ustedes supieron por las páginas de este periódico de la incompetencia y la doble moral de Washington en sus relaciones con los países árabes aliados o con Pakistán; de sus abusos y ataques a civiles en las guerras de Irak y Afganistán; de las maniobras para conseguir el archivo en la Audiencia Nacional en Madrid de tres casos que de una u otra manera les afectaban (entre ellas, la muerte del periodista José Couso en Bagdad); de las presiones para forzar a bancos y empresas españolas a abandonar los negocios que de acuerdo con la legislación internacional realizaban en Irán, así como de numerosos asuntos en países latinoamericanos: desde el involucramiento de asesores cubanos en Venezuela a la opinión de la Embajada estadounidense sobre el ejército mexicano, pasando por la salud mental de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina.
Wikileaks también publicó varias informaciones que golpearon la imagen y la credibilidad internacional de Estados Unidos. La pieza más destacada —un vídeo de unos 40 minutos de duración— se conoció como Asesinato Colateral (Collateral Murder). Las imágenes, grabadas desde las propias aeronaves, muestran un ataque en Bagdad en 2007, en el que dos helicópteros Apache del ejército estadounidense disparan a un grupo de 12 iraquíes desarmados, dos de ellos colaboradores de la agencia de noticias Reuters. Durante años, los fiscales sostuvieron que la difusión de todo lo anterior puso en riesgo la vida de miles de personas, militares estadounidenses, civiles que colaboraron con las embajadas de ese país o diplomáticos. Nunca lograron acreditar ni un solo caso. Por el contrario, lo que sí muestra toda la información de Wikileaks es la forma irregular, poco escrupulosa o directamente inmoral con la que el ejército estadounidense se comportó en numerosas ocasiones y que únicamente la falta de una condena en un tribunal internacional impide calificar de crímenes de guerra.
Es cierto que Assange es una víctima incómoda, un tipo antipático, al que numerosos periodistas en muchas redacciones del mundo no consideran un colega. No lo es, o no es un periodista en el sentido que algunos consideran que debería serlo —medio hacker, medio activista—. En todo caso, no resulta un periodista conveniente para un caso de atropello tan flagrante por parte del aparato judicial y de espionaje de EE UU (especialmente bochornoso resulta el capítulo español). Para empezar, fue acusado de abusos sexuales por dos mujeres en Suecia en 2010, poco después de que publicásemos los papeles del Departamento de Estado. Assange se negó a viajar a Suecia para someterse a las preguntas de la policía. Alegó que todo era una confabulación para llevarle a Estados Unidos, juzgarle y condenarle. Pocos le creímos entonces. Ofreció responder las preguntas de las autoridades suecas en Londres, aunque estas nunca mostraron interés en hacerlo. Y luego se supo que, efectivamente, Estados Unidos había convocado en secreto un tribunal (grand jury) para imputar a Assange y pedir su extradición.
Wikileaks publicó asimismo los correos del equipo de campaña de Hillary Clinton en 2016. Muchos le consideraron por ello un peón de Vladímir Putin o de Donald Trump, o de ambos a la vez. Tampoco fue ese un movimiento que le granjeara excesivas simpatías en muchas redacciones o en los sectores de la sociedad que normalmente se movilizan en casos de abusos de Estado como los que él ha sufrido ahora. Y ese abuso —y sus consecuencias: años en prisión, daños a su salud física y mental— permanece. Ese abuso es la sentencia, sin juicio, sin defensa, sin focos, sin los derechos básicos en Occidente desde la Ilustración. Ese abuso es el mensaje: a hipotéticos filtradores del futuro, a periodistas, a ciudadanos de todo el mundo.
Para empezar, todos los que participamos en la difusión de aquellas noticias hemos dudado o hemos temido en algún momento por nuestra seguridad jurídica: los directores de los medios en aquel entonces (Alan Rusbridger, Bill Keller, Sylvie Kaufmann, Georg Mascolo y yo mismo), más los cuarenta o cincuenta periodistas de EL PAÍS que conformaron el equipo que buceó en decenas de miles de cables para poder descifrar sus secretos. Entre ellas, como recordaba ella misma hace unos domingos en estas mismas páginas, Soledad Gallego-Díaz, luego directora del periódico. Pero el aviso va dirigido, naturalmente —o sobre todo, diría uno— a todos los directores y directoras y periodistas que han venido y vendrán después y que se han enfrentado o se tendrán que enfrentar a situaciones y dilemas similares. ¿Hay que temer consecuencias legales de algún tipo? Quisiera uno creer que no. Estamos en España. Pero también Assange es australiano. Aquí nos protege la Constitución. Y en la Unión Europea, las leyes y el sentido común. Pero quién sabe. Fuera de ahí, ya no estoy tan seguro. Y el futuro político no parece perfilarse de forma halagüeña, precisamente, para la libertad de prensa y el tipo de protecciones que esta requiere.
Finalmente, el calvario de Assange resulta intimidación suficiente para los Assange de las próximas décadas. Puede contribuir sin duda alguna a restringir la investigación periodística basada en documentación clasificada. ¿Cuánto dejaremos de saber sobre el funcionamiento del Estado profundo? Con sus capacidades crecientes de controlar los movimientos de la ciudadanía, el reconocimiento facial, la maña para intervenir comunicaciones y cometer toda clase de abusos, el control democrático resulta más necesario que nunca. ¿En quién vamos a delegar la fiscalización de todo ello? ¿En el propio Estado y sus agencias? Si las partes del Estado que vemos y podemos examinar (más o menos) raramente funcionan bien, ¿por qué hemos de suponer que las que no vemos sí lo hacen? Si en las partes que observamos se cometen abusos, ¿cómo no sospechar de lo que sucede en las que no? ¿Acaso no hemos aprendido cómo acaba eso? Y esto último, más allá de los propios periodistas, sí les afecta a ustedes, estimados lectores. Así que dense por advertidos.
Ahora que la aceleración del cambio climático está arruinando el espejismo de una abundancia ilimitada es necesario aprender la lección de la mesura, de los límites, de los dones comunes
Aunque me esfuerzo no logro acordarme de la última vez que vi llover, o que oí la lluvia sin verla desde el interior protegido de mi casa. Durante años mi dormitorio tuvo un techo inclinado y una claraboya, y cuando llovía en mitad de la noche me despertaba en la oscuridad un rumor cercano que un poco antes había empezado a filtrarse en el sueño. Algunas veces el recuerdo de la lluvia nocturna tenía por la mañana la vaguedad de un sueño que se volvía real cuando al abrir la claraboya entraba en el dormitorio una corriente de aire fresco oliendo a tierra empapada. De todo esto hace mucho tiempo. La melancolía del soneto de Borges que acaba con una invocación piadosa de su padre ahora cobra para nosotros una exactitud de titular: “La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado”. Del pasado vienen, como imágenes de postales, escenas de ciudades bajo la lluvia, de arboledas espesas en que al sonido copioso de las gotas se mezclaba el del viento o la brisa en las hojas. Algunas veces, sorprendido por la lluvia en una ciudad extranjera, he tenido la sensación de que en realidad había viajado a ella no para ver sus monumentos ni los cuadros de sus museos sino para contemplar la lluvia añorada, para empaparme de ella con los cinco sentidos, olerla y tocarla en mi cara alzada y en las palmas de mis manos, degustarla como una bebida vigorizadora. En mitad de las ruinas de los foros, las lluvias súbitas de la primavera romana. En las noches de verano de Nueva York, en las que el aire caliente adquiere un espesor de sauna, gotas de tormenta gruesas como uvas han estallado sobre el pavimento y sobre las copas de los árboles sacudidas por un vendaval que despejaba la atmósfera con los últimos coletazos de un huracán del Caribe.
Imagen: Fran Pulido
De joven quise irme a países donde hubiera una libertad que aquí no existía. Con el paso de los años he tenido el impulso hacia un exilio no político pero sí climático. Llegando a Portugal, casi antes de cruzar la frontera, el paisaje ya se va suavizando y reverdeciendo, y en el horizonte se adivina una brumosa anchura atlántica. He ido hacia el aeropuerto atravesando la aridez color de calavera de las periferias de Madrid y unas horas más tarde ya estaba respirando la brisa húmeda de la desembocadura del Tajo en Lisboa, que deja un olor a mar en la ropa tendida a secar en los balcones, y luego en los armarios en los que se la guarda. En el Retiro y en el Botánico de Madrid se nota mucho el esfuerzo por mantener regadas las plantas, la amenaza de una polvorienta sequedad que está siempre acechando. En el Botánico de Lisboa, más tupido todavía porque está en una ladera que complica y profundiza las perspectivas, a uno le parece que está sumergiéndose en los bosques sucesivos de varios continentes, en espesuras asiáticas de bambú, en manglares de Luisiana, bajo palmeras verticales de los mares del Sur.
Quizás a quienes nos criamos en tierras de secano se nos ha quedado una propensión genética a la añoranza de la lluvia, una respuesta de felicidad instantánea al sonido del agua, en un arroyo o en una acequia, agua que fluye generosa en una penumbra vegetal, o permanece inmóvil como un espejo al fondo de un pozo. Cada noche mi padre, después de echar el pienso a los animales y antes de subir a acostarse, se asomaba al corral a mirar el cielo, queriendo encontrar signos de una lluvia posible, que pocas veces llegaba cuando más falta hacía, ni con la abundancia necesaria. La falta de agua era uno de los rasgos de la injusticia invariable del mundo. Cuando caía mansa y copiosa, mi padre se la quedaba mirando extasiado, desde el cobertizo donde nos protegíamos de ella en la huerta: “Es lo mismo que si estuvieran cayendo billetes verdes”, decía siempre —aquellos billetes anchos y crujientes de mil pesetas, de entonces, con su verdor vegetal de una riqueza soñada—.
El agua era un prodigio imprevisible. Caía del cielo o brotaba del interior oscuro de la tierra, de la roca muy dura, como en un milagro bíblico, de pozos y manantiales que se regían por sus propias leyes secretas. El agua era una divinidad cruel que podía bendecir el esfuerzo del trabajo igual que podía aniquilarlo. Había fuentes muy celebradas por la limpidez y la pureza de sus aguas, en parajes arbolados, frescos en verano, donde la gente guardaba turno para llenar los cántaros. El agua para el riego y para el consumo y la higiene se administraba según técnicas transmitidas al menos desde los tiempos de la antigua Mesopotamia, perfeccionadas en la Andalucía musulmana, tan eficientes en su simplicidad como el diseño de los cántaros en los que se llevaba a las casas antes de la llegada del agua corriente, que en mi provincia atrasada solo se generalizó hacia finales de los años sesenta. Fue por entonces cuando yo vi por primera vez una piscina. Su azul lujoso de cloro me sorprendió tanto como la desenvoltura de la gente ociosa que nadaba ágilmente en ella y luego se tumbaba a tomar el sol, en vez de protegerse de él, como hacíamos nosotros. Ese azul de las piscinas pronto iba a sustituir al verde turbio de las albercas de las huertas, con sus espesores de ovas en las que se mimetizaban los lomos de las ranas y sobre los que volaban las libélulas con un zumbido de temblor en las alas.
En poco tiempo desapareció aquella economía severa del agua, y también la reverencia hacia ella. La variedad de los cultivos de secano —cereal, olivar, viña— dio paso a extensiones de olivos de riego que exigían cantidades masivas de fertilizantes y pesticidas químicos. En los solares de las huertas abandonadas se construyeron chalets ilegales con piscinas y praderas de césped, que exigían mucha más agua que el cultivo perdido de las hortalizas y los frutales. Los acuíferos se fueron agotando, y se extinguió el caudal de aquellas fuentes célebres a las que la gente peregrinaba como a modestos santuarios paganos.
Nadie que haya conocido la dureza de la vida de antes quiere volver a ella. Pero hay una lección de entonces que sí es necesario aprender, ahora que la aceleración del cambio climático está arruinando en todas partes el espejismo de una abundancia ilimitada. Es la lección inmemorial de la mesura, de la conciencia de los límites, de la gratitud hacia los dones comunes, los esenciales, los que no se pueden recobrar si se pierden, ni quedar sometidas al capricho ni a la codicia, ni a la compraventa: el agua y el aire, las que durante demasiados años hemos dejado malbaratar y envenenar, por la rapacidad de unos cuantos y la negligencia de casi todos. Un vaso de agua, “un vidrio de agua fresca”, como dice Cervantes, es ya un lujo muy difícilmente accesible para una parte grande de la humanidad, y lo será más cada año tórrido que pase. Hasta en las llanuras fértiles del Po, en las que parece que no hay fronteras seguras entre el agua y la tierra, reina ahora la sequía. Ya nos cuesta imaginar una lluvia que ocurra en el presente, no en la memoria ni en los sueños. Hemos vivido el salto atolondrado de la penuria al despilfarro, y no sabemos si hay ya tiempo ni forma de alcanzar el término medio de la sensatez que haga habitable el porvenir.
Ha llegado el verano, pero para millones de ucranianos y de rusos, la guerra continúa. En Ucrania, algunos aprovechan las playas de Odesa mientras los voluntarios limpian la costa de minas. Al otro lado del Mar Negro, en Rusia, también es temporada de veraneo, pero en el balneario de Sochi, el ambiente es tenso…
Llevado al límite, peleando, gesticulando y gritando como un animal salvaje que ve cómo el más joven de la manada asalta su jerarquía y amenaza su territorio, Djokovic llegó al momento decisivo con un servicio abajo, el mismo que tenía Alcaraz para ganar por primera vez en Londres
Alcaraz celebra su victoria ante Djokovic sobre la hierba de Wimbledon. Foto: Toby Melville (Reuters)
Los grandes cambios exigen momentos mínimos, a menudo inadvertidos, otras veces ruidosos como tormentas. El que se produjo el domingo en la pista central de Wimbledon duró exactamente 26 minutos y consistió en un juego en medio del tercer set que sacaba Novak Djokovic (36 años), y lo ganó Carlos Alcaraz (20). El viejo y glorioso mundo antiguo encarnado en Djokovic, el tenista con más Grand Slam de la historia, y el emergente y descarado nuevo mundo, encarnado en una idea, la de Carlos Alcaraz: juego estrepitoso, marabunta de golpes a las esquinas, tornado de piernas. Un punto más rápido, un punto más fuerte, dos puntos más atrevido. Fue un juego eterno, emparentado con la historia de Wimbledon, y los tuvo a los dos disputando deuces corriendo y golpeando encima del filo de una navaja. Gritaron, se frustraron, volearon y se pasaron en la red, fallaron bolas incomprensibles, dieron golpes ganadores inauditos; pasó de todo, y en medio de ese todo ocurrió algo sutil, una erosión física y psicológica letal ejercida por Alcaraz contra Djokovic que acabó anticipando la resolución del partido. Hasta 15 botes llegó a dar Novak Djokovic antes de sacar.
El joven llevó al veterano en ese juego a un territorio oscuro en el que él pierde el control de su cuerpo, pura biología, y de su cabeza, pura psicología. Es ese momento en el que un deportista descomunal, un atleta fascinante, entiende que no puede hacer 15 carreras seguidas de punta a punta, ni estar concentrado media hora en un punto con semejante castigo en el cuerpo. No supo el diablo por viejo ni por diablo; supo el joven por joven y por endiablado. Pegó y pegó y pegó, esquinó las bolas, cortó la pelota hasta el límite para poner a Djokovic directamente a hacer sentadillas, hizo dejadas y globos, y el tenista serbio lo aguantó todo, todo, todo, esperando a que Alcaraz bajase el ritmo y le diese un respiro: se lo dio al final del cuarto set. Pero ni siquiera ahí, cuando Djokovic reunió la energía ganada en los últimos juegos tirados del tercero, Alcaraz pareció perder el rumbo. Su rumbo era acabar jugando el quinto set como lo terminó, con su mejor tenis del torneo, con la cadena por fuera, hasta terminar de talar a Djokovic castigando sus pulmones, sus piernas y sus brazos; la reacción del serbio, después de un passing paralelo antológico de Alcaraz con su revés a dos manos, puro bateo de béisbol, fue tirar la raqueta contra el poste de la red.Carlos Alcaraz y Novak Djokovic posan con sus trofeos en Wimbledon el domingo.
Djokovic había tenido una bola de break en el primer juego del quinto set para confirmar la tendencia del cuarto. Cosió el punto de forma perfecta para matarlo cuando debía, peloteo de intensidad en el que llevó la iniciativa, y enfrente se encontró un muro de piernas que lo devolvía todo entre los “oooooooh” del público hasta hacer un medio globo que Djokovic, con el brazo encogido, decidió no matar; prefirió hacer una derecha blanda que se quedó en la red. Después del castigo físico y mental que supone pegarle a la bola sin descanso, tener ganado el punto y perderlo con un error no forzado, ¿qué tenía que hacer Alcaraz? Una dejada. Una dejada que exigiese fe en llegar a la otra esquina y piernas para conseguirlo: Djokovic ni lo intentó. Y el punto siguiente de break, desde esa frontera, exigía hundir el clavo con el palo de un hacha en el ataúd del serbio: derecha ganadora paralela acompañada de un rugido. Puro veneno que arruinó la cabeza del número dos del mundo.
Alcaraz tiró varias veces a Djokovic, literalmente. Echó al suelo al hombre de goma que decidió en la hierba de Wimbledon llegar a las bolas terribles de Alcaraz deslizándose, casi bailando. Llegó a devolver algunas casi haciendo un espagat. Cómo no iba a ser un partidazo. Cómo no iban a llegar al quinto set semejantes fuerzas de la naturaleza dirimiendo un título tan impresionante como este, en un escenario bárbaro, con Brad Pitt en la grada mandando a tomar viento la dieta de sex-symbol comiendo patatas fritas en plan “a la mierda todo, qué están viendo estos ojazos”.
En el límite, en una frontera imposible, peleando, gesticulando y gritando como un animal salvaje que ve cómo el más joven de la manada, cerebral y frío, asalta su jerarquía y amenaza su territorio, Djokovic llegó al momento decisivo con un servicio abajo, el servicio que tenía Alcaraz para ganar su primer Wimbledon. Stefan Zweig cuenta cómo Fouché clausuró la Revolución francesa con una vuelta de llave en el club de los jacobinos, un gesto sencillo y limpio; Alcaraz, con un globo primero y una volea después en el último juego. Así se cierran y se abren épocas. Pura diversión, pura fiesta, nada de potencia hasta el punto final, una derecha cruzada que se le clavó a Djokovic en la raqueta. Acabó Alcaraz en ese juego pasándolo bien y jugando con su rival, a la manera de un niño que pone el pie en el estribo de la historia, y se sube a ella.
Padres cuidando de su hijo. Tan sencillo, tan maravilloso. En estos días en que gurriatos y volantones se manifiestan persiguiendo a sus progenitores pidiéndoles comida es importante poder ayudarles en esta ardua tarea. A los gorriones de mi barrio les amaso pan de ocho cereales con arroz y pipas en una nutritiva bola que luego aplasto para que, tras arrojársela, la puedan atrapar fácilmente con el pico y llevársela a un lugar seguro donde puedan comérsela o alimentar a sus crías alejados de palomas, personas y coches. El corazón de este viejo juez necesita que esto siga ocurriendo, mi felicidad se sustenta en cosas así.
Una casa en el cielo
Un jardín en el mar
Una alondra en tu pecho
Un volver a empezar
Un deseo de estrellas
Un latir de gorrión
Una isla en tu cama
Una puesta de sol
Tiempo y silencio
Gritos y cantos
Cielos y besos
Voz y quebranto
Nacer en tu risa
Crecer en tu llanto
Vivir en tu espalda
Morir en tus brazos
CASTELLANO: Con el cambio de paradigma tuve que excusarme, salí a la calle y corrí hacia casa para vaciar todos los cajones, revolver todos los papeles, amontonarlos y ver cómo quemaban. Fue eficaz, el fuego, tonificante, fue eficaz, el fuego de llamas llenas de las barbaridades que tú y yo habíamos llegado a decir, de las barbaridades que tú y yo habíamos llegado... A decir, y se propagaban en el horizonte, a decir, y educaban al interlocutor, a decir, siempre más ilustrados que los demás, a decir, y pagaban muy bien a final de mes. Con el cambio de paradigma prefería los segundos planos, ya no estaba nunca seguro de lo que pensaba. Me gustaba quedarme en el patio con la radio ronroneando sobre el rumor de estatuas derribadas. Sobre aquel rumor encima de aquel bello canto sobre aquel rumor de estatuas lleno de las barbaridades que tú y yo habíamos llegado a decir, de las barbaridades que tú y yo habíamos llegado… A decir, y se propagaban en el horizonte, a decir, y educaban al interlocutor, a decir, siempre más ilustrados que los demás, a decir, y pagaban muy bien a final de mes. Con el cambio de paradigma tuvieron que enterrarme en este yermo, si ningún nombre en la placa. Te agradezco las flores blancas y el discurso en el funeral, sé que hacía tiempo que ya no me respetabas. Y quedan bien las flores con paños negros colgando y detrás unos amigos que recordaban las barbaridades que tú y yo habíamos llegado a decir. Las barbaridades que tú y yo habíamos llegado a decir.
CATALÁ: Amb el canvi de paradigma vaig haver-me d’excusar Vaig sortir al carrer I vaig córrer cap a casa Per buidar tots els calaixos, regirar tots els papers Fer-ne una muntanya I veure com cremaven Va ser eficaç, el foc Tonificant Va ser eficaç, el foc De flames plenes De les bestieses que tu I jo havíem arribat a dir De les bestieses que tu I jo havíem arribat A dir I es propagaven a l’horitzó A dir I educaven l’interlocutor A dir Sempre més il·lustrats que els demés A dir I pagaven molt bé a final de mes Amb el canvi de paradigma preferia els segons plans Já no estava mai segur del que pensava M’agradava estar-me al pati amb la ràdio remugant Sobre la remor d’estàtues derrocades Sobre aquella remor Damunt d’aquell bell cant Sobre aquella remor D’estàtues plena De les bestieses que tu I jo havíem arribat a dir De les bestieses que tu I jo havíem arribat A dir I es propagaven a l’horitzó A dir I educaven l’interlocutor A dir Sempre més il·lustrats que els demés A dir I pagaven molt bé a final de mes Amb el canvi de paradigma van haver-me d’enterrar En aquest ermot, amb cap nom a la placa T’agraeixo les flors blanques I el discurs al funeral Sé que feia temps que já no em respectaves I fan bonic, les flors Amb negres draps penjant I darrere uns amics Que recordaven Les bestieses que tu I jo havíem arribat a dir Les bestieses que tu I jo havíem arribat a dir
Mientras Qatar, un pequeño país de desierto sin agua dulce acoge la Copa del Mundo de 2022, el país se ha convertido en un país influyente en todo el mundo gracias a su omnipresente "poder blando". Criticada por su impacto medioambiental y social, la organización de este evento mundial ha consolidado la nueva centralidad geopolítica del emirato.
Qatar, explotación en el Emirato
En noviembre de 2022 Catar acoge la Copa del Mundo de fútbol. Para este torneo, el rico emirato no ha escatimado en gastos: seis flamantes estadios, hoteles, un metro y carreteras: un presupuesto total de más de 180.000 millones de euros. Los trabajadores migrantes que trabajan en estas infraestructuras, y que llegaron al país con la esperanza de una vida mejor, se encontraron con una realidad muy distinta a lo que esperaban...
'En Portada' bucea en las decisiones políticas que han provocado la gran dependencia alemana del gas de Putin. La guerra de Ucrania está causando tal crisis energética que un país como Alemania, tan dependiente del gas ruso, ha tenido que adaptarse con otras fórmulas. Entre ellas, seguir con el lignito, uno de los carbones más contaminantes. Un panorama que se muestra en la semana que empieza la Cumbre del Clima en Egipto, la COP27.
Ciudadanos de la primera potencia europea hacen acopio de leña o alternan casa para teletrabajar y compartir gastos de luz y calefacción. Alemania se enfrenta a una situación desconocida en siete décadas: una inflación de dos dígitos mientras busca gas en el mercado internacional a precios mucho más elevados que los pactados con el Kremlin, el proveedor del que se ha hecho cada vez más dependiente durante medio siglo a pesar de las advertencias de sus socios europeos y de Estados Unidos.
El gobierno de Scholz, formado por socialdemócratas, liberales y ecologistas, ha autorizado la vuelta al servicio de una treintena de centrales de carbón y ha prorrogado el cierre de sus centrales nucleares para hacer frente al invierno en un país extremadamente dependiente del gas para calefacción y para industrias como la química o la cervecera.
Un equipo de 'En Portada' ha recorrido 2.500 kilómetros por varios estados federados de Alemania para mostrar a vecinos expulsados de sus pueblos por la ampliación de minas de carbón a cielo abierto. Ha estado con economistas, empresarios, historiadores y trabajadores. También, ha entrevistado al portavoz de la Agencia Federal de Redes, el organismo encargado de decidir a quién le quita el gas si el país se queda sin este combustible.
Mientras, las explosiones en los gasoductos del Nordstream en el fondo del mar Báltico simbolizan el fin de una era de colaboración e interdependencia entre Alemania y Rusia.
Ganó (afortunadamente) Lula y casi 24 horas después Bolsonaro aún no ha dado señales de vida. Camioneros afines a Bolsonaro han cortado distintas carreteras en protesta por la derrota, bandas de moteros
Brasil ha vencido a la catástrofe
Con Bolsonaro derrotado, Lula tendrá por delante a un país dividido por odios y con 33 millones de hambrientos
Lula, tras ganar las elecciones: “Intentaron enterrarme vivo”
Fue por muy poco, menos del 2%, pero Jair Bolsonaro fue derrotado en las elecciones del domingo. Brasil estaba entre la catástrofe, representada por la reelección del extremista de derecha, y lo muy difícil, que sería la elección de Luiz Inácio Lula da Silva, con un arco de alianzas que va de la izquierda a la derecha no bolsonarista. Brasil venció a la catástrofe, pero ahora entra en lo muy difícil, como reconoció el propio Lula en su primer discurso. A partir del 1 de enero, el presidente electo se enfrentará a un país dividido por odios, con un andamiaje de derechos maltrecho, una crisis económica y 33 millones de hambrientos que no se superarán rápidamente, un Congreso repleto de bolsonaristas y simpatizantes y... un pueblo que tiene prisa por ser feliz.
A los 77 años, quizás no era este el final de carrera que Lula había soñado. En 2010, tras dos mandatos como presidente, salió consagrado con casi el 90% de aprobación. En 2022, sin embargo, entró en la campaña electoral con muchos riesgos y tras pasarse 580 días en la cárcel, condenado por un proceso judicial parcial y posteriormente anulado por el Supremo Tribunal Federal. Tanto si a uno le gusta Lula como si no, ha demostrado ser un estadista al aceptar el desafío, consciente de que era el único capaz de ganar a Bolsonaro. Se enfrentó no solo a un candidato o a un partido o a un conjunto de partidos, sino a la maquinaria pública del Estado, que Bolsonaro utilizó ampliamente, aprovechándose de la pluma presidencial para realizar actos electoralistas que le costarán mucho al próximo ocupante del Palacio del Planalto.
Lula tiene por delante el desafío de conciliar lo inconciliable, ya que entre sus aliados están desde Marina Silva, exministra de Medio Ambiente de su Gobierno, hasta representantes de la agroindustria más depredadora. Lo que le ha permitido la victoria puede convertirse en misión imposible a la hora de gobernar. El presidente electo pronunció un discurso fuerte en defensa de la Amazonia, de sus pueblos y de las metas climáticas, pero los líderes de la selva y los activistas del clima saben que todo dependerá de la capacidad de hacer presión, tanto interna como externa, porque habrá muchas fuerzas dentro del Gobierno queriendo mantenerlo todo como está, solo que más discretamente.
Sin embargo, el mayor desafío es que una gran parte de los más de 60 millones de electores que le dieron la victoria a Lula no le votaron a él, sino que votaron contra Bolsonaro. Pasada la euforia inicial, Lula tendrá que echar mano de todo su carisma para conquistar a sus propios electores y a casi la mitad del país que lo odia. Lula utilizó diez veces la palabra “Dios” en su discurso. En sus propios términos, que Dios proteja a Lula y a Brasil, porque será todavía más difícil de lo que parece.
It’s really a great honor to have my music used in this beautiful, poignant, heartbreaking animation created by Dustin Brown for @Last Chance for Animals. Working for animal rights is my life’s work, and I’m always happy to contribute in any way that I can (Moby)
Creado por Dustin Brown para la organización animalista Last Chance For Animals y con el tema 'Why does my heart feel so bad?' del siempre comprometido Moby como banda sonora, publicamos el conmovedor corto de animación 'Super Cow', una mirada emocionada a la siempre oculta muerte de los seres vivos sintientes conocidos comúnmente como 'ganado'.
Cada ser, cada vida, importa y millones de ellas son inmoladas cada día en aras de nuestro desmedido consumo por la proteína animal, que además es una de las causas principales de la deforestación, el consumo de agua y la emisión de gases de efecto invernadero.
Desde este blog queremos trasladar a nuestros seguidores, no muchos pero sí selectos, el consejo de virar a una alimentación vegana o vegetariana como mejor forma, no sólo de protegerlos a ellos sino también nuestro planeta.
El líder campesino de la Amazonia Erasmo Theofilo afirma que las elecciones presidenciales de 2022 son las más importantes de la historia de Brasil. Pero no pudo votar en la primera vuelta, el pasado 2 de octubre. Él, su mujer Natalha y sus cuatro hijos pequeños están, por quinta vez durante el Gobierno de Jair Bolsonaro, candidato a la reelección, escondidos para que los destructores de la Amazonia no los asesinen. A miles de kilómetros de su refugio, Ana Mirtes, desempleada, se despertó el día de las elecciones dispuesta a votar al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Pero desistió. Vive en São Paulo, la ciudad más rica de Brasil, pero si se gastaba el dinero en el autobús hasta el colegio electoral, su hijo de 10 años no comería ese día. Su familia forma parte de los 33 millones de brasileños que pasan hambre y tienen que escoger entre votar o comer. Entre el protector de la selva que no puede votar en unas elecciones decisivas para su vida y la mujer desempleada que tuvo que elegir entre comer y votar se dibuja la tragedia que vive Brasil en este momento.
Un partidario del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante un evento religioso en Brasilia este lunes. ERALDO PERES (AP)
Una tragedia con final incierto. Lula obtuvo seis millones de votos más que Bolsonaro en la primera vuelta, pero no fueron suficientes para derrotar al actual presidente. Dada la situación de catástrofe social y ambiental de Brasil, los 51 millones de votos que recibió Bolsonaro son sorprendentes. En las últimas semanas antes de la segunda vuelta, el ultraderechista sigue utilizando la maquinaria del Estado para su campaña sin que las instituciones que quedan puedan impedirlo.
São Paulo, donde vive Ana, es el mayor colegio electoral del país, decisivo para el resultado de las elecciones que afectan a la vida de los defensores de la Amazonia y de la propia selva, que con el actual presidente ha sufrido la deforestación más intensa de los últimos 15 años. El 19 de agosto de 2019, Ana y toda la población del centro económico de Brasil vio cómo “el día se convertía en noche” en la gigantesca metrópolis debido a la ceniza de los incendios de la Amazonia. Era una señal de que lo que ocurre en la selva repercute muy lejos y sigue reverberando en cadena. Las elecciones brasileñas también deben entenderse así: el resultado de las urnas no afectará solo a Brasil, sino al planeta. Si tuviera consciencia climática, la población mundial pondría estas elecciones en el centro de sus preocupaciones.
El Congreso y gran parte de los gobernadores elegidos en la primera vuelta han aumentado todavía más el riesgo mundial. Si la actual Cámara de los Diputados ya alberga un gran número de enemigos de la naturaleza, la configuración que acaba de ser elegida reúne a un número todavía mayor de depredadores de la selva. En el Senado, el número de partidarios de Bolsonaro ha aumentado significativamente. Entre ellos está Tereza Cristina, ministra de Agricultura de Bolsonaro explícitamente favorable a la agroindustria predatoria. Al frente de la cartera hizo honor a su apodo, “musa del veneno”, al aprobar más de 1.600 pesticidas, algunos comprobadamente cancerígenos.
La guerra contra la naturaleza, que tiene en Brasil uno de sus principales campos de batalla, será más dura en los próximos años. En el campo democrático, unido en un frente amplio contra Bolsonaro, existe el consenso de que la Amazonia y Brasil solo tienen una posibilidad: que gane Lula. Y, aun así, será muy difícil.
Sin embargo, si Bolsonaro es reelegido, es mejor que el mundo se prepare para presenciar el fin de la Amazonia y, con ella, cualquier posibilidad de que los niños que ya han nacido tengan una vida de calidad.
"La debilidad de Bolsonaro es su gobierno, de malos resultados, pero también su violencia verbal, y el hecho de que no es capaz de mostrar empatía con los brasileños que están sufriendo a causa del Covid-19, que han perdido a sus seres queridos, que han perdido sus trabajos. Abunda el sentimiento de que ni siquiera le importa lo que le pasa a la gente". Flávia Biroli, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Brasilia.
Estupor y temblores. Eso es lo que el Juez Roy Bean siente con la sola posibilidad de que mañana salga reelegido el falaz Jair Bolsonaro, un fulano de claras tendencias psicopáticas, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas (las más reñidas y polarizadas que se recuerdan) y en las que no sólo los brasileños, también el resto del mundo se juega mucho. La reelección de Bolsonaro, no sólo sería la reedición de un mandato peor incluso de lo esperado (por ejemplo, ahí están los centenares de miles de muertos por su infame gestión de la pandemia de Covid) sino que podría ser la puntilla para el ecosistema amazónico brasileño que durante su mandato ha sido llevado al borde del cataclismo ecológico.
Y lo que ocurre en el Amazonas no se queda sólo en Brasil, donde el humo de las decenas de miles de incendios provocados por madereros, ganaderos y otros ladrones de terrenos públicos con la anuencia gubernamental, no solo ha cegado grandes ciudades como Sao Paulo o Río de Janeiro o declarado sequías bíblicas por todo el país sino que sobrealimenta la crisis climática que está zarandeando el mundo. Como escribía la gran Eliane Brum, enemiga declarada de Bolsonaro, en el artículo que abre este post, "si tuviera consciencia climática, la población mundial pondría estos comicios en el centro de sus preocupaciones".
Por si acaso, y al más puro estilo Trump, Bolsonaro ha vuelto a poner en duda la legitimidad de las elecciones presentando una denuncia en la Corte Suprema contra los magistrados del Tribunal Superior Electoral (TSE) por "intentar perjudicarle". Arenga a sus seguidores con retahílas de calamidades si gana Lula, apoyado en el poder de la triada "Bueyes, biblias y balas", o sea, el agronegocio de soja y ganado, los evangélicos y el Ejército, a los que hemos de sumar a grandes empresarios (que amenazan a sus plantilla si Lula gana), a los madereros, la minería legal y la ilegal (las dos igual de destructivas), los que matan a los indígenas, todos los que hacen negocio con la Amazonia. Todos estos poderes fácticos y sus millones de seguidores presionan para que Bolsonaro siga sometiendo al país a sus dictados personales y permitiendo la impunidad más absoluta para que ellos puedan seguir haciendo negocio.
Bolsonaro ganó las elecciones presidenciales de octubre de 2018 con el 55% de los votos prometiendo regeneración política y mano dura y viéndose beneficiado del descrédito que sufrían los partidos tradicionales, del apoyo recibido por los evangélicos y del rechazo al Partido de los Trabajadores, embarrado entonces por los escándalos de corrupción.
El exmilitar ultraderechista y nostálgico de la dictadura brasileña ha asegurado que "solo Dios le sacará del poder", se mostraba entonces como un ferviente católico que defendía hasta la saciedad los valores tradicionales y la familia y acabó cosechando un 78% del voto evangélico. En mitad de una caótica situación política tras la destitución de Dilma Rouseff y el encarcelamiento de Lula da Silva, la victoria del ultraderechista fue transversal, conquistando incluso el voto de las mujeres, sector en el que ahora apenas cosecha apoyos.
En su contra estará el sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva, que estuvo encarcelado 20 meses por acusaciones de corrupción que nunca reconoció, incluso cuando aceptarlas podría haberle librado de la prisión. Pero tras ese tiempo fue liberado y vio recuperados sus derechos políticos tras ser absuelto por el Tribunal Supremo, que revocó su condena alegando que el juez que analizó el caso, Sergio Moro, el después ministro de justicia de Bolsonaro, no contaba con la "competencia jurídica" requerida.
Lula ha insistido en sus mensajes hacia las clases trabajadoras prometiendo repetir las políticas sociales que sacaron de la pobreza a millones de brasileños y prometiendo que disminuirá la terrible desigualdad que vive la sociedad brasileña.
Ahora, pese a los intentos del mandatario por recordar la estancia entre rejas de su adversario, las encuestas, aunque reñidas, apuntan a una victoria del líder del PT ante un Bolsonaro que ha perdido muchos apoyos y ha generado rabia e indignación entre distintos colectivos. Su gestión de la pandemia, marcada por su negacionismo y su insensibilidad ante las víctimas, así como su ferviente apoyo a la tenencia de armas o sus actitudes machistas, han sido algunos de los motivos.
El Brasil de Bolsonaro lleva pistola
"Un pueblo armado jamás será esclavizado". Esta frase, pronunciada por el líder brasileño sirve para entender sus esfuerzos en facilitar e incentivar el uso de armas en Brasil donde, desde que Bolsonaro llegó al poder, las licencias de armas como cazadores, tiradores o coleccionistas ha crecido un 500%.
Desde el comienzo de su mandato, Bolsonaro ha facilitado la compra de armas en Brasil, pero defiende que su discurso no incentiva a la violencia en mitad de una campaña en la que dos de sus seguidores han matado a simpatizantes de su principal adversario, Lula da Silva.
Comparte su apoyo al uso de armas de fuego con Donald Trump, que se refirió a él como el 'Trump tropical' mientras alababa el "gran trabajo" realizado por el líder brasileño, pero también ha llevado a cabo una estrategia que recuerda a la seguida por el expresidente de los EE.UU. en la carrera electoral librada (y perdida) contra Biden, que desembocó en el Asalto al Capitolio.
Mientras las encuestas seguían colocando como ganador a Lula, Bolsonaro se ha ido esforzando en desacreditar esas predicciones, así como en poner en cuestión el sistema electoral brasileño. Llegó a decir, incluso, que aceptaría los resultados de las urnas "siempre y cuando" las elecciones fueran "limpias y transparentes". Por ello, el temor a su reacción tras una posible derrota, ha ido creciendo.
En fin, publicamos varios análisis de estas elecciones, este primero de 9 minutos de la periodista brasileña Carol Pires en El País y los otros dos de RTVE, uno en En Portada y otro en Informe Semanal sobre estas elecciones y sobre en qué punto de su presente vive y qué futuro tiene el gigante sudamericano. Y contenemos el aliento ante lo que voten mañana los brasileños.
Informe Semanal - Brasil, el país del eterno futuro
Un equipo de ‘Informe Semanal’ se ha desplazado a Sao Paulo para testar el ambiente a las puertas de una cita en las urnas, en las que Jair Bolsonaro busca la reelección y el expresidente Lula da Silva, su regreso por la puerta grande tras haber pasado por la cárcel.
Los simpatizantes de los dos principales aspirantes a la presidencia hacen un balance muy diferente de lo que ha sido la era Bolsonaro. María Eliza cree fervientemente que, con él “el país está cambiando y la corrupción se está terminando”. Para Lira, situada en el bando contrario, “el proyecto de Bolsonaro es genocida y fascista”.
Los retos son enormes. La Amazonía se destruye, el cambio climático no ha sido una prioridad estos últimos años. Sobra la comida, pero la gente pasa hambre. Es el complicado equilibrio de la supervivencia que también se traslada, con otro baremo, a otros escenarios. El agronegocio ha sido la gran apuesta, pero la riqueza se acumula en pocas manos. Mientras tanto, en las grandes ciudades, los centros industriales carecen de la fortaleza necesaria. Y así es cómo se ha llegado a este Brasil del siglo XXI que se aleja de la idea de aquellos que siempre han hablado de su eterno potencial.
En Portada - Brasil, buscando el rumbo
'En Portada' ha estado en Brasil para mostrar de primera mano cómo están las cosas en el país y cuál podría ser el rumbo que tome en los próximos cuatro años. El duelo está entre la continuidad de Bolsonaro y la apuesta por un expresidente, Lula da Silva, al que las encuestas sitúan como favorito.
Después de cuatro años de mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro, los brasileños votan para elegir a su próximo presidente. ¿Qué cambios ha sufrido el país en este tiempo? ¿Hacia dónde se mueve el gigante de América Latina? Brasileños que han visto cómo les ha cambiado la vida se lo cuentan a 'En Portada'.
La gestión de la pandemia de la Covid, con más de 680.000 muertos, el segundo país con más fallecidos del mundo sólo por detrás de EEUU, también ha provocado críticas a un presidente negacionista. Incluso el Senado pidió que Bolsonaro fuera imputado por crímenes contra la humanidad. Una crisis sanitaria que ha provocado otra crisis, la económica, que ha llevado al país a tasas de hambre que no se veían desde hacía 30 años.
Un film visionario de Viktor Kossakovsky que ganó el Premio a Mejor Película en DocsBarcelona en 2020. Gunda es la protagonista de este tríptico documental en blanco y negro. Cuida de sus hijos, los acompaña en sus descubrimientos y luego se toma un pequeño respiro para recargar energías. Se acerca curiosa a la cámara. ¿Sabe cuál será su destino? ¿Qué es lo que estará pensando? ¿Qué pensará de nosotros? Gunda es uno de los varios cientos de millones de cerdos que habitan en el planeta, junto con mil millones de reses (representadas en este documental a través de dos vacas), y más de veinte mil millones de pollos. Estén jugando en el barro, sacudiéndose las moscas o buscando gusanos, todos ellos son héroes. Y en esta obra, el ensayista Víctor Kossakovsky se muestra inflexible: después de verla, consumir carne simplemente no es posible. Filmaffinity
"Un vívido retrato de la vida de Gunda y sus cochinillos que nos devuelve a la pureza del cine de los orígenes. Una experiencia sensorial sin filtros que nos traslada a una granja para seguir las vidas de los animales que la habitan. El cineasta Victor Kossakovsky nos invita a bajar el ritmo y a sumergirnos en un entorno idílico, en un potente blanco y negro, sin diálogos ni interferencias. Desde una nueva perspectiva, nos hace meditar sobre la misteriosa conciencia animal, hecho que como sociedad hemos decidido ignorar para evitarnos dilemas difíciles de digerir.”- (Docsbarcelona.com/es/peliculas/gunda)
Premios: 2020: Premios del Cine Europeo: Nominado a Mejor documental 2020: Satellite Awards: Nominado a Mejor documental
Han dicho de ella los directores Paul Thomas Anderson: "Es puro cine. [...] todo a lo que deberíamos aspirar los cineastas y los espectadores". Alfonso Cuarón: "Nos invita a vivir, mediante un retrato de sublime intimidad, el misterio y el poder de la existencia". Pawel Pawlikowski: "Una película donde la vida y el arte se unen de la forma más extraordinaria".
‘Gunda’, el amor de una cerda
Producido por Joaquin Phoenix, dirigido por Viktor Kossakovsky y coescrito y montado por Ainara Vera, este documental se sumerge en la naturaleza para defender los derechos de los animales
Producido por el actor Joaquin Phoenix, dirigido por el ruso Viktor Kossakovsky y coescrito y montado por la navarra Ainara Vera, Gunda es un documental mudo y en blanco y negro sobre los primeros meses de vida de una cerda y sus lechones. La película, que también se detiene en las horas de unas gallinas y de unas vacas, arranca con el parto de la cerda protagonista. Un plano fijo y frontal donde vemos a Gunda, nombre de la marrana, respirar con fuerza mientras unos minúsculos cerditos trepan como pueden por su enorme cuerpo. Lo que sigue carece de narración, de voz en off o de un orden que no sea el de la propia naturaleza. Con la cámara pegada al suelo, paciente y sigilosa, el espectador observa muy de cerca el comportamiento de Gunda con sus pequeños y el de los recién nacidos con su madre.
Por supuesto que Gunda es una película animalista, pero la estrategia de Kossakovsky no se encamina a hacer visibles ni subrayar los horrores a los que se somete a los animales de consumo masivo en las granjas. Al menos de entrada, no hay intención de aleccionar al espectador sobre la crueldad del hombre contra los animales, aunque el puñetazo final de la película no deje dudas al respecto y la única representación humana sea una demoledora abstracción. Lo que el cineasta propone es un acto de observación atenta que en sus increíbles detalles permita una comprensión profunda sobre un mundo animal que no nos debería resultar tan ajeno. Conocer la sabiduría animal, el amor de la madre y su manera de educar a su patulea es una puerta de entrada a una serie de preguntas sobre el maltrato a otras especies que incumbe a todos, veganos o no.
La heroica vida del ganado
El nuevo documental del ruso Viktor Kossakovski es una película única
'Gunda' se acerca a sus personajes -una cerda llamada Gunda y sus crías, una bandada de pollos, varias vacas- sin echar mano de narraciones o bustos parlantes, situándose a la altura de su punto de vista y no del nuestro y dejando que los detalles de su existencia hablen por sí solos; y en el proceso, mientras nos recuerda que esos animales de granja tienen vidas y personalidades propias, resulta increíblemente conmovedora.
La película, es cierto, no ignora el papel que el ser humano desempeña en el destino de Gunda y compañía y por eso, aunque no polemiza ni da lecciones, tal vez atraiga a algunos de sus espectadores hacia el veganismo. Pero lo que propone no es solo una llamada de atención, es mucho más: una poética reivindicación de todas las formas de vida, y una reconsideración de nuestra actitud frente al mundo natural. 'Gunda' nos despierta la empatía hacia sus protagonistas no porque demuestre que son como nosotros, sino por su sensibilidad a la hora de dejar claro que nosotros somos como ellos.