"Todo ahora es pandemia, hay que acabar con eso. Lamento los muertos, los lamento. Todos nos vamos a morir algún día, aquí todos van a morir. No sirve de nada huir de eso, huir de la realidad. Tienen que dejar de ser un país de maricas" Jair Bolsonaro
Votar a un sociópata para ocupar el poder conlleva sus riesgos y si no que se lo pregunten a los brasileños. Los casi 58 millones de votos que Jair Bolsonaro sacó en las elecciones de 2018, tal vez condicionados en su momento por un hartazgo con la clase política y un profundo malestar con las enormes desigualdades sociales, están saliéndoles muy caros a los brasileños.
Desde el comienzo de la pandemia mundial, hace ahora un año, el presidente carioca no ha dejado de tener una actuación irresponsable y homicida, con un negacionismo recalcitrante del que presumía, despreciando la enfermedad, burlándose de las vacunas y de quienes las necesitaran e incluso promocionando remedios supuestamente milagrosos sin validez científica como la cloroquina, lo cual parece que, afortunadamente, puede traerle problemas legales, como comentaremos más abajo.
Porque la mentira también mata, sobre todo en medio de una pandemia y más cuando se perpetra desde el poder. Esto es lo que le reprocha al presidente brasileño la campaña "La verdad desnuda", impulsada por Reporteros sin Fronteras. Los activistas llaman precisamente a mostrar "la verdad desnuda, la realidad de los hechos más allá de acusaciones disparatadas o manipuladoras", una manera simbólica de colocar frente a la realidad de los hechos al presidente Bolsonaro.
En Brasil, el tercer país del mundo (y el primero en América latina) más afectado por la pandemia con casi 11 millones de infectados y más de 260.000 muertos por Covid-19, su presidente culpa a la prensa de todos los males del país (fake news también para él) para desentenderse de su nefasta gestión de la enfermedad. Su principal objetivo ha sido sacarse de encima la responsabilidad de la crisis y trasladarla a los gobernadores, alcaldes y otras instituciones, como el Supremo Tribunal Federal.
"El trabajo de los periodistas es fundamental para dar a conocer los hechos y para informar a la ciudadanía sobre la realidad de la crisis sanitaria. El derecho a la información, estrechamente vinculado al derecho a la salud, debe ser defendido más que nunca en Brasil”, ha explicado Christophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. Brasil ocupa el puesto 107 entre 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa que elabora dicha organización.
Jair Bolsonaro nunca ha ocultado el desprecio que siente hacia los pueblos indígenas que viven en el Amazonas brasileño. Para él el único interés de la mayor selva del planeta se reduce a su madera y otros recursos naturales que generen beneficio económico.
El cuidado medioambiental y el respeto a los pueblos que habitan en la zona desde hace siglos no tienen para él la menor importancia (el año pasado dijo que "el indio estaba evolucionando, que era cada vez más un ser humano como nosotros") y desearía poder acabar con esos incordios para explotar el Amazonas sin polémicas, ni cortapisas legales ni activistas medioambientales tocapelotas.
En ese sentido, la covid-19 ha sido una gran aliada de la genocida estrategia del presidente lo que le ha generado una cascada de críticas nacionales e internacionales, siendo su Gobierno ha sido acusado de llevar a cabo una "estrategia institucional para la propagación del coronavirus".
La pandemia ha golpeado muy duro entre los pueblos indígenas, según datos de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), más de 600 han muerto y al menos 22.000 han sido contagiados. Esta organización ha denunciado un genocidio debido a la omisión del gobierno de Bolsonaro. Según leemos en Survival International (y esta gente sabe de lo que habla) y con datos actualizados de febrero de este año "la organización indígena APIB ha confirmado que 962 indígenas han muerto por el virus en Brasil, mientras que 48.405 han dado positivo en test de contagio. En enero, diez niños murieron solo en dos comunidades yanomamis.
Según las cifras de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (COIAB), las tasas de mortalidad e infección entre los indígenas de la región amazónica son escalofriantes: mueren un 58% más indígenas que población general por coronavirus, mientras que el contagio es un 68% superior."
Para intentar ponerle remedio a esta situación, el pasado mes de agosto la Corte Suprema de Brasil ratificó por unanimidad instar al gobierno su obligación de proteger de la pandemia a las comunidades indígenas. Por ello sancionó en julio del año pasado un ley que fue aprobada por el Congreso que ya preveía medidas para prevenir la diseminación del virus en territorios indígenas.
Sin embargo, el líder ultraderechista hizo gala de su proverbial perversidad vetando varios artículos del texto, entre ellos el que buscaba asegurar el acceso a agua potable y la distribución gratuita de material de higiene y desinfección entre las comunidades indígenas. También rechazó la puesta a disposición, con carácter de urgencia, de camas en hospitales y unidades de terapia intensiva a los indígenas, así como la adquisición o facilitación de respiradores para ellos, la elaboración de material informativo sobre el patógeno y la instalación de puntos de internet en las aldeas.
Hace pocos días falleció por coronavirus Amoim Aruká, el último superviviente de la tribu amazónica de los Juma, otra cultura que desaparece de la faz de la Tierra, qué gran tragedia... Probablemente Bolsonaro habrá emitido una macabra risotada al enterarse.
"Estos pueblos están amenazados por el expolio y por la minería, la covid-19 ha llegado a través e los mineros y no se ha hecho nada para evitarlo. El presidente no se está preocupando por los muertos de Brasil porque están muriendo los negros y los indígenas, amenazados todos por una enfermedad traída de fuera y de la que no reciben información", ha dicho la líder indígena Fernanda Kaingáng.
La necesidad de oxígeno en los hospitales de Manaos, la capital del estado brasileño de Amazonas, es extrema. Los tubos llegan con retraso y los médicos no tienen forma de asistir a los enfermos de coronavirus que necesitan respirar para superar al virus. En los últimos días, la escasez de oxígeno ha acabado con la vida de varios pacientes, lo que ha llevado a los propios hospitales a racionarlos.
Ante esta situación, son los propios familiares de los ingresados por COVID-19 los que intentan hacerse con el oxigeno como y donde pueden soportando largas colas. Y no solo para aquellos que se encuentran hospitalizados, también para tratar a otros enfermos que necesitan el respirador.
Para entrar en profundidad en el tema publicamos dos breves pero estupendos vídeos de ARTE.tv. En el primero, de la sección "El revés de los mapas" y hecho durante el confinamiento, el realizador franco-brasileño Aurélien Francesco Barros nos explica cómo fue la desastrosa respuesta inicial a la pandemia del presidente y cómo ésta se cebó con los territorios y clases sociales más desfavorecidas. En el segundo, profundizará en cómo la pandemia se cebó en las clases sociales y territorios más desfavorecidos y cómo acentuó algunas de las flagrantes desigualdades y carencias que asolan el país.
Covid-19, una lección de geopolítica (El revés de los mapas, 2020) (Contraseña para ver el vídeo: Roybean)
Brasil, el COVID-19 divide al país (ARTE - Karen Naundorf, 2020)
Después, otra mirada, otro reportaje, esta vez de Informe Semanal y también de 10 minutos, nos mostraba cómo iba afrontado el país en junio de 2020 esa gripezinha de la que se reía Bolsonaro. Recordemos por cierto que hasta Twitter ha llegado a borrar tweets suyos (como hizo con su admirado Donald Trump, ese otro estercolero humano) por ir en contra de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Por cierto, hace poco, a mediados de febrero de este año, supimos que el Tribunal Supremo de Brasil pidió a la Fiscalía investigar a Bolsonaro por la insensatez de promover cloroquina para tratar el covid, más que nada porque lejos de ser indicada contra la Covi-19 puede ser de hecho perjudicial. Veremos en qué queda todo pero sería demasiado bonito que el gran bufón brasileiro empezara a pagar por todo el mal causado a su propio país.
Para finalizar, y si tienen ganas de más (el Juez Roy Bean siempre tiene) un estupendo reportaje en profundidad publicado el pasado mes de mayo en la revista 5W nos muestra, a través de algunas fotografías comentadas del fotoperiodista Felipe Dana, los fatales efectos que ha tenido la desinformación emanada desde el poder en la amazónica ciudad de Manaos, una de las poblaciones más castigadas por esta pandemia coronavírica que está zarandeando nuestro mundo. Vean, lean y estremézcanse.
Brasil: Muertes entre la negación y la desinformación
Estos son los efectos de la pandemia en Manaos, donde reinan el negacionismo y la confusión por los mensajes de los líderes políticos
Llamó “gripezinha” al coronavirus. Dijo que los brasileños tienen “los anticuerpos” para evitar que se propague. Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la COVID-19 como una pandemia, la actitud pública y la gestión del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, han encadenado polémicas: la destitución del ministro de Salud y casi inmediata dimisión de su sucesor, su insistencia en usar la hidroxicloroquina pese a los estudios que apuntan a su falta de eficacia y posibles efectos secundarios, sus ataques contra los gobernadores locales que sí decretaron medidas como la cuarentena o el aislamiento social...
Mientras todo esto ocurría, los casos y los muertos aumentaban. Brasil se ha convertido ya en uno de los países del mundo con más fallecidos: unos 26.000, según los datos oficiales. ¿Pero son datos reales? El fotoperiodista de Associated Press Felipe Dana (Río de Janeiro, 1985) y la reportera Renata Brito (Londres, 1991) llevan semanas documentando los efectos que la COVID-19 está teniendo en Manaos, uno de los lugares más afectados por la pandemia en Brasil. Allí se descubren los efectos —en forma de más muertos— de la desinformación, los mensajes contradictorios de los líderes políticos y la negación.
Manaos es la capital del estado de Amazonas, una región al norte de Brasil con la mayor tasa de fallecidos per cápita de todo el país. Más de 2.000 personas han muerto hasta la fecha por coronavirus en esa región, aunque la falta de test hace imposible determinar la cifra real, que se estima muy superior. El número de muertos en Manaos en abril y mayo casi ha triplicado los datos habituales.
El negacionismo de buena parte de la población también influye en la dificultad de cálculo. Más del 65% de la población votó aquí por Bolsonaro en las últimas elecciones. Por eso, si el presidente sale en la televisión diciendo que el virus es en realidad una gripe por la que no merece la pena paralizar la actividad laboral, la gente lo cree. “Estamos hablando de personas que necesitan de su trabajo para el día a día, que necesitan trabajar hoy para tener algo que comer mañana”, explica Dana.
Justo antes de viajar a su Brasil natal, Dana estuvo dos meses documentando los efectos de la pandemia en España. Las diferencias que ha encontrado entre ambos contextos, dice, son notables. “En España el confinamiento era total, pero en Brasil, sobre todo en la zona de Manaos, la gente está en la calle sin mascarillas ni distancia de seguridad, y muchos bares y comercios están abiertos”. Otra diferencia: Dana hizo estas fotografías en Brasil porque logró acceso, pero cree que en España se ha intentado esconder lo que está pasando. “Si lo que está pasando es chocante, hay que mostrarlo; la gente tiene derecho a saberlo”, sostiene.
A través de varias fotografías comentadas por el mismo Dana, recorremos las contradicciones de la pandemia en Brasil y su traducción en sufrimiento y muerte.
Las personas que transportan el féretro son miembros de SOS Funeral, un servicio municipal que ofrece servicios funerarios gratuitos a las personas que no tienen recursos para costear un entierro. En circunstancias normales comprueban el estado financiero de la persona, pero durante la pandemia no hay tiempo ni recursos logísticos, así que están atendiendo a todos los que llaman.
Para mí esta imagen es muy representativa de lo que es Manaos: un espacio ubicado en el interior de la Amazonia y rodeado por el río Amazonas y el río Negro. Buena parte de la población de la zona son ribeirinhos, personas que viven en pueblos pequeños en la ribera de los ríos a los que se accede con dificultad. En este caso era una anciana de 86 años que había presentado síntomas de COVID-19. Me gusta esta foto también porque refleja algo que no estamos acostumbrados a ver: que el virus ha conseguido llegar incluso a sitios a los que solo se puede acceder con embarcaciones de este tipo.
Me ha sorprendido la amabilidad de la gente para dejarnos acceder con estos equipos al interior de las casas. Son momentos difíciles para las familias y entendería que no quisieran a reporteros allí, pero aquí la gente es muy abierta. Casi todo el mundo me abría sus puertas y me dejaba trabajar.
Algo que me ha llamado la atención es que la mayoría de la gente se apresuraba a decir que lo que había ocurrido con su familiar no era un caso de COVID-19. Decían que ya era muy mayor, o que tenía alzheimer, o cáncer. Pero entonces empezaban a hablar de síntomas como fiebre alta o problemas respiratorios: una descripción perfecta del coronavirus. En cualquier caso, el médico que firmó su certificado de fallecimiento no llegó a ver a este paciente antes de determinar que la causa de la muerte había sido por “parada cardiorrespiratoria”.
Eliete das Graças, la mujer que aparece en la fotografía, es una persona que tiene mucho contacto con la realidad, que trabaja ayudando a personas pobres, pero se negaba a admitir que su padre había muerto por COVID-19.
Pensaba que podría hacer un velatorio en casa para darle una despedida digna, pero este tipo de actos se han prohibido por la pandemia. “Una persona ya ni puede morir con dignidad”, nos dijo entre lágrimas. “¡Pasará la noche en un congelador cuando podríamos estar velándolo en casa!”. Es otro de los motivos por los que mucha gente oculta la presencia del coronavirus: creen que las normas solo se aplican a sus víctimas.
Esta fotografía está tomada un domingo por la noche en un barrio pobre de Manaos. La gente se agolpaba en el bar sin ningún tipo de distancia de seguridad. Intenté comprar una botella de agua allí y casi no podía entrar. Aparte del hombre que está jugando a las cartas y la lleva en la barbilla, creo que yo era la única persona con mascarilla.
No tienen miedo. Una de las personas me dijo: “Si nos toca morir, nos toca morir”. Muchos confían en lo que les dice el presidente, que sale por la televisión quitando hierro a la situación.
No es así en todas partes, pero en barrios humildes como este no hay ningún tipo de control. Aunque no hay decretado un confinamiento oficial, este bar, por ejemplo, no debería estar abierto. En el centro de la ciudad, quizá por la imagen pública, sí se controla más y los establecimientos están cerrados.
También he acompañado al servicio de emergencias. En esta imagen están trasladando a un anciano con síntomas de COVID-19 que estaba muy enfermo.
El personal sanitario me comentaba que la gente espera al último momento para llamarlos, porque existe la creencia de que el virus está en los hospitales. Hay personas enfermas en casa que ni se plantean que puedan tener coronavirus y que no quieren ir al hospital por miedo a infectarse allí. Por eso la cifra de muertes en casa es tan elevada: cuando el servicio de emergencias llega, ya es demasiado tarde.
Esta es una imagen hecha con dron en Educandos, uno de los barrios de Manaos. Muestra bien el tipo de viviendas humildes que existen en estas zonas.
El virus llegó a esta región en plena época de lluvias, según las autoridades sanitarias. La particularidad de la zona es que es remota e internacional a la vez. Remota porque solo una precaria carretera conecta la ciudad con el resto del país y para acceder a pueblos aledaños son necesarios viajes en barco que duran horas. Internacional porque sus paisajes atraen cada año barcos llenos de turistas y su espacio de zona franca hace lo mismo con empresarios.
El primer caso mortal de la zona por COVID-19 se registró el 25 de marzo, y desde entonces la cifra no ha dejado de aumentar. Sin embargo, la falta de test ha provocado que solo el 6,5% de los más de 4.500 fallecidos entre abril y mayo hayan sido confirmado como casos de coronavirus.
Este es otro caso de una persona fallecida en casa. Tenía cáncer desde hacía años y los familiares me contaban que en los últimos días había tenido una gripe, pero insistían en que no era COVID-19. Estaba en una habitación muy pequeña y los familiares y amigos tuvieron que ayudar a sacarlo por la ventana.
Hay otro problema en la ciudad del que todo el mundo es consciente porque sale constantemente en la televisión: la saturación de los cementerios. Hay una decena en Manaos, pero solo uno público, el Nossa Senhora Aparecida, tiene aún espacio. En el resto se requiere tener una sepultura familiar ya comprada.
Pero el espacio en el público también es limitado y empezaron a recibir tantos fallecidos que no les daba tiempo a enterrarlos uno a uno. Empezaron a construir fosas comunes, una especie de cuevas horadadas con excavadoras para colocar unos cinco ataúdes juntos. En un momento dado llegaron a ponerlos unos sobre otros, pero hubo mucha indignación y dejaron de hacerlo.
Este es otro factor que empuja a la gente a negar que sus familiares han muerto con COVID-19. Ven las imágenes en la televisión, piensan que los enterrarán allí y no quieren que eso pase con sus seres queridos. La ironía es que las personas enterradas en esta zona son casos no confirmados de COVID-19, porque apenas se están haciendo test. Los confirmados, muy pocos en el cómputo total de muertos, se entierran en nichos individuales en un rincón de un espacio nuevo que crearon en lo que antes era un bosque. Tuvieron que talar los árboles para tener espacio.
De nuevo una persona mayor: Luis da Silva, 82 años, con problemas médicos previos pero que en las últimas semanas había experimentado dificultades para respirar. Murió en casa.
La mujer que lo abraza es su compañera. Era el momento en que iban a sacar el cuerpo y estaba muy emocionada. Probablemente tenía COVID-19, pero no lo sabemos, porque no se realizan test a personas fallecidas en casa. Ella seguramente ni lo pensaba: solo quería darle un abrazo de despedida.
Este es un hospital de campaña público —con apoyo privado— que se montó en una escuela de Manaos.
Los pacientes utilizan una especie de cápsula que es en realidad un método de ventilación no invasiva. Se utiliza en personas que tienen dificultades para respirar, pero que todavía no necesitan ser intubadas. El sistema crea una presión negativa en su interior y además tiene un filtro que permite mantener el aire que viene del exterior menos contaminado durante más tiempo. Se trata de un invento propio. Las primeras pruebas parecen estar dando buenos resultados.
Este avión transportaba a un paciente desde Santo Antonio do Iça a Manaos. Su hija nos confirmó hace poco que murió un par de días después. El viaje duró tres horas porque es un lugar en plena Amazonía donde la mayor parte de la población es indígena. No hay vuelos comerciales ni aeropuerto, solo una pequeña pista o la posibilidad de viajar durante varios días en barco. Y el virus llegó hasta allí.
Este es un espacio poco poblado pero muy extenso. El acceso es complicado, no hay hospitales y mucho menos unidades de cuidados intensivos. No hay respiradores ni posibilidad de rellenar los escasos tanques de oxígeno existentes. Las pocas máquinas presentes en algunas poblaciones son casi imposibles de utilizar debido a los constantes cortes de electricidad.
Este tipo de aviones son imprescindibles para poder trasladar a la gente hasta hospitales. Son espacios peligrosos porque estás confinado con personas que están muy enfermas dentro de un sitio donde no circula el aire. Pero nos dejaron documentarlo porque, al fin y al cabo, es una muestra del Gobierno tratando de salvar a pacientes. Por eso me sorprendió mucho que en España no nos dejarán apenas acceder a sitios.
Llevo años trabajando en contextos de todo tipo en Oriente Medio, África y Latinoamérica, y nunca me había encontrado un control de la prensa como el que vi en España, sobre todo al inicio de la pandemia. Llegué a escuchar en Barcelona que no querían mostrar todo lo que estaba ocurriendo para que la gente no se asustara, para que no tuviera miedo. No me esperaba eso en un país europeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario