Bea Contel nos descubre a Verónica Viola Fischer, una poeta argentina que desconocía y que está muy bien.
As De Oro
Soplo, tiro los cuadraditos sobre el paño de la mesa y soy
feliz. Generala. Mujer déspota y sumisa
de la arbitrariedad.
Observo los tres ases. Son míos. Poderosa canto
aplasto sombreros con mi pierna corta, sonrío a la nuca
de los demás concursantes. Apuesto al doce
pago por el rojo y colorado! ¡Colorado el doce! Cobro.
Sí, cobro, recibo, aguanto la mortaja del papel
comprador. Camino sola, seria. Entro a un negocio y pregunto -¿podría darme
la hora?- El vendedor me la envuelve
llena de moños, la llevo.
Si bien en el juego, mal en el amor -dijo
un borracho sobre la vereda y yo pensé
que el amor solo era juego, justamente
el azar defendió sus tierras
y castigó a quienes intentaron construir ciudades verdaderas. Voy al casino. Necesito luz blanca,
ahogarme en brillos. Si no, caigo. Casi no veo de noche. El día es negro. Y otra
otra vez casi no, casi
suculenta me rozo algún labio.
Dialéctica
No hay voluntad de persistir sobre este asunto
No quiero hablar
sobre posibles razones respecto
de mi comportamiento: te acaricié
como si estuviera repasando con el dorso de una mano
las miguitas de la mesa
hasta la palma de la mano contraria y no tengo
más que amor para darte.