En Marais, en definitiva, se mezclan perfectamente la modernidad bien entendida con un soberbio entorno clásico, en un lugar lleno de vida y de rincones elegantes y maravillosos. Y de eso tan evocador que es la mujer francesa.
Este espacio de 125 hectáreas en pleno Paris conoció el lujo en el siglo XVII, el deterioro y la decadencia en el XIX y un nuevo auge y rehabilitación a finales del XX al ser ocupado por parte de la burguesía bohemia y/o la comunidad gay, de artesanos, artistas y profesionales liberales, de inmigrantes, de gente de todas partes y culturas, y todos ellos lo volvieron a dejar entre los más prósperos, tolerantes y chic de Paris. Que no lujosos, como pueda ser Saint Germain. En fin, lo que a Madrid sería Malasaña o Chueca. Y nunca serán.
Pero uno de mis lugares preferidos de este precioso barrio y por extensión de Paris es la maravillosa Place des Vosges, situada un poco escondida, pero en el corazón mismo de Marais.
Esta plaza es la más antigua de Paris y fue mandada construir por orden de Enrique IV, aquel príncipe hugonote francés que, al ser obligado a convertirse al catolicismo para poder ser rey, musitó aquello de "París bien vale una misa" en las guerras de religión que sacudieron el país galo en las últimas décadas del siglo XVI.
Cuatro fuentes, jardines cuidados con primor, plena de simetrías perfectas, de soportales porticados donde asoman pequeños restaurantes y galerías de arte, donde tuvo su residencia el cardenal Richelieu y donde vivió y murió Victor Hugo, en la que ahora es su casa-museo. Sin pedigree casi.
En ese barrio y en esa plaza se respiran tolerancia y diversidad, se respira Historia, se respira cultura, se respira elegancia y se respira pasión y buen gusto. Me encanta vivir en Malasaña, tiene muchas cosas estupendas, pero veo los contenedores llenos de escombros, los muchos locales vacíos, las coreografías del horror impresas en el pavimento por los zapatos de quien han tenido un momento hepisadounamierdadeperro, los cutre-graffiti en las puertas de las casas, las botellas rotas, las basuras y los papeles tirados a dos metros de una papelera, las vomitonas y las meadas en las esquinas y entonces si paso por la infame plaza de la Luna -o como se llame ahora- ya se me cae el alma a los pies.