Murió el gran Miguel Delibes, autor de libros magistrales como El hereje, Las ratas y Cinco horas con Mario, así que el retén de guardia de "Vida y Tiempos..." quiere expresar su pequeño y sentido homenaje al escritor vallisoletano con un artículo de Borja Hermoso escrito en El País y la película de otra de sus grandes obras maestras (y quizá la más conocida), la inolvidable Los santos inocentes, de Mario Camus.
"y, de pronto, sucedió lo imprevisto, y como, si entre el Azarías y la grajilla se hubiera establecido un fluido, el pájaro se encaramó en la flecha de la veleta y comenzó a graznar alborozadamente.
y en la sombra del sauce se hizo un silencio expectante y, de improviso, el pájaro se lanzó hacia delante, picó, y ante la mirada atónita del grupo, describió tres amplios círculos sobre la corralada, ciñéndose a las tapias y, finalmente, se posó sobre el hombro derecho de Azarías y empezó a picotearle insistentemente el cogote blanco como si le despiojara y Azarías sonreía, sin moverse, volviendo ligeramente la cabeza hacia ella y musitando como una plegaria,
milana bonita, milana bonita."
En la Arcadia de los santos inocentes
Borja Hermoso 12/03/2010
Tres décadas ya desde que el buen tonto Azarías masticaba la nada con el culo pegado al tajuelo del hogaril, rutando su mundo loco, acunando a la Niña Chica, que, una tarde sí y la otra también, teñía de miedo el aire con alaridos de monstruo sordo. Tres décadas ya, pero parecieran siglos, de aquel mundo arcaico de Miguel Delibes en forma de libro, seis lustros de evocación y memoria de Los santos inocentes, criaturas de papel y tinta que contaron a lo bestia el vía crucis de los desharrapados del campo español, prolongación brutal de aquella Arcadia habitada por Daniel el Mochuelo que el gran bardo de la tierra castellana plasmó en El camino.
Sólo tres décadas de aquel universo arcaico de boinas caladas y boñigas en los zaguanes, de aquella epopeya rural de pantalones a la altura de las corvas en la que Paco El Bajo, el Azarías, la Régula, el señorito Iván y su mundo en sepia de ridiculez aristocrática echaban en los campos la simiente de otros tiempos, de otras cosas. Pero el Azarías ya no corre el cárabo en los cerros, ni tontea su idilio ingenuo con la milana -"¡quiá, quiá!, milana bonita, milana bonita"- ni se mea en las manos para que no se le resquebrajen con el frío, ni se va de vientre en la corralada, ni ahorca señoritos de sangre azul porque en un siesnoés le han matado el pajarraco. Todas esas vidas y todas esas muertes relató Miguel Delibes en el que es y siempre fue su artefacto literario predilecto, Los santos inocentes, o lo que es lo mismo, "los humillados y ofendidos de la vida campesina, por el gran escritor de la Castilla actual", tal y como rezaba la portada de la edición original de Planeta en 1981, en un libro que el autor dedicó a su amigo Félix Rodríguez de la Fuente y que Mario Camus convertiría en la película del mismo título, película que nos regaló a nosotros las interpretaciones imborrables de Paco Rabal y Alfredo Landa y, a ellos, un premio de interpretación en Cannes.
Ya no es 1981, y mucho menos 1964, año en que diversos estudiosos de la obra sitúan la acción del relato. Decir acción es quizá excesivo. Porque claro que importó a Miguel Delibes hace tres décadas y media el qué: la exposición y consiguiente denuncia de la opresión rural de los señoritos de las fincas sobre los desheredados del campo. Pero más pareció vivir en sus intenciones el deseo del cómo: la plasmación emotiva y brutal, en apenas 120 páginas, de semejante galería psicológica.
Y por supuesto, no cabe olvidar el deseo del mensaje: "Una clara intención moral que aún existe", según contestaba hace unos años el propio autor por escrito desde su casa de Valladolid cuando se le preguntaba si esta novela era sólo literatura o también una alegoría de la pugna entre los de arriba y los de abajo...
Y si se le seguía preguntando a Miguel Delibes y se le consultaba si continúan existiendo hoy en las fincas privadas de España los mismos estigmas del vasallaje y el servilismo que retrata su libro, el autor de Las ratas y El camino contesta: "Esto ha evolucionado para bien. La gran diferencia entre pobres y ricos se ha atenuado, aunque sigue siendo lamentable. En Castilla, la tierra está más repartida".
Incrustación inolvidable de los fantasmas de la España negra en pleno siglo XX -y aunque algunos perviven-, Los santos inocentes ajusta cuentas con la historia. Ya no se mea Azarías / Paco Rabal en los pantalones con gatera, ya no cruje la pata herida de Paco el Bajo / Alfredo Landa bajo el yunque aristócrata y hortera del cacique / Juan Diego... ya no le rasca Azarías "con el índice de la mano derecha los pelos del colodrillo" a la Niña Chica, que, inmóvil, indiferente, se dejaba hacer...
El tonto heroico frente a la oligarquía campesina y el feudalismo rural.
La honra del desharrapado frente a la ruina moral del idiota encumbrado.
Los santos inocentes, libro indispensable. Tres décadas ya.