En una pequeña zona de la menguante selva del estado brasileño de Rondônia, rodeados de plantaciones de soja y explotaciones ganaderas, los últimos seis supervivientes del genocidio ejecutan una de sus danzas tribales, exterminio llevado a cabo por facenderos y ganaderos que masacraron a la tribu de los akuntsu y deforestó su selva. En la actualidad quedan apenas quedan cinco. En sólo algunos años este pueblo indígena habrá desaparecido y nuestro planeta habrá perdido un pueblo, un lenguaje y una cultura únicos, un invaluable pedazo de Humanidad. Tristeza de la tierra.
Asimismo destacaba el carácter reivindicativo de su filme y su intención de "hacer justicia a través de un trabajo decente y comprometido. Hablamos de pueblos y culturas que se están pisoteando. Los indios no quieren compasión, sino que se reconozca su autoridad en el territorio en el que habitan".
El pueblo de los akuntsú ha sido exterminado por latifundistas y madereros del estado brasileño de Rondonia, un lugar peligroso en el corazón del Amazonas. Los supervivientes de esta tribu habitan en el río Omêre, en el último pedazo de selva virgen de ese estado. Cinco seres humanos en una isla verde sitiada por extensiones devastadas para el pasto de miles de vacas. Su idioma, mundo espiritual y cosmogonía se desconocen. Su concepto de libertad está vinculado a las aves y a la música. Cuando se trasladan, los llevan con ellos, dentro de unos recipientes hechos con palmeras. Los Akuntsú son el símbolo de la resistencia pacífica de los pueblos indígenas ante el avance del ‘desarrollo’ insostenible.
CIPÓ Company llevó a cabo el diseño de producción de este documental. El equipo de CIPÓ trabajó con Sydney Possuelo, responsable del Departamento de Indios Aislados de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) del Gobierno de Brasil. En este documental se ofrecían al público por primera vez imágenes de pueblos indígenas que apenas han tenido contacto con nuestra civilización y que mantienen formas de vida intactas desde hace miles de años. Sus cámaras fueron las primeras en viajar a esta zona de Rondonia. En este escenario asistiremos al conflicto sangriento entre indígenas y terratenientes por la propiedad de la tierra.
De la mano de un pequeño grupo de seis miembros de una de las etnias implicadas, los Akuntsú, el equipo realizó una profusa labor de investigación, desvelando el entramado de intereses políticos y económicos de este conflicto. En definitiva un documento de valor periodístico y antropológico que profundiza en el presente de los Akuntsu del río Omere, en Rondonia. Cuando los visitaron en 2004 solo quedaban seis, ahora quedan cinco. Los hacendados de la región saben por qué han muerto, las autoridades también pero nadie hizo nada. Así, los akuntsú afrontan su trágica extinción como pueblo en los años venideros y con ellos desaparecerá una parte del alma humana de la selva amazónica ante la indiferencia de casi todos, desde luego no la del Juez Roy Bean.
En este artículo de Survival International podemos conocer la historia de este crimen de lesa humanidad.
Survival - Los akuntsu
Hoy en día, los akuntsus ocupan una pequeña parcela de bosque. Ha sido reconocida legalmente y demarcada por el Gobierno brasileño, pero se encuentra rodeada de enormes haciendas de ganado y plantaciones de soja. Éstas reemplazan a las que fueran extensas selvas de Rondônia, que un día constituyeron el hogar de numerosos pueblos indígenas.
Viven en una comunidad en dos pequeñas malocas (casas comunales) hechas de paja. Son cazadores aficionados – el jabalí, el agutí y el tapir son piezas muy apreciadas -, y cultivan el maíz y la mandioca en pequeños huertos. También recolectan frutas del bosque y a veces pescan peces de pequeño tamaño en los arroyos. Los akuntsus fabrican flautas de madera que utilizan en danzas y rituales. Llevan pulseras y tobilleras hechas de fibra de palmera. Los collares de conchas han sido sustituidos por otros de plástico brillante que los akuntsus recortan de contenedores de pesticida desechados por los terratenientes. Para las ceremonias se pintan el cuerpo con bija (tinte de annato).
Genocidio
En 1995, trabajadores de campo contratados por la FUNAI, el Departamento gubernamental de Asuntos Indígenas, contactó con un grupo de cinco indígenas kanoês, un grupo que vive en la misma zona que los akuntsus. Los kanoês informaron a la FUNAI de que habían visto huertos y viviendas pertenecientes a otro grupo aislado cercano, al que conocían por el nombre de akuntsu. Ese mismo año, pocos meses después, contactaron finalmente con los akuntsus. De forma alarmante, su número ascendía a tan sólo siete individuos. Una de las hijas de Konibu ha muerto desde entonces en el año 2000 tras la caída de un árbol sobre la casa durante una tormenta y Ururu, la mujer más anciana, murió en octubre de 2009. La FUNAI tenía evidencias de la existencia de indígenas aislados en Rondônia desde los años setenta. La construcción de una carretera de gran envergadura, conocida como la BR-364, trajo consigo oleadas de ganaderos, madereros, especuladores de tierra y colonos que fueron ocupando el Estado.
Se descubrieron señales de la presencia de los indígenas. En 1984, flechas golpearon a un tractor maderero. Se encontraron casas comunales y huertos abandonados que demostraban que los indígenas se habían marchado de forma apresurada. Por la región de Corumbiara circulaban rumores acerca de la masacre de indígenas aislados a manos de pistoleros contratados por los ganaderos.
En 1985, la FUNAI encontró evidencias de la masacre: una maloca indígena fue completamente demolida y enterrada por los terratenientes, en un intento de ocultar el ataque. Se desenterraron trozos de cerámica y flechas que más tarde Konibu confirmó que pertenecían a los akuntsus. Nombró a muchos familiares que habían sido asesinados por los pistoleros. A Pupak, el segundo hombre akuntsu, le dispararon por la espalda mientras huía de los asesinos a sueldo. Las cicatrices aún son visibles. El trauma que el grupo ha sufrido se aprecia en el miedo que sienten hacia los terratenientes que aún ocupan sus tierras y hacia el ruido de las motosierras que trabajan en las inmediaciones.
En 1985, la FUNAI encontró evidencias de la masacre: una maloca indígena fue completamente demolida y enterrada por los terratenientes, en un intento de ocultar el ataque. Se desenterraron trozos de cerámica y flechas que más tarde Konibu confirmó que pertenecían a los akuntsus. Nombró a muchos familiares que habían sido asesinados por los pistoleros. A Pupak, el segundo hombre akuntsu, le dispararon por la espalda mientras huía de los asesinos a sueldo. Las cicatrices aún son visibles. El trauma que el grupo ha sufrido se aprecia en el miedo que sienten hacia los terratenientes que aún ocupan sus tierras y hacia el ruido de las motosierras que trabajan en las inmediaciones.
Invasión
Aunque su tierra ha sido reconocida legalmente y la FUNAI está presente de forma permanente en la zona, los akuntsus están rodeados por terratenientes hostiles. Alguno de ellos aún tiene edificios, empleados y rebaños de ganado en territorio akuntsus. La FUNAI está intentando expulsar a los terratenientes, y el caso está actualmente en los tribunales. Habiendo presenciado el genocidio de su pueblo y habiendo sufrido la violencia extrema de los pistoleros contratados por terratenientes, los akuntsus se muestran temerosos y desconfiados con la mayoría de los foráneos, especialmente hacia los empleados de las haciendas.
Futuro
Los lingüistas trabajan ahora con los akuntsus para registrar y entender su idioma. Se espera que un día este pueblo tenga la oportunidad de relatar toda su historia al resto del mundo. Al tratarse de un pueblo muy aislado, los akuntsus son extremadamente susceptibles a enfermedades de foráneos. A menos que decidan unirse a miembros de otros grupos indígenas, lo que parece poco probable, este pequeño pueblo desaparecerá de la faz de la tierra para siempre, y se completará así el genocidio de los akuntsus.
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