Parece que esta edad dorada de las teleseries que estamos viviendo no deja de darnos gratas sorpresas. Series hechas para la televisión (mayormente norteamericanas) que en su mayoría retratan de forma impecable el mundo en mutación que estamos viviendo en general y las miserias de la vida norteamericana en particular. Pensábamos que las magníficas The Sopranos, Mad Men, Boardwalk Empire y The Wire (sobre todo ésta última), tenían, cada una en su estilo, un nivel difícil de alcanzar, pero de repente entramos en Breaking Bad y volvemos a disfrutar del puro goce de estar viendo en nuestros televisores un producto de ficción extraordinario.
Es una historia creada por el hasta ahora desconocido Vince Gilligan que comienza cuando a Walter White, un profesor de química de instituto en Alburquerque (Nuevo Méjico) le diagnostican a sus 50 años un cancer de pulmón que está acabando con su vida. Entonces decide liarse la manta a la cabeza, acabar con su mediocre vida y aprovechar sus vastos conocimientos de química para cambiar su destino (y el de su familia) fabricando la más pura de las metaanfetaminas para así reunir el dinero suficiente que permita a su mujer y sus hijos (uno un poco impedido, otro al llegar) poder vivir sin él en sus vidas. Para ello se junta con un antiguo alumno y traficante de medio pelo, Jesse Pinkman, que le introducirá en los manejos de la distribución de droga. A lo largo de los episodios se van presentando los distintos e impagables personajes que comienzan a orbitar alrededor de la nueva y secreta ocupación de Walter, interpretado por Bryan Cranston, actor al que hasta ahora no conocíamos.
Por qué Walter White delinque es una cuestión, en realidad, menor, una mera justificación o detonante. Lo transgresor aquí es ir descubriendo cómo en realidad disfruta corrompiéndose”, cómo se convierte en un hombre nuevo, más feliz, más completo, más vivo, gracias a la violencia y al poder que le confiere su nueva careta de “Heinsenberg”, el traficante de anfetas más peligroso de la ciudad. Walter White comprende capítulo a capítulo que en realidad era un hombre castrado, anulado por su trabajo, su familia, por la enfermedad y la abulia vital.
Ésa revelación radical le convierte en un personaje único. La cercanía de la muerte, la necesidad de contrarrestar la decepción provocada en sus seres queridos y el deseo de redención de lo que él considera una vida fracasada, le llevan a recorrer un camino del que ya no podrá regresar y que, para su desgracia, acabará poniendo en peligro precisamente todo aquello que trata de proteger. Breaking Bad es una fábula moral que nos habla del destino, del autoconocimiento, del poder del dinero, de la familia y del amor, del crimen y la muerte, mientras nos muestra las sombras de sus personajes colocándoles en situaciones límite que cuestionan las difusas fronteras de la ética personal.
En sus capítulos todo aporta y nada sobra, en ellos se suceden los sorprendentes puntos de giro, los detalles significativos y los dobles significados, las ironías, los sarcasmos y un humor tan negro como un tumor. Y para homenajearla les ofrecemos una de las grandes escenas que conforman estas aprox. 30 horas del mejor cine, cuando Jesse Pinkman intenta cocinar metaanfetamina por libre mientras su atolondrado colega Badger no dejar de dar por saco y suena 'Uh', de Fujiya & Miyagi. Vean Breaking Bad, una serie cojonuda y tan adictiva como la mejor metaanfetamina.
Por qué Walter White delinque es una cuestión, en realidad, menor, una mera justificación o detonante. Lo transgresor aquí es ir descubriendo cómo en realidad disfruta corrompiéndose”, cómo se convierte en un hombre nuevo, más feliz, más completo, más vivo, gracias a la violencia y al poder que le confiere su nueva careta de “Heinsenberg”, el traficante de anfetas más peligroso de la ciudad. Walter White comprende capítulo a capítulo que en realidad era un hombre castrado, anulado por su trabajo, su familia, por la enfermedad y la abulia vital.
Ésa revelación radical le convierte en un personaje único. La cercanía de la muerte, la necesidad de contrarrestar la decepción provocada en sus seres queridos y el deseo de redención de lo que él considera una vida fracasada, le llevan a recorrer un camino del que ya no podrá regresar y que, para su desgracia, acabará poniendo en peligro precisamente todo aquello que trata de proteger. Breaking Bad es una fábula moral que nos habla del destino, del autoconocimiento, del poder del dinero, de la familia y del amor, del crimen y la muerte, mientras nos muestra las sombras de sus personajes colocándoles en situaciones límite que cuestionan las difusas fronteras de la ética personal.
En sus capítulos todo aporta y nada sobra, en ellos se suceden los sorprendentes puntos de giro, los detalles significativos y los dobles significados, las ironías, los sarcasmos y un humor tan negro como un tumor. Y para homenajearla les ofrecemos una de las grandes escenas que conforman estas aprox. 30 horas del mejor cine, cuando Jesse Pinkman intenta cocinar metaanfetamina por libre mientras su atolondrado colega Badger no dejar de dar por saco y suena 'Uh', de Fujiya & Miyagi. Vean Breaking Bad, una serie cojonuda y tan adictiva como la mejor metaanfetamina.
Pinkman... uhmmm, me gusta ese tipo.
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