“Son malos tiempos para la justicia. Vengan a ver la farsa, el decorado roto, la peluca mal puesta”. Vengan aquí y observen (...) la toga sucia y el culpable limpio” Luis García Montero
La Justicia en nuestro país ha demostrado en numerosas ocasiones sus ineficiencias operativas y servidumbres políticas, pero últimamente el primer juicio del caso Gürtel y las tres causas del proceso a Baltasar Garzón han mostrado a las claras las vergüenzas de nuestro sistema jurídico. Al insulto a la inteligencia que supuso la delirante absolución de Camps y Costa por un jurado popular claramente influenciado se añadió que el primer y por ahora único condenado por el mayor caso de corrupción de nuestro país fuera el juez que lo instruyó.Fue la causa de las escuchas de Gürtel la que consiguió lo que tantos poderes políticos y jurídicos deseaban, la defenestración de Garzón como magistrado de la Audiencia Nacional. No fue necesario por ello el mayúsculo escándalo internacional que hubiera significado para nuestro país condenar por la causa de los crímenes del franquismo (después de Camboya, España es el país con más fosas comunes sin desenterrar en las que permanecen los restos de aproximadamente cien mil represaliados), al único magistrado español que ha querido investigarlos, el único que ha intentado afrontar la vergüenza histórica que significa que España sea el único Estado europeo que no ha afrontado sus crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Estado y con las fuerzas del Estado.
En fin, para nuestra primera entrada sobre algo tan invocado y pocas veces conseguido como la Justicia, les dejamos con un artículo de Ángeles Caso y un reportaje del inquisitivo Jordi Évole que nos hablan de algunas de las trampas y podredumbres de la justicia española y de que, tenemos que tenerlo claro, ni la justicia es ciega ni es igual para todos.
Salvados - ¿Justicia para todos?
El Rey y la Constitución española dicen que la justicia es igual para todos, pero ¿La justicia es realmente ciega? ¿Los ciudadanos confían en la justicia? Jordi Évole traslada estas preguntas a abogados, jueces y fiscales durante un recorrido que hace por la Ciudad de la Justicia de Barcelona. Salvados introduce sus cámaras en salas de vistas, despachos de jueces y almacenes donde se guardan pruebas y sumarios. El programa repasará los casos de corrupción más importantes de los últimos años en nuestro país y las consecuencias que han tenido para los acusados. Évole entrevista, entre otros, a José María Mena, ex Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, y el juez Pijuan, juez instructor del caso de Félix Millet, hombre acusado de robar 35 millones de euros.
En fin, para nuestra primera entrada sobre algo tan invocado y pocas veces conseguido como la Justicia, les dejamos con un artículo de Ángeles Caso y un reportaje del inquisitivo Jordi Évole que nos hablan de algunas de las trampas y podredumbres de la justicia española y de que, tenemos que tenerlo claro, ni la justicia es ciega ni es igual para todos.
Salvados - ¿Justicia para todos?
El Rey y la Constitución española dicen que la justicia es igual para todos, pero ¿La justicia es realmente ciega? ¿Los ciudadanos confían en la justicia? Jordi Évole traslada estas preguntas a abogados, jueces y fiscales durante un recorrido que hace por la Ciudad de la Justicia de Barcelona. Salvados introduce sus cámaras en salas de vistas, despachos de jueces y almacenes donde se guardan pruebas y sumarios. El programa repasará los casos de corrupción más importantes de los últimos años en nuestro país y las consecuencias que han tenido para los acusados. Évole entrevista, entre otros, a José María Mena, ex Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, y el juez Pijuan, juez instructor del caso de Félix Millet, hombre acusado de robar 35 millones de euros.
Algo huele a podrido en la justicia
Ángeles Caso - La Vanguardia 15/03/2012
Escribo este artículo el mismo día en que nos informan de que el juez Garzón ha sido absuelto por su investigación de los crímenes del franquismo. ¡Aleluya! Como a otros muchísimos ciudadanos, me alivia enormemente saber que una causa iniciada por los nietos ideológicos de los verdugos franquistas e instruida por un juez que se permite dar consejo a los demandantes ha terminado de esta forma. Aunque no sé hasta qué punto esa sentencia pueda aliviar al propio Garzón, que ya ha sido apartado de la carrera por otra difícilmente comprensible para la mayoría de nosotros: ¿es posible que un juez que tiene sospecha de que unos abogados puedan estar delinquiendo no tenga capacidad para averiguarlo...?
Claro que el hecho de que no logremos entender este embrollo no es nada nuevo: la justicia está tan alejada de la ciudadanía, que una y otra vez nos vemos sorprendidos por resoluciones incomprensibles, cuando no absurdas y, demasiado a menudo, muy poco justas. Los legos observamos todo eso atónitos y preocupados, pensando que cualquier día podemos ser nosotros las víctimas de un sistema cuyo funcionamiento se nos escapa. Quienes entienden de leyes, en cambio, parecen tenerlo muy claro: la justicia compone en sí misma un universo propio, un mundo arcano poblado por gentes que hablan un lenguaje que sólo les pertenece a ellos y se mueven por razones que a los demás nos resultan ajenas.
Hace tan sólo unos días, un amigo jurista me regaló la siguiente frase: “La justicia no busca esclarecer la verdad de los hechos, sino establecer la perfección de las formas”. Y entonces lo vi claro: esa realidad, de la que él parecía sentirse orgulloso, es la auténtica tragedia de nuestro sistema jurídico. Al final, tanto la redacción de las leyes como su aplicación acaban siendo una cuestión puramente formal, en la que lo más importante son las palabras y su interpretación, la argumentación –tan fácilmente manipulable– y hasta los plazos. Ante el peso mastodóntico de todo ese rigorismo en las formas, a menudo se quedan al margen los hechos y, con ellos, el sentido común y la verdadera aplicación de lo que la gente normal entendemos por justicia.
A esa tragedia se le añade otra: la politización de tantos jueces y magistrados. ¿Es razonable que esos profesionales estén organizados en asociaciones caracterizadas por su ideología política y no por su concepto de la propia justicia? ¿Es sensato que los juzgados y los tribunales se los repartan los partidos a través del Consejo General del Poder Judicial? ¿Es justo que un juez investigue o no y dicte determinadas sentencias en función de los intereses del partido o de la corriente ideológica a la que cree deber fidelidad?
Lo malo es que, sinceramente, pienso que no hay manera de remediar todos estos males. Dado que nuestro concepto del derecho parte de los romanos, llevamos al menos dos mil años acumulando costumbres y vicios. (De acuerdo, pongamos que también alguna virtud, por ser justa.) En cualquier caso, demasiado tiempo y demasiado deterioro como para poder evitar que todo eso huela a podrido. Me temo que limpiarlo no sea tarea fácil, por no decir que es imposible. Así pues, mejor pongamos velas a todos los santos para no vernos nunca implicados en un juicio.