Anoche pudimos disfrutar de la obra de teatro "Eleuterio, historia de un hombre libre", que se representa hasta el 28 de julio en la Sala Montacargas de Madrid. Dirigida por Nacho Marrajo y con un magnifico texto de su hermano José, esta obra es interpretada de forma magistral por el actor segoviano Luis Callejo, que se mete en las entrañas de Eleuterio Sánchez Rodríguez -el mítico El Lute- en uno de los mejores papeles de su ya dilatada carrera.
Eleuterio Sánchez acaba de ser liberado en 1981 de la cárcel de Alcalá de Henares y rememora su vida, una vida de pobreza, analfabetismo y opresión, de delitos cometidos por necesidad, de tortura y persecución obsesiva por parte de los aparatos represores del franquismo, que lo convirtieron en enemigo público y lo privaron de lo más valioso, de lo que hace a un hombre verdaderamente un hombre, su libertad.
Sin embargo su afán de superación le hizo aprovechar su estancia en la cárcel para alfabetizarse de forma autodidacta, leer todos los libros que llegaban a su poder y así formarse como individuo. La hora y cuarto que dura esta obra se convierte en una conmovedora experiencia emocional sobre este hombre extraordinario especializado en escapismos, pero cuya mayor huída fue la del analfabetismo y la incultura a las que la sociedad le había condenado.
Ahora Eleuterio es un hombre libre que disfruta de la vida pero que rememora, aún con rabia, aquella España oscura que le condenó desde su infancia a ser un desheredado y lo que de ella permanece hoy en día, que es mucho. Aprovechen pues hasta el 29 de julio (Sala El Montacargas, de jueves a domingo a las 22 horas, 10 euros en Atrápalo.com), para conocer su historia a través de la fabulosa interpretación de Luis Callejo, el Robert de Niro segoviano.
Eleuterio, historia de un hombre libre
Eleuterio. Merchero, culto y libre
Crónicas - Juantxo Vidal 02.05.2014
Orgulloso de su estirpe, Eleuterio Sánchez nació merchero en Los Pizarrales, un barrio de Salamanca, en 1942. Vivió sus primeros lustros de pueblo en pueblo, nómada, ambulante en carromato, arreglando y vendiendo quincalla, el oficio secularmente heredado por los suyos. Una vida en las cunetas de aquella España oficial de la dictadura, al borde siempre del hambre y siempre bajo sospecha, con el temor a la visita de la Guardia Civil pegado en la piel.
Adn merchero
Los mercheros se regían por sus propias normas, por un código interno que situaba a la familia en el centro del universo. No inscribían a los hijos en el Registro Civil, de manera que para “la sociedad oficial” eran alegales de nacimiento, una especie aparte. Así creció Eleuterio, rodando por los caminos, intentando engañar al hambre y al frío. Sólo recuerda un paréntesis feliz en su infancia, cuando fue acogido por una familia de Las Urdes para pastorear cabras. En ese tiempo, unos pocos años, tuvo plato y cama fijos, cada día, hasta que volvió al carromato.
Y en los caminos se cruzó con Consuelo. Un flechazo. Fue padre con 19 años y con 19 años padeció su primera condena, su primera cárcel. En Badajoz, en un invierno duro de frío y malo de trabajo, robó unas gallinas. Le costaron 2 años de prisión. Cuando recobró la libertad, la forma de vida merchera sucumbía; el plástico enterraba a la quincalla. Eleuterio decidió instalarse en los arrabales de Madrid, y allí, entre chabolas, torció su vida.
El día más negro
Fue el 5 de mayo de 1965. “Malas compañías”, dice Eleuterio cuando recuerda aquel mediodía que junto a dos compinches, los tres en una moto, pararon frente a una joyería en la calle Bravo Murillo. Con un ladrillo rompieron el escaparate y cogieron algunas joyas; cuando emprendían la huída les sorprendió el vigilante dándoles el alto. Sonó un disparo y el vigilante cayó herido de muerte. Se llamaba Tomás Ortiz. No fue Eleuterio quien disparó, “ni sabía que mi compañero llevara un arma”, asegura. Días después es localizado en un bar de la calle Galileo. Intenta escapar, la policía dispara y una bala rebotada alcanza y mata a una niña, Raquel Campiña. El recuerdo aún le brilla en los ojos.
De Eleuterio a “El Lute”
En los calabozos de la Dirección General de Seguridad –hoy sede de la Comunidad de Madrid- Eleuterio padeció los tortuosos interrogatorios de la policía. De allí salió “El Lute”, el bandido despiadado que atemorizó a España. Nunca se ha reconocido en ese personaje, “El Lute” ha sido siempre un extraño en la piel de Eleuterio. Se le aplicó la Ley de Bandidaje y Terrorismo, un tribunal militar le condenó a muerte. Pasó días de desesperación en la prisión de Carabanchel, en celdas bajas, la antesala del garrote, atenazado de temor, esperando la ejecución. Finalmente la sentencia fue conmutada por cadena perpetua.
La cultura esperaba en El Dueso
El penal de El Dueso, en Santoña, Cantabria, fue el primer destino para el condenado. Eleuterio tenía 23 años, era analfabeto, otros presos le escribían las cartas que enviaba a la familia y le leían las que recibía. Se propuso cambiar la situación y comenzó a acudir a clases para adquirir los conocimientos básicos. Pero además encontró a una persona que contribuyó decisivamente a encauzar su existencia: Simón Sánchez Montero. El dirigente comunista, preso político en aquellos tiempos, fue quien le mostró la necesidad de formarse, de adquirir conocimientos, de explorar la cultura, de dotarse de herramientas para un futuro en libertad, porque la libertad llegaría tras la dictadura. Eleuterio se hizo militante convencido de la lectura y del estudio. Sigue siéndolo.
Dos fugas
La autodisciplina ha sido, asegura, su tabla de salvación. Cada día gimnasia, estudio y… fuga. Siempre en su cabeza presa alimentó la idea de la fuga. Lo tenía claro: libre o muerto. La primera ocasión se presentó en junio del 66, en tren, durante un traslado, custodiado por la Guardia Civil, de El Dueso a Madrid para una vista judicial. Un preso anarquista le había dado un llavín con el que consiguió abrir su atadura y, a la altura de Frómista, en Palencia, abrió la puerta y se arrojó en marcha. Con un brazo roto, luxación de vértebras cervicales y magulladuras por todo el cuerpo resistió 13 días de dolor y agotamiento. La fuga acabó cerca de Salamanca. La Vespa que había hurtado no pudo esquivar un control policial. La foto de la captura, con el brazo en cabestrillo, entre dos guardias civiles, fue portada de prensa e icono de aquella España maniquea. La aventura le costó 52 años más de condena añadida y el traslado al penal de máxima seguridad de El Puerto de Santa María, un lugar del que ningún preso había conseguido escapar.
Y llegó la Nochevieja de 1970. Eleuterio había urdido el plan con paciencia y tenacidad. Se había ganado la confianza de los funcionarios que veían en él un preso modélico, responsable, estudioso, un hombre que había conseguido encauzar su vida por el camino correcto. Ese día, le permitieron acceder a un pabellón donde celebrar junto a otros reclusos la llegada del año nuevo. Fue la ocasión esperada. La noche festiva había relajado la vigilancia; con otros compañeros hizo un boquete en la pared, y accedió a una zona desde la pudo descolgarse, ayudado de una soga, hasta el otro lado del muro de la prisión. En el tramo final fue descubierto, pero esquivando balas consiguió su propósito. Era de nuevo un fugitivo, el único que dejó escapar el viejo penal de El Puerto de Santa María.
"Mayo", un nombre fugitivo
La fuga de Nochevieja dio paso a dos años y medio de huída. En ese tiempo Eleuterio vivió protegido por su familia, oculto tras la falsa identidad de un hombre llamado “Mayo”, su nombre fugitivo. Era la persona más buscada, la más temida. Su captura se convirtió en una prioridad para la Guardia Civil. El clan familiar se desplazaba de un sitio a otro a golpe de cerco policial; pudo haber caído en Málaga, en Granada, en Alcalá de Guadaira... pero consiguió escapar. El grupo fugitivo creció cuando Eleuterio conoció a Frasquita, una joven gitana granadina con la que se casó por el rito caló. La huída les llevó incluso a ocultarse dos meses en el subsuelo, en el colector central de Sevilla. Allí, a la luz de un candil, Eleuterio escribió las primeras notas de su biografía, el embrión de “Camina o revienta”.
El 3 de junio de 1973, en el barrio Juan XXIII de Sevilla, una operación de la policía secreta, alertada por una persona que había reconocido al prófugo, consiguió devolver a Eleuterio a prisión. Fue conducido al penal de Cartagena, el más pequeño de la península, conocido como la “caja fuerte”, y después a la cárcel de Córdoba. Sus hermanos, Toto y Lolo, detenidos en la misma operación, pasaron cinco años en prisión preventiva.
"Camina o revienta"
En 1977 se edita “Camina o revienta”, la primera parte de la biografía de Eleuterio Sánchez. El libro llegó a las estanterías con su autor preso en Córdoba. Lo había escrito clandestinamente, en tiras de papel higiénico que, también clandestinamente, sacaba de prisión escondidas en los puños de las camisas que le permitían entregar a su familia para lavar en el exterior. Descosía los puños, metía las tiras de papel, y volvía a coserlos. Así llegó “Camina o revienta” a la editorial Cuadernos para el Diálogo. Pudo haberse publicado antes, pero se temía la posible reacción del franquismo recalcitrante. Fue un éxito editorial extraordinario dentro y fuera de España-se tradujo a varios idiomas- que contribuyó a extender una imagen más real de Eleuterio Sánchez, alejada del estereotipo de quinqui violento y huidizo. Y puso al autor de nuevo en primer plano, pero ya no por sus fugas o sus fechorías. Eleuterio se alejaba, al fin, de “El Lute”.
Libre, 18 años después
Tenía puestas sus esperanzas de libertad en la amnistía de 1977, pero la medida, que puso en la calle a numerosos condenados por terrorismo, no le alcanzó. En mayo de 1978 accedió al régimen abierto; traslado a Alcalá de Henares, sólo debía acudir al centro penitenciario a pernoctar. Poco después de estrenar su nueva situación aún debió comparecer ante la justicia, en la Audiencia Nacional le juzgaron por más de un centenar de cargos acumulados en los dos años y medio que vivió fugitivo tras escapar del penal de El Puerto de Santa María. Pese a que algunos magistrados propusieron su libertad bajo caución –una forma de libertad condicional- se impusieron las tesis de la fiscalía y la condena sumó centenares de años. La libertad sólo podía llegar por el camino del indulto.
El 19 de junio de 1981, el Consejo de Ministros aprobó, a propuesta del titular de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez, conceder el indulto a Eleuterio Sánchez Rodríguez. Tenía 39 años y había pasado 18 en prisión. Era libre, pero no fue ese un día feliz. “Yo no necesitaba un perdón, yo quería justicia”, dice Eleuterio. Aquellos fueron los años mediáticos. Vivía requerido, cuando no perseguido, por los medios de comunicación, de sarao en sarao, preso ahora de una popularidad no buscada. Su historia, cantada por el grupo alemán Boney M alcanzó en número 1 en Europa en el año 79, y le reportó casi 4 millones de pesetas en derechos de imagen. Él mismo firmó un éxito musical; suya es la letra de la canción “Quisiera” que ganó el festival de Benidorm en 1980. Eleuterio aparecía con cierta regularidad en TV, escribía artículos, recibía premios, agasajos… Publicó “Mañana seré libre”, segundo libro autobiográfico, llegaron las películas de Vicente Aranda… Hasta que encontró una vía de escape. Jesús Quintero le llamó para colaborar en “El perro verde”, el proyecto que preparaba para TVE. Cambió Madrid, una capital que le desbordaba, por Sevilla. Su último trago amargo fue una denuncia por malos tratos de la que salió absuelto, pero que lo tuvo tres años al borde de la depresión, viviendo bajo la sombra de la sospecha.
Sosiego, al fin
Ahora Eleuterio vive días tranquilos, disfruta de una serena libertad en Niebla, en Huelva, junto a Teresa, su “alma gemela”, dice. Es lo que siempre quiso, trabajar, vivir, sin ruidos innecesarios, sin excesos ni focos. De vez en cuando se acerca a Cabezabellosa, una pequeña localidad de montaña, al norte de Cáceres. Allí tiene una casa. Cerca de la naturaleza, su mejor refugio. Escucha música, sobre todo clásica, lee y escribe. Hace unos meses publicó “Cuando resistir es vencer”, el libro que cierra su trilogía biográfica. Sólo los compromisos de promoción le han sacado de la plácida monotonía en la que ha conseguido instalarse, de esa libertad sin estridencias por la que tanto ha dejado en el camino.