Hace ya algunos años de aquella estupenda serie documental Fauna Callejera que emitía RTVE a mediados de los noventa, en la que nos mostraba los pequeños tesoros vivientes que habitan nuestras ciudades pero aprovechando una publicación de su creador, Luis Miguel Domínguez ("naturalista callejero hecho a si mismo y atento a todas las señales de vida"), en su Facebook para actualizar y publicar este post que teníamos bosquejado hace tiempo.
En él recuerda la historia que hace años protagonizaba un gorrión que se introducía cada mañana en el popular Café de Oriente en la plaza madrileña homónima, permaneciendo allí hasta el anochecer. El pájaro era capaz de determinar, según el número de personas que entraran o salieran del local, en qué momento podría acceder al Café atravesando el umbral de las dos puertas de que dispone. En un alarde de inteligencia y destreza el gorrión sabía que si entraba un solo cliente, una puerta se cerraría antes de abrirse la otra y podría quedar encerrado en los casi dos metros de separación entre ambas, por lo que sólo entraba o salía cuando entraban varias personas, cuando ambas puertas permanecían abiertas a la vez, unos breves instantes. La rutina adquirida por el avecilla era aceptada y consentida por el personal y los clientes del establecimiento (los que se percataban, claro), que probablemente veían con agrado el acuerdo de convivencia implícito entre aquel fragmentito de naturaleza viva y los atribulados urbanitas modernos.
En él recuerda la historia que hace años protagonizaba un gorrión que se introducía cada mañana en el popular Café de Oriente en la plaza madrileña homónima, permaneciendo allí hasta el anochecer. El pájaro era capaz de determinar, según el número de personas que entraran o salieran del local, en qué momento podría acceder al Café atravesando el umbral de las dos puertas de que dispone. En un alarde de inteligencia y destreza el gorrión sabía que si entraba un solo cliente, una puerta se cerraría antes de abrirse la otra y podría quedar encerrado en los casi dos metros de separación entre ambas, por lo que sólo entraba o salía cuando entraban varias personas, cuando ambas puertas permanecían abiertas a la vez, unos breves instantes. La rutina adquirida por el avecilla era aceptada y consentida por el personal y los clientes del establecimiento (los que se percataban, claro), que probablemente veían con agrado el acuerdo de convivencia implícito entre aquel fragmentito de naturaleza viva y los atribulados urbanitas modernos.
Sin embargo, hoy aquel bonito diálogo interespecies se ha perdido. Según las propias palabras del naturalista "después de morir este macho hizo lo mismo otro jovencito y estuvo varios años como él. En la actualidad ningún gorrión ha vuelto. Los propietarios y el personal del Café de Oriente, consideran que su café sin este ser ya no es la misma cosa."