Hace 10 años, el profesor Stephen Emmott formó un equipo interdisciplinar de científicos de todo el mundo con la misión de predecir el futuro de la vida en la Tierra y estudiar qué retos tendría que afrontar la humanidad en las próximas décadas para sobrevivir. Sus investigaciones se basaban en las proyecciones demográficas que apuntan a que en 2050 la población mundial alcanzará los 8500-9000 millones de personas y a finales del siglo XXI nuestro planeta tendrá aproximadamente diez mil millones de habitantes humanos (otros científicos estiman que pueden llegar hasta 28.000 millones), una pesadilla para un mundo con recursos limitados.
Los hechos son simples: la población mundial crece y lo seguirá haciendo a pesar de que en algunos países del mundo desarrollado como España el crecimiento demográfico sea ligeramente negativo. Sin embargo, en otras zonas como África, India, China y sudeste asiático se producirá un boom demográfico a medida que en las próximas décadas centenares de millones de personas se incorporen desde las clases bajas a las clases medias (como se prevé ocurra y de hecho ya está sucediendo).
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El equipo de Webber estudió la situación actual y las proyecciones futuras -hasta el fin del siglo XXI- en temas capitales del estado del planeta como el clima global, la comida, el agua y la energía que van a demandar las civilizaciones humanas, la decreciente biodiversidad natural que vamos a seguir depredando y sobre ellos, el inquietante crecimiento de la demografía humana.
La mayoría de los recursos energéticos, alimenticios, tecnólogicos etc que hacen posible el mantenimiento y crecimiento de las sociedades humanas son finitos y sin embargo hacemos uso y abuso de ellos sin pensar en que su utilización repercute de forma decisiva en el clima, en la cantidad de terreno cultivable o dedicado a la ganadería que robamos cada año a los ecosistemas naturales lo que, en definitiva, afectará cada vez más el marcapasos del planeta, que a este ritmo será incapaz de mantener los ciclos originales que posibilitaron el boom consumista. A este hecho, ya preocupante de por sí, hay que añadirle que además consumimos de forma diferente, a más y peor. A medida que las distintas sociedades pretenden -de forma legítima- un mayor bienestar exigen un mayor consumo de recursos alimenticios, principalmente proteína animal (carne, pescado y derivados), así como ingentes cantidades de agua y energía para su producción.
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Para entender el problema deberíamos remontarnos a las revoluciones agrícola, ganadera e industrial que permitieron abaratar la comida a precios insospechados frente a otras etapas del desarrollo humano. Esto ha determinado que las personas inviertan su dinero en otros bienes (moda, tecnología, transportes, artículos de lujo…) que al mismo tiempo requieren de la explotación de mayores recursos naturales difícilmente retornables. Cuestión que amplía la necesidad de un mejor y mayor estado de bienestar (o más bien comodidad) que a medida que se consigue favorece el crecimiento poblacional, un bucle perverso que se retroalimenta y, mucho nos tememos, seguirá creciendo hasta el colapso final. Parece que el desarrollo y crecimiento humano, según el modelo capitalista-consumista en el que estamos, sólo puede hacerse a costa de unos ecosistemas que están llegando a su límite.
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Este documental nos ofrece una cruda mirada al futuro próximo al que se encamina nuestra existencia en el planeta. Aún con algunos puntos discutibles o ampliables, es uno de los mejores y más completos que se han hecho sobre uno de los dilemas más urgentes e importantes que la humanidad ha afrontado en toda su historia. Estamos en rumbo de colapso, o como dice el propio Stephen Emmott al final de su clase magistral: Estamos jodidos. Duro, pero alguien tenía que decirlo. Un documental imprescindible para entender que el problema somos nosotros.