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17 de agosto de 2009

El avispero afgano (2) Afganistán: ¿una trampa histórica?

Ya en El avispero afgano (I) Morir en Afganistán reflejamos la gran controversia generada en Gran Bretaña por el goteo continuo de bajas en sus tropas en Afganistán, sobre todo a partir de la ofensiva desencadenada por las tropas aliadas y el ejército afgano para proteger unas elecciones en las que el país asiático se juega buena parte de su futuro y para destruir el poder talibán (y de los grupos afines a Al-Queda) que impera explícito e implícito en buena parte del territorio afgano.

Esta polémica, en la que se cuestiona abiertamente la participación en la guerra afgana de las tropas británicas, puede servir como ejemplo de lo que puede ocurrirle a cualquier otro país -desde Estados Unidos hasta a España- que participe de una u otra forma en aquel conflicto si esa guerra, tan feroz como compleja, se prolonga mucho tiempo más y las bajas siguen aumentando.

De todos es conocida la guerra que las tropas soviéticas libraron en Afganistán durante casi toda la década de los ochenta tras entrar en el país para apoyar al golpista y pro-soviético gobierno afgano contra los muyahidines de los poderosos señores de la guerra y los propios talibán, posteriormente financiados y equipados por Washington, muchos de los cuales ahora combate.

Esta guerra se convirtió en el Vietnam particular de toda una generación de jóvenes soviéticos, que quedaron conmocionados por la brutalidad aplicada por ambos bandos y por las más de 70000 bajas, (unos 26.000 muertos) y que concluyó con la retirada de las tropas soviéticas a principios de 1989, dejando tras de sí un gobierno títere que apenas duró tres años más hasta que en 1992 fue derrocado por las tropas rebeldes.
Afganistán forma parte de un territorio, Asia Central, por el que transcurría la Ruta de la Seda y que es desde el siglo XIX una de las regiones más convulsas de la Tierra, escenario de numerosos conflictos de menor o mayor destrucción, de cruentos choques de religiones y de invasiones extranjeras, una región de montañosos paisajes, endebles fronteras y gentes acostumbradas a luchar  fanáticamente por su independencia, por su tribu o sus creencias religiosas.

Ya desde 1838 toda Asia Central fue escenario del llamado por los británicos Gran Juego (o por los rusos Torneo de las sombras), los movimientos estratégicos furtivos, las alianzas tribales con los feroces y combativos habitantes de la región, los enfrentamientos directos e indirectos de dos Imperios que movieron en Afganistán las piezas de su ajedrez estratégico por el dominio de toda la región.El Imperio Británico deseaba controlar Afganistán como un Estado tapón contra la expansión del Imperio ruso hacia Asia Central y su influencia en Persia (Irán) a fin de proteger sus propios intereses en India, que en esa época era la joya en la corona de un imperio que cubría todo un tercio del globo, siendo Afganistán el epicentro de estas destructivas fricciones entre gigantes que añadían más sufrimiento a una población civil siempre cogida entre dos fuegos, sumida una y otra vez en el retraso de su evolución como sociedad moderna por el oscurantismo religioso y los odios sembrados por las guerras.

Así pues, desde la redacción de Asuntos Internacionales y otras Turbulencias de "Vida y Tiempos..." les ofrecemos el interesante artículo "Afganistán ¿una trampa histórica?" de Huw Davies, doctor de Estudios de Defensa en el King's College de Londres, sobre los errores históricos cometidos por los británicos en sus sucesivas incursiones y derrotas en Afganistán y que fue publicado el mes pasado en la web BBC Mundo.

Este artículo coincidía con el ta mencionado inquietante aumento de bajas en el ejército británico consecuencia, decíamos, de la ofensiva anglo-americana apoyada por el aún inexperto ejército afgano por todo el país (especialmente en la porosa frontera con Pakistán) para recuperar parte del poder y los territorios controlados por los talibán antes de la celebración de unas elecciones históricas y fuertemente mediatizadas por la amenaza integrista a los comicios. Con BBC Mundo y la tumultuosa historia de los británicos en Afganistán les dejamos.




La de las intervenciones británicas en Afganistán no es una historia fácil. Basta con repasar sus sonados fracasos en esta tierra de montañas, desiertos y valles fértiles para predecir una nueva derrota de los soldados del Viejo Continente.Pero, ¿está realmente escrito el destino de los británicos en esta parte del mundo? El historiador militar Huw Davies advierte en este artículo que no todo está perdido para ellos, aunque tendrán que aprender unas cuantas lecciones si no quieren quedar atrapados en su pasado.
Afganistán: ¿una trampa histórica?
Comparar las primeras tres guerras del Imperio Británico en Afganistán con el conflicto actual puede ser engañoso. Sin embargo, si se tienen en cuenta las experiencias militares del pasado, queda en evidencia que aún hay mucho que aprender de la historia de este país europeo en suelo afgano. Mucha gente sabe que los británicos han intentado subyugar a los afganos en tres ocasiones entre 1839 y 1919. También, que en todas ellas fallaron. Pero cuando se trata de analizar las estrategias militares y trazar paralelismos, hay que diferenciar entre lo general y lo específico.
Las razones que llevaron a Londres a aquellas primeras guerras son en cierto modo diferentes e incomparables con los motivos que se esgrimen ahora. Si se hacen comparaciones entre estos conflictos sin centrarse en los detalles no sería difícil concluir que los británicos tienen pocas posibilidades de triunfar en Afganistán.

Tres experiencias

La primera guerra anglo-afgana estalló cuando Reino Unido invadió Afganistán con la intención de acabar con la expansión de Rusia por Asia Central. Los británicos enviaron a 16.000 de sus hombres más fuertes a ocupar Kabul en el invierno de 1841. Sólo uno sobrevivió.
En 1878, Reino Unido volvió a invadir el país, prácticamente con el mismo objetivo que la vez anterior. A pesar de una terrible derrota en Maiwand, los atacantes tuvieron un éxito sorprendente en otros lugares. Al contrario de lo que ocurre hoy, los defensores no pudieron adaptar sus tácticas a los británicos. Sin embargo, estos fueron incapaces de dominar el país por vías militares o políticas, por lo que decidieron aislarlo de la diplomacia de la época.
Rebeldes contra leales
En 1939, las autoridades se dieron cuenta rápidamente de que la violencia no era necesariamente la solución: aislaron a los que desafiaban su poder y compraron el apoyo de los que podrían resultar leales.
El tercer conflicto nació de la declaración de independencia de Afganistán, que en 1919 se quiso librar del poder que el Imperio ejercía aún en sus ciudades. Sin embargo, Londres perdió el interés en este territorio. Tras el triunfo de la Revolución Bolchevique, Rusia ya no suponía una amenaza, pensaban, y los ingleses aún se recuperaban de los efectos de la Primera Guerra Mundial.
Por todo lo anterior se puede deducir que los británicos nunca tuvieron la capacidad militar ni la voluntad política de forjar una victoria en Afganistán. Pero eso es, claro está, una generalización.
Las cosas han cambiado mucho desde 1919. El ejército británico ha librado innumerables batallas en muchos otros lugares, de las que se han extraído valiosas lecciones, y los avances tecnológicos han dado a luz a análisis de inteligencia más fiables.

Dimensión cultural

Lo que realmente puede resultar útil es la comprensión de la cultura y tradición de los afganos de las experiencias militares. En campañas anteriores, los británicos se dieron cuenta de la importancia de conocer la cultura local. Así descubrían soluciones políticas, económicas y sociales a problemas que tenían una raíz violenta.
En 1839, su ejército tuvo que convencer a la población afgana para que aceptara al gobernador designado por Londres, el Shah Shuja. Las tensiones entre la tribu de este mandatario y la de los grupos rivales acabó en un desequilibrio de poder que desembocó en una violenta rebelión popular.
¿Cuál fue la reacción británica? Emplear violencia contra la violencia. Como sucede ahora, las autoridades se dieron cuenta rápidamente de que ésta no era necesariamente la solución: aislaron a los que desafiaban su poder y compraron el apoyo de los que podrían resultar leales. En aquella ocasión, el Imperio Británico aprendió el valor de la cultura en la guerra. Sin embargo, en 1841 esta solución parecía no estar en los planes de los altos mandos militares. A pesar de los esfuerzos de una minoría de oficiales y soldados, el método preferido siguió siendo la violencia.

El "frío y duro acero de la bayoneta" era la receta del Imperio para imponer su ley. ¿Y ahora? Al fin en la agenda militar británica hay espacio para entender la cultura de Afganistán y buscar soluciones que no impliquen necesariamente el uso de la fuerza.
Se están haciendo esfuerzos para incorporar el entendimiento cultural en todas las tareas militares, desde la lucha en el campo de batalla hasta la reconstrucción. Pero tras el fortalecimiento en los últimos meses del Talibán, quien parece comprometido con una visión extremista del Islam, será necesario -y también inevitable- el uso de la violencia. Ser conscientes de la dimensión cultural de esta guerra no garantizará necesariamente una victoria, pero ignorarla conducirá a los británicos a una derrota irremediable. La Historia lo ha demostrado.
Huw Davies es doctor de Estudios de Defensa en el King's College de Londres e imparte clase en la Academia de Defensa del Reino Unido.

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