Hoy estrenamos etiqueta específica sobre esa cosa tan amplia, subjetiva y maravillosa que es la expresión artística. Quitando el cine que, como nuestros lectores saben, ya tiene secciones propias. Y lo hacemos con un pintor, Ludwig Meidner, que con clarividencia ya anticipaba en 1913 la gran carnicería en la que se sumiría Europa un año después. Este cuadro maravilloso y otros tantos de una época de cambios, pasiones y convulsiones (como la que vivimos), terreno abonado para la creatividad que éstos y otros agitamientos producen en la mente humana y que pueden verse en la imprescindible exposición "1914 La Vanguardia y la Gran Guerra" que puede visitarse hasta el 11 de enero en el Thyssen y la Fundación Caja Madrid.
Revista de Arte Logopress - Andrés Merino
Suele afirmarse que la Gran Guerra –denominada convencionalmente por la historiografía Primera Guerra Mundial- comenzó en julio de 1914. Pero el primer gran conflicto bélico internacional que afectó a Europa en el siglo XX había estallado tiempo antes en el mundo del arte. Esa es una de las principales tesis sostenidas por los organizadores de la gran exposición sobre la obra plástica que centró la actividad de pintores, grabadores y escultores de la época, que tiene lugar en las sedes del Museo Thyssen Bornemisza y la Fundación Caja Madrid, en la capital madrileña. Hemos escogido para presentar al lector de Revista de Arte una de los más significativos lienzos de la muestra. Se trata de uno de paisajes apocalípticos de los seis pintados por Ludwig Meidner y presentados en 1913, conservado en el Museo Nacional de Westfalia. La obra del alemán se inscribe en un extraño patetismo, obsesionado por dotar a los lienzos de una agitación visual para constatar el hundimiento de una era. Esa concepción novedosa, de quiebra de la historia como mero proceso cronológico, es compartida por otras corrientes del momento como el futurismo. Por eso no extraña que acudiesen a coartadas como el Apocalipsis, la decadencia social, los estragos de la peste o a referentes figurativos como el personaje de Jeremías.
Lo que Meidner denomina paisaje es en realidad la visión viva, a través del color y el contraste, del ataque aéreo a la zona baja de una ciudad, del que parecen librarse aún los barrios que se extienden sobre dos leves promontorios a izquierda y derecha. En el centro, casas que arden entre las calles, en las que pueden distinguirse las diminutas personas a las que, a base de minúsculos brochazos, se ha dotado de piernas para intentar huir de la barbarie. En el cielo, estallidos que rompen una noche que pretendía ser oscura, formidablemente representada por la quiebra de ese azul al que ya no dejarán ser morado. Para la caída de los artefactos administra con generosidad el amarillo, pero la introducción de rojos y verdes en ordenado desorden consagra una dinámica de gran atracción. Si el fuego es protagonista, la sencillez con la que el artista dota a las llamas sobre los tejados de feroz movimiento destructor es admirable.
Es llamativo que años antes del uso los bombardeos como mortífero medio de aniquilamiento de la población civil un pintor se decidiera a recoger una visión tan clara del horror venidero. Es inevitable clasificar este lienzo como un claro antecedente del Guernica, aunque desconocemos el grado de conocimiento que Picasso tuvo de la obra de Meidner. Pero en nuestra opinión, este “Paisaje apocalíptico” compite perfectamente con la obra del malagueño como visión estética del horror de los bombardeos aéreos.