Anoche el Real Madrid de basket se proclamó campeón de la Supercopa, la primera vez que la consigue en sus ocho años de existencia como torneo eliminatorio. Enfrente el Barça de Xavi Pascual -sin Navarro ni Jasikevicius, pero con un Tomic tan intrascendente como cuando vestía de blanco, Pete Mickeal, Lorbek y ese golem desorejado que es el australiano Jawai-, poco rodado pero tremendamente competitivo, como no podía ser menos.
Con un enorme Rudy Fernández (MVP del partido), secundado por Llull y Carroll, con Mirotic anulándose mutuamente con Lorbek (lo que le pesó más a los blaugranas) al Madrid le bastó con algo de Slaughter y el buen hacer del siempre fiable Felipe Reyes para al menos cerrar el rebote y sostener el juego interior ante las tremendas embestidas de Jawai.
Con un perímetro multifunción y ametrallador con cracks como Sergio Rodríguez, Mirotic, Carroll, Llull y la incorporación definitiva de Rudy Fernández (un fichaje estratégico, de los que salen de muy de tanto en tanto y que al Madrid se le solían escapar), con jugadores interiores como Reyes y Slaughter y a falta de que el center recién fichado, el brasileño Rafael Hettsheimeir -al que desconocemos completamente- pueda aportar al conjunto, Pablo Laso (otro gran fichaje estratégico) ha conformado una plantilla que parece la más equilibrada y talentosa en mucho tiempo.
Este equipo parece que está a la altura, ahora sí, de competir con cualquier equipo europeo y luchar por todos los títulos con el añadido de un juego muy atractivo para el aficionado madridista que vislumbra que este puede ser el comienzo de un nuevo ciclo triomfant de la sabia mano de Laso y sus jugadores.
Este equipo parece que está a la altura, ahora sí, de competir con cualquier equipo europeo y luchar por todos los títulos con el añadido de un juego muy atractivo para el aficionado madridista que vislumbra que este puede ser el comienzo de un nuevo ciclo triomfant de la sabia mano de Laso y sus jugadores.
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