Cuando publicamos nuestro primer post sobre las montañas y la atracción por conquistarlas, a veces fatal, que ejercen sobre algunas personas hablábamos del documental "Pura vida" que narraba el intento de rescate del alpinista Iñaki Ocho de Olza en el Annapurna. En estos días hemos podido conocer la muerte del alpinista catalán Juanjo Garra (un hombre conciliador y tranquilo, como le define Sebastián Álvaro) atrapado en el Dhaulagiri tras sufrir una rotura de tobillo poco después de hollar la cima. A pesar de resistir, con los cuidados de su compañero sherpa, tres días sin abrigo ni alimentos los grandes esfuerzos de sus amigos y compañeros por rescatarle han sido vanos. Su cuerpo descansará para siempre muy cerca de la cima de la montaña que intentó domeñar.
Fractura mortal a 8.000 metros
“Estoy todo lo bien que puedo estar dadas las circunstancias”, aseguraba, el pasado 23 de mayo, el alpinista catalán Juanjo Garra (49 años; director técnico de la Federación de Entidades Excursionistas de Cataluña). A través de la emisora, su voz debió de sonar serena. Pero al hacer un repaso objetivo de sus circunstancias, alguien con la experiencia en altitudes extremas como Garra debió de convenir que con un tobillo fracturado y a 8.000 metros de altura, justo por debajo de la cima del Dhaulagiri (8.167 m) que acababa de hollar, solo un milagro de resistencia y solidaridad podría extraerlo de su pesadilla. Finalmente, se dieron ambas cosas: sin poder caminar, el catalán soportó sin abrigo ni alimentos tres días con sus noches a una altitud que devora los organismos. Aguantó lo justo para ver llegar a un equipo de sherpas que le enchufaron oxígeno artificial, le hidrataron, alimentaron y arroparon. Aunque no pudieron moverlo de donde se hallaba. Hubo resistencia sobrehumana y un nuevo ejemplo de solidaridad. Pero Garra falleció ayer muy cerca de la cima. Fue su noveno y último ochomil coronado, después del Broad Peak (con el que se estrenó en 1991), Everest, Kangchenjunga, Lhotse, Cho Oyu, Manaslu, Gasherbrum II y Shisha Pangma.
De las circunstancias terribles mencionadas por Garra, solo la presencia de Kheshap Sherpa iluminaba en ese momento un decorado oscuro. Si Iñaki Ochoa tuvo en el rumano Horia Colibasanu una sombra que se negó a abandonarle, Garra ha conocido la misma suerte en la figura de un sherpa llamado Kheshap, el mismo que tropezó durante el descenso y provocó la fractura de tobillo del catalán. Así, unidos por una cruel fatalidad, los dos han pasado casi cuatro jornadas peleando por huir de una montaña que habían hollado con solvencia y a que ahora les retenía, encadenados sus destinos por un percance de apariencia menor pero insuperable en dichas cotas. Tras pasar la primera noche a la intemperie, la pareja se puso en marcha al día siguiente, buscando desesperadamente perder altura, acercarse a la supervivencia. Llegaron a descender 100 metros de desnivel y ya no pudieron pasar de los 7.900 metros.
Mientras, la alarma sonó incluso en el campo base del Everest, donde Jorge Egocheaga, Alex Txikón, Damián Benegasy Ferran Latorre se ofrecieron para participar en un rescate que contaba con la inestimable colaboración de Simone Moro y su helicóptero, apenas unos días después de batir el récord del rescate a más altura realizado desde el aire: recuperó a 7.800 metros a un alpinista canadiense en el Everest. Ese día, el piloto Maurizio Folini, a los mandos del aparato de Moro, abrió una puerta a la que se ha aferrado el equipo que pretendía rescatar a Garra. “Estuvimos muy cerca de conseguirlo. Hemos vivido días de angustia y estoy muy decepcionado por no haber podido rescatarle con vida”, señala Ferran Latorre en declaraciones a RAC1. “La situación era muy grave. Una rotura a esa altitud es mortal”, añade Manuel González, compañero de ascensión de Garra, cuyo cuerpo descansará en la misma montaña. “No vamos a poner en peligro la vida de nadie para recuperarlo. Es duro, pero es comprensible”, añade González.
Mientras, la alarma sonó incluso en el campo base del Everest, donde Jorge Egocheaga, Alex Txikón, Damián Benegasy Ferran Latorre se ofrecieron para participar en un rescate que contaba con la inestimable colaboración de Simone Moro y su helicóptero, apenas unos días después de batir el récord del rescate a más altura realizado desde el aire: recuperó a 7.800 metros a un alpinista canadiense en el Everest. Ese día, el piloto Maurizio Folini, a los mandos del aparato de Moro, abrió una puerta a la que se ha aferrado el equipo que pretendía rescatar a Garra. “Estuvimos muy cerca de conseguirlo. Hemos vivido días de angustia y estoy muy decepcionado por no haber podido rescatarle con vida”, señala Ferran Latorre en declaraciones a RAC1. “La situación era muy grave. Una rotura a esa altitud es mortal”, añade Manuel González, compañero de ascensión de Garra, cuyo cuerpo descansará en la misma montaña. “No vamos a poner en peligro la vida de nadie para recuperarlo. Es duro, pero es comprensible”, añade González.
El mal tiempo limitó la calidad de los vuelos del helicóptero: el alemán Dominick Moller junto a tres sherpas alcanzó a pie el campo 3, portando bombonas de oxígeno. Desde ese punto, dos de los sherpas lograron alcanzar el punto en el que se hallaban Garra y Kheshap. Este alcanzó por sus medios el campo 3. Si bien el helicóptero no pudo superar este punto, rescató en varias tandas al menos a ocho personas varadas en dicho campo: la víspera, el aparato encontró y rescató de forma casual a un alpinista indio que se encontraba perdido hacía dos días por encima de 7.400 metros y luego hizo lo propio con cinco miembros una expedición india, y dos sherpas de una alpinista japonesa desaparecida cerca de la cima. En uno de los vuelos, el helicóptero pudo depositar en el campo 3 a Egocheaga y Mingma Sherpa, quienes supieron del fallecimiento del catalán cuando caminaban a su encuentro.
Hubiera hecho falta un trabajo enorme para salvar la delicada travesía que conduce hasta el campo 3, o contar con el helicóptero para extraer al herido antes de afrontar la travesía en la que falleció el aragonés Pepe Garcés en 2001. En esta misma montaña fallecieron en 2007, sepultados por un alud, el también aragonés Santiago Sagasta y el navarro Ricardo Valencia.
La espera de Manolo González
En el mismo campo 3, a unos 7.500 metros de altitud, el andaluz Manolo González ‘Lolo’ ha vivido el reverso de una situación angustiosa. En 2011, ‘Lolo’ y su amigo Garra hollaron la cima del Lhotse. Durante el descenso, se perdieron de vista y el andaluz no alcanzó el último campo de altura. Garra le dio por fallecido y siguió su camino hasta el campo base, donde le aseguraron que ‘Lolo’ había sido localizado vivo a 8.000 metros, aparentemente con fracturas en las piernas que le impedían moverse. Los guías argentinos Damián Benegas y Matoco acudieron en su ayuda y le salvaron la vida. Ese día, Juanjo Garra se reprochó no haber tenido fuerzas suficientes para haber regresado sobre sus pasos a buscar a su amigo. Es más, hizo pública su autocrítica, gesto nada frecuente. En la frontera de los 8.000 metros, querer no siempre es poder.
En esta ocasión, ‘Lolo’ ha permanecido en el último campo de altura esperando a Garra, tratando de brindar ayuda, por esta vez en el lado ‘amable’ de una situación desesperada que nadie conoce como él. Todos los que han participado en el rescate se encuentran ya a salvo.
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