Las condiciones no pueden ser peores para la prensa en el Egipto de después del golpe. Por un lado, el grueso de la población, los partidarios de la expulsión de Mohamed Morsi y los islamistas del poder, recelan de la prensa extranjera y nos acusan a los corresponsales y enviados especiales de mentir y manipular, de haber comprado la versión islamista sin escuchar la voluntad del pueblo. Nos exigen que al golpe le llamemos “revolución” o “expresión de la soberanía popular”, y que escuchemos sólo a la mayoría.
Pistolas fuera en una manifestación en El Cairo / Foto: Reuters
Por otra parte, los Hermanos Musulmanes, hasta hoy recelosos de los medios y de mostrar sus resortes internos, tratan de atraerse a los reporteros con discursos repletos de palabras que suenan muy bien en occidente, como “democracia”, “libertad”, “representatividad” o “legitimidad”, tratando de sepultar los excesos del gobierno de Morsi bajo el peso de las urnas de las pasadas elecciones, y desligándose de los ataques islamistas contra iglesias, sitios arqueológicos y comisarías de policía.
En ambos bandos hay cada vez más animadversión hacia los medios. El lunes, en la morgue de Zeinhom, en El Cairo, donde se amontonan cientos de cadáveres a la espera que los forenses certifiquen la causa de defunción, la madre de uno de los islamistas fallecidos nos exigía a los reporteros que nos marcháramos. “Los cuerpos de nuestros hijos se han convertido en un espectáculo para el resto del mundo”, decía, enlutada y dolorida, exigiendo un respeto a su dignidad. Varios hombres que esperaban en la morgue amenazaron con quitar las cámaras fotográficas y televisivas de nuestros compañeros gráficos si no nos marchábamos. Lo hicimos, claro. “Informad de la verdad”, me gritó un joven de unos 30 años en la calle, mientras volvía al taxi que me esperaba. “Sois unos mentirosos. Contad la verdad. Hablad del terrorismo de la hermandad”, dijo.
Una situación igual de tensa vivimos en la plaza de Ramsés el viernes pasado, en el día de la ira islamista que fue más bien una jornada de caos y confusión. Un joven manifestante nos acusó a unos compañeros de ser espías, exigió a las personas a las que entrevistábamos que no nos hablaran y se marchó a por refuerzos, ante lo cual debimos abandonar corriendo las inmediaciones de la mezquita de Al Fatá, donde nos hallábamos. La acusación de espionaje es muy común en esas concentraciones, del bando que sean, y muy peligrosa cuando no hay agentes policiales o soldados para proteger al periodista. A nuestro compañero fotógrafo de Folha de Sao Paulo Joel Silva le dispararon a la cabeza. Sólo la suerte hizo que la bala le rozara la frente. Un vehículo militar se lo llevó de la plaza de Ramsés, a que recibiera atención médica.
Los ánimos están muy encendidos en ambos bandos, pero sobre todo en el de los que apoyan la deposición de Morsi. Se quejan de que no tratamos lo suficiente los actos de terrorismo de los islamistas, la quema de iglesias, los ataques a comisarías y agentes de policía. La presidencia y el ministerio de Exteriores han mantenido en días recientes ruedas de prensa para pedirnos a los periodistas que demos más peso a esas noticias. Las autoridades nos enviaron el martes un correo electrónico este martes en el que admitían que “Egipto siente una gran amargura hacia algunos medios de comunicación occidentales”, según ella por nuestra “sesgada cobertura parcial a los Hermanos Musulmanes, haciendo caso omiso sobre sus actos de violencia”.
La hermandad, por su parte, ha vuelto a la sombra. Es ahora muy complejo encontrar a los portavoces y oficiales de la cofradía que hasta hace una semana hablaban abiertamente con todos los periodistas que se acercaran al campamento de Raba al Adauiya en El Cairo, ya desmantelado. Según me comentaba hace poco el portavoz de la hermandad, Gehad el Haddad, han vuelto a su “zona de confort”, a la clandestinidad impuesta durante tantas décadas, en las que se mantuvieron tan alejados de los medios como pudieron. Es imposible saber de sus planes, de sus preparaciones para el futuro, de su postura oficial precisamente sobre esos ataques sectarios contra cristianos o de la reciente matanza de agentes policiales en el Sinaí.
Lo único a lo que podemos recurrir los periodistas es a contar las cosas tal y como los vemos, a hablar con la gente, a transmitir nuestras impresiones, sin más. Un golpe es un golpe, y una matanza es una matanza. Las quemas de iglesias son atrocidades sectarias. Y las cosas en Egipto no son en blanco y negro, sino en una turbia escala de rojos, que avanza confusa, dejando atrás los hechos, solo los hechos.