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4 de febrero de 2021

Ciclo de cine europeo (43) 'El sanatorio de la clepsidra', de Wojciech Has


La película que hoy traemos a nuestro ciclo de cine europeo es otra del cine hecho en nuestro continente. Fue dirigida en 1973 por el polaco Wojciech Has y es una de las películas más originales y bellas del cine polaco, en una reflexión artística y poética sobre la naturaleza del tiempo, de la memoria y la irreversibilidad de la decadencia y la muerte. 

El guión, del propio Has, es una adaptación de una obra del escritor polaco y judío Bruno Schulz a la que, parece ser, se le añadieron referencias al Holocausto, mostrándonos al autor a través del prisma de su experiencia y muerte durante la Segunda Guerra Mundial. En el año 1973 obtuvo el Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

De René Magritte a Jean Cocteau, pasando por Jan Svankmajer, los hermanos Quay (de quienes estanmos preparando un post especial) o Chris Marker sus influencias se adivinan entre una amplia gama de simbolismo centroeuropeo en un film que parece tender a infinito, demostrando que el cine es uno de los mejores medios para navegar a través del tiempo y la memoria y que el surrealismo es una gran opción para tocar el hueso de la siempre subjetiva Historia. 

Poco antes de la 2ª Guerra Mundial, un joven viaja a un sanatorio para visitar a su padre moribundo en un tren cuyos pasajeros parecen inmersos en un extraño trance, en un escenario que parece escapar a la razón. Durante el viaje experimenta lúgubres visiones de muerte e insania que lo confunden y lo apartan de la realidad, anticipando lo que se encontrará cuando llegue a su destino. 

Cuando llega al sanatorio, descubre que el lugar está invadido por una barroca y densa atmósfera de locura donde luces, sombras y una serie de bizarros personajes lo introducen en un mundo lúgubre y onírico, donde se mezcla el pasado, el presente y el futuro en un amalgama de romanticismo, decadencia y cierto apocalipsis. Una pequeña joya del séptimo arte imprescindible en nuestro ciclo de cine europeo. Con ella les dejamos (hay que cerrar algunas pop-ups de publicidad) y después una excelente crítica por si quieren profundizar en este conspicuo film.



"El camino se hará su propio camino." Comienza elocuente, y así seguirá.

No hay entrada fácil o lógica al reino de la clepsidra, y así mejor será. Entre las paredes del sanatorio caben la infancia, la vejez, la vergüenza o la tristeza, todo a la vez. Con recuerdos a medio cocer que quizás nunca sucedieron, o por fin se han sucedido como debieron la primera vez.

Sea como sea, todos hemos querido meternos debajo de la cama, y aparecer en esa jungla primitiva donde ganamos todas las batallas que alguna vez importaron.

'El Sanatorio de la Clepsidra' es un monumento a lo que Bruno Schulz, autor de los relatos en los que se basa, tuvo a bien llamar "el tiempo de segunda mano".

Un derroche de imaginación, un caudal continuo e infinito de escenarios y situaciones que no descansan, no paran ni flaquean, y obedecen a una "lógica de sueño" tan absurda como entrañable.

Sí, aquí cabe encontrarse con la mujer de tus oscuros deseos en una cama en medio del bosque, huyendo de soldados de juguete, mientras el revisor del tren te pide los billetes y te insta a que te metas debajo de la cama para hablar con tu padre al otro lado de las telarañas.

No puedo, ni quiero, encontrarle sentido.

Un delicioso sentido optimista recorre a su protagonista, Józef, mientras trata de preguntarse y autorresponderse con los fragmentos de su propio pasado, persiguiendo a su padre como elemento constantemente esquivo y siempre activo, nunca mirando al tendido (lo que podría haber sido el mal común del cine pretendidamente artístico).

Él, como nosotros, ha llegado al sanatorio buscando a su padre en tratamiento, y solo se ha encontrado que allí él no ha muerto todavía, y que existe la posibilidad de reencontrarse consigo mismo cuando era un chaval, viviendo a la sombra de una guerra que no había sucedido y eternamente enamorado de la prostituta que le hacía despreciar a sus vecinos judíos.

Sucede así un recorrido alucinado, verborreico, ilógico, por la historia polaca, por el pueblo de Galitzia (uno de esos cenagales de casas apiñadas por los que nunca pasa nada hasta que pasa la guerra) y por el alma de su padre, siempre contradictoria, siempre capital en sus recuerdos.

Realmente, solo hay que relajarse y disfrutar del viaje: múltiples planos secuencia construyen y pueblan el espacio, de manera sosegada pero progresiva, haciéndonos pasar de la tétrica casa-barco donde habitan remanentes automáticos de personajes ficticios que se creyeron importantes (tal cual) al banquete de pueblo en cántico donde los niños judíos siempre esperan un bocado que sus decrépitos mayores han dado antes.

Siempre hay una rendija, un bajo de mesa, un pasadizo a los pies de la cama, un armario destartalado, que permite escapar cuando el tiempo deja de ser prestado y pasa a ser peligroso, cuando se impregna de muerte, decadencia y violencia.


Así se pasa la vida. Así nos pasamos la vida, en realidad.

Qué pena que nos damos cuenta de su maravilla y absurdo ilimitado cuando el surrealismo de propuestas como esta la pinta mejor de lo que nos había quedado.
spoiler:

Y, como siempre, como no puede ser de otra manera, la fantasía se cobra su pieza.

En realidad, el padre de Józef estaba cansado, olvidado, al borde de una muerte que demasiado había postergado.

Y vivimos recorriendo un pasillo lleno de armarios, armarios atestados de recuerdos, que solo parecen estorbar cuando por fin despertamos.
Ciegos a la evidencia, de que no hay mucho sentido en todo esto.

El único final posible tras haber pasado tanto tiempo de imaginación fecunda.

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