La renovación de una plantilla viciada de hastío de títulos, vedettismo y compadreo con el presidente en el desnortado florentinato tardío, el fichaje de algunos jugadores muy válidos para el Madrid como Robben, Pepe, Van Nilsterooy, Higuaín, Gago, Sneijder y dos ligas ganadas con mucho coraje aunque poco juego ante no mucha competencia por parte de otros equipos. Y ya. Las luces de la pésima y última presidencia del Madrid que ahora termina acaban ahí.
Porque de entre sus sombras surge el Ramón Calderón bocachancla que en cuanto ha tenido un micrófono delante se ha visto en la obligación de lucir una flatulencia verbal que ha encarecido o arruinado fichajes, agriado relaciones, saboteado un prestigio institucional construido durante décadas, un Ramón Calderón que no sólo ha mentido sino que encima se le ha notado.
Que, como decíamos, ha encarecido casi todos sus fichajes sobrevalorándolos con sus declaraciones ineptas y pagando cifras tan abultadas como sospechosas, entre ellos los de algunos jugadores que no dan la talla para el Madrid, como Marcelo (el futuro Roberto Carlos, oiga), Diarrá, Drenthe, Saviola, Metzelder o ese engendro futbolístico conocido por Emerson. O que la dan muy justito, como Heinze y Cannavaro. 300 millones de euros gastados en dos años y medio para poco más de media docena de jugadores dignos de jugar en el Real Madrid.
Un presidente del Madrid que ha convertido en recurrente esperpento sus repetidos y estériles intentos de fichar cracks para el equipo, arrastrando la imagen del Madrid por todo el mundo futbolístico, que junto con Pedja (ese otro figura) ha planificado mal las temporadas y ha diseñado peor las plantillas, que aireó los sueldos de algunos jugadores y otras intimidades de vestuario, que menospreció públicamente a un jugador como Guti, alguien que recibió con bobalicona sonrisa esa emboscada en forma de apoyo público de un mefistofélico Laporta cuando éste comentó ante las cámaras que, cómo no, Ramón Calderón estaba siendo un gran presidente del Real Madrid, un tipo que ha dejado vitales competencias del club en manos de un par de joveznos de más de listillos sin más preparación que un master en trapicheo y que, claro, no sólo la han pifiado sino que han terminado por hundirle.
Que ha contratado dos entrenadores bastantes impresentables, Capello y Schuster, a los que claramente les vino grande el puesto, con unos estilos de juego, de actitud y comportamiento que se alejan mucho de lo que se requiere en este club. Que ha vivido con la sospecha siempre encima suyo, al proclamarse campeón en unas elecciones claramente fraudulentas, que ha ofrecido a los jugadores primas extras insultantes no sé si para ellos pero sí para una sociedad en claras dificultades económicas, que ha provocado vergüenza ajena en España y el extranjero con sus comportamientos estrafalarios, que ha convertido algo tan serio como una asamblea de aprobación de cuentas y reforma de estatutos en un lamentable patio de Monipodio de ultras macarras, falsos compromisarios, gritos y mucho, mucho bochorno.
Y todo esto ha venido a estallar coincidiendo en el tiempo, lo que no le ha favorecido precisamente, con la eclosión de uno de los mejores barça que se recuerdan (virgencita, virgencita, que no ganen la Champions...), tras el desastre del año pasado, con un estilo, un entrenador y unos jugadores que pueblan los sueños más inconfesables del seguidor madridista.
En fin, celebramos el adiós de alguien que ha hecho del sainete y el escándalo la seña de identidad de su paso por el club y de quien siempre he dudado si es un sinvergüenza, un incompetente o sólo un lerdo. Supongo que ha conseguido la proeza de sublimar en su naturaleza las tres cosas.
De todas formas, si hay que resumir en una frase lo que ha supuesto la presidencia de Ramón Calderón para el Real Madrid, nada lo hace mejor que el recuerdo del nombre de uno de los más bizarros disfraces con el que el genial Ibañez vistió una vez a su transformista personaje Mortadelo, Pesadilla producida por indigestión de garbanzos.