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18 de enero de 2012

The Wire, Balzac caminando por las calles de Baltimore


Con el regusto que el magistral último episodio de The Wire nos ha dejado en la mente y mientras aún cantamos, chupito de whisky en mano, en la fiesta irlandesa de despedida del gran Jimmy McNulty, queremos homenajear en nuestro blog esta serie superlativa, a la altura de cualquier clásico del cine y que compone nuestra trinidad de las mejores series de TV de la historia, junto a "Los Soprano" y "Breaking Bad".

The Wire fue creada en el año 2002 por David Simon y Ed Burns (un ex-periodista y un ex-policía) y producida por el canal de televisión por cable HBO responsable, además de Tony Soprano y su gente, de otras grandes obras como "A dos metros bajo tierra", "Deadwood" y "Band of brothers", entre otras.

The wire es una exhibición de genio y creatividad por parte de sus creadores, que componen un lúcido fresco sobre la condición humana mientras ofrecen un certero retrato, y a la vez una áspera crítica, de la sociedad estadounidense contemporánea y el sistema que la cobija.

Una serie sin concesiones para quien la contempla, que requiere espectadores atentos y mentes abiertas, con decenas de personajes que entran y salen de plano de atención a lo largo de los sesenta episodios de sus cinco temporadas, pero aportando todos al desarrollo de las múltiples tramas que retratan el tráfico de drogas, la política, los puertos, la enseñanza, la Justicia y el periodismo que se interconectan en ese universo que es Baltimore, Maryland.
De digestión lenta y disfrute continuo, The Wire va impregnando la mente del espectador con su atmósfera de tragedia griega, sus guiones impecables y un impagable reparto que interpreta unos personajes perseguidos por el fatalismo, complejos y contradictorios, entre los que hay caracteres esencialmente decentes pero con algunas sombras y otros manipuladores y delictivos pero con algunas luces, lo que ocurre a ambos lados de la ley.

Les dejamos con un buen texto que analiza esta serie leído en la revista digital Ojos de papel y terminaremos con un especial sobre The Wire de la cadena TNT (al que solo puede reprochársele que los fragmentos de la serie que salen estén doblados) en el que hablan sobre ella rendidos admiradores como Carlos Boyero, Marcos Ordóñez, Enric González, Maruja Torres y Hernán Casciari. No es redundancia que ofrezcamos tanta gente hablando de lo mismo, cada uno aporta algo interesante. Si aún no la han visto no se la pierdan, si ya lo han hecho, como nosotros, da igual, The Wire son 60 horas gozosas del que ya es un clásico imperecedero en el que no importa saber el final sino disfrutar del viaje que te lleva hasta allí, así que la próxima vez que la veamos (que será pronto) seguirán deslumbrándonos sus diálogos y sus tramas, su humor negro y su infinidad de matices, volveremos a convivir con sus ya míticos personajes, con McNulty, Bubbles, Carver, Kima, Carcetti, Prez, Lester, Stringer Bell, Omar y tantos otros, a los que ya estamos echando de menos.


Televisión y literatura: Balzac camina por las calles de Baltimore en The Wire
Hay quien pueda considerar una osadía comparar literatura con un guión televisivo. Sin embargo, en el caso de la serie norteamericana The Wire, creada por David Simon y Ed Burns, la equiparación es más que acertada. No sólo por ser una obra, tanto en lo televisivo como en lo interpretativo, sencillamente magnífica, sino también por el asombroso guión al que muchos se han atrevido a comparar con la magna obra de Balzac La Comedia Humana. Porque The Wire, entre otras muchas cosas, plasma un retrato real y veraz de la sociedad norteamericana de principios de siglo XXI al igual que hicieran Balzac, Charles Dickens o William M. Thackeray con la sociedad inglesa y francesa del XIX, elevando el guión, en mi opinión y sin querer caer en exageraciones, a la categoría de obra de arte. Ya quisieran muchas novelas contemporáneas que inundan hoy nuestras librerías reflejar con tanta precisión y verdad una sociedad elaborando a su vez unos personajes ricos, llenos de matices y creíbles como son los que desfilan a lo largo de las cinco temporadas que componen de The Wire.


The Wire (traducida en España como “Bajo escucha” y en México como “Los vigilantes”) fue emitida por la cadena de cable norteamericana HBO durante los años 2002-2008, con un total de 60 episodios cada uno de una hora aproximada de duración. Para aquellos a los que (todavía) les resulte desconocido su nombre, la HBO es la cadena de televisión responsable de series de culto que han revolucionado el lenguaje televisivo tomando tratamientos técnicos, conceptuales y argumentales propios del mundo cinematográfico, teatral e incluso literario, como son The Sopranos (Los Soprano), Six Feet Under (A dos metros bajo tierra), o In treatment (En terapia).

Sobrepasando lo local


El argumento de The Wire podría, a priori, parecer banal y manido. A grandes rasgos, podemos decir que a lo largo de la serie se narran los esfuerzos de un grupo de policías de la ciudad de Baltimore (Maryland, EE.UU.) por acabar con un grupo de narcotraficantes valiéndose para ello de diversos medios, entre ellos la escucha telefónica que da nombre a la serie. Sin embargo, ésta es mucho más. El espléndido guión de David Simon y Ed Burns, creadores de la serie y guionistas, podría haber sido fácilmente una novela en cinco tomos. No obstante, la potencia y profundidad del guión, sumada a la áspera realidad que reflejan sus imágenes, poéticas en su dureza, hacen que esta serie, marcadamente realista, sea una pintura tan verdadera como cualquiera de las descripciones de Galdós.

Podría pensarse que en ella se aborda una historia demasiado local y alejada de la realidad social de un espectador español o europeo. Sin embargo, lo que hace deslumbrante a esta serie es la universalidad de sus temas y personajes; es como si gran parte de la obra de William Shakespeare hubiera sido condensada en un guión para cinco temporadas. Porque su guión genial, rico y complejo, va más allá de esa investigación policial que articula el hilo entre sus diferentes temporadas, reflejando sin maniqueísmos ni moralina fácil temas universales como la culpa, la ambición, la traición, la soberbia, la corrupción, la burocracia, el miedo, la desolación o la búsqueda del perdón y de la redención. Además, aborda con admirable precisión diferentes facetas que componen de manera caleidoscópica la ciudad de Baltimore, escenario donde se desarrolla la trama y que podría ser perfectamente cualquier ciudad del mundo, con sus carencias y virtudes, sembrada de seres humanos que viven y luchan por su supervivencia con más o menos fortuna.

Tal y como se muestra en The Wire, nos encontramos ante el retrato físico y humano de una ciudad empobrecida (convendría señalar que tras ver esta serie uno asume que el concepto de pobreza en los EE. UU. va más allá de a lo que estamos acostumbrados en España) con una población mayoritariamente afroamericana que vive en una realidad donde la supervivencia y la drogas están estrechamente ligadas y donde sus personajes observan impotentes que, cuanto más luchan, más difícil se hace alcanzar el paraíso. Muchos de estos personajes podrían compararse a Sísifo, ya que pese a su voluntad y deseo no logran llegar a su Ítaca anhelada.

Baltimore y The Wire

Al igual que sucede en muchas novelas, The Wire es la ciudad que se retrata. Los guionistas de la serie, David Simon y Ed Burns, fueron periodista del diario Baltimore Sun y policía de homicidios y profesor, respectivamente. Esto hace que el guión radiografíe una ciudad y una sociedad desde el profundo conocimiento, exponiendo todas sus virtudes y defectos. Personalmente, la serie me parece que dibuja la ciudad desde un profundo amor a ésta, lo que permite que el espectador se sumerja en un espacio asolado por la decadencia y la miseria pero, a la vez, dueño de una tremenda dignidad. Y esto es gracias a sus personajes.

The Wire respira verdad: todos los actores parecen salidos de las calles de Baltimore, y todos representan una amplia variedad de tipos humanos, esbozando un microcosmos coral y casi documental. Desde policías y traficantes, hasta un retrato de la clase trabajadora encarnada por los descargadores del puerto de Baltimore, pasando por el profesorado de un sistema educativo ahogado por la burocracia y la desidia. En The Wire se retratan también políticos corruptos, traficantes que manejan su negocio como una simple operación empresarial, policías borrachos y vagos pero también competentes en su trabajo… La lista sería inmensa, como es el número de personajes que desfilan a lo largo de las cinco temporadas de la serie. Algunos de ellos están presentes en todas, otros sólo aparecen en una, pero su verdadera riqueza reside en tratar tipos con una gran profundidad, válidos universalmente y netamente literarios. Así, hay antihéroes, personajes perseguidos por el fatum, tipos que desean y persiguen el perdón y la redención, personajes corroídos por el sentimiento de culpa, ambiciosos “trepas“… Todo está en The Wire. En este sentido, algunos amantes de la serie han hecho notar que ésta podría verse como una moderna tragedia griega y yo, personalmente, corroboraría tal afirmación.

Ambigüedad

Lo cierto es que tras ver la serie completa no se puede evitar terminar amando a muchos de sus personajes a pesar de sus defectos y su dudosa moralidad. Precisamente, lo interesante en esta serie es la ambigüedad de muchos de los personajes. Tradicionalmente las series con argumento policial habían reflejado al cuerpo de policía como una especie de grupo de héroes que luchaban contra el crimen que abanderaban personajes deleznables. Por el contrario, en esta serie ambos bandos están equilibrados, porque si bien muchos de los personajes policías son buenos en su trabajo y desean acabar con la organización de narcotraficantes, tienen motivaciones más dudosas: desde la soberbia del detective borracho y pendenciero Jimmy McNulty, quien cree ser más listo que los narcotraficantes, hasta el desmedido ansia por ascender en el escalafón policial del teniente Cedric Daniels. Por su parte, los personajes que retratan el mundo de los traficantes, desde los simples camellos, matones hasta los grandes “cerebros”, son incluso mucho más atractivos que los personajes policías.

Retrato de defectos y virtudes humanas, The Wire está articulado sobre un guión donde los personajes respiran verdad y son caracterizados incluso con cierta poeticidad. Uno de mis personajes favoritos, el drogadicto Bubbles, se presenta y retrata con tanta dignidad que es imposible no conmoverse ante su desesperado intento de salir de las calles perseguido una y otra vez por su particular fatum. U Omar, una especie de ladrón justiciero y homosexual donde serlo en un mundo de violencia es firmar una sentencia de muerte. O Frank Sobotka, el líder del sindicato de los descargadores del puerto de Baltimore, que emana una humanidad y dignidad asombrosa. Éstos son sólo algunos de los personajes positivos, pero hay otros más negativos que, sin embargo, terminas comprendiendo e incluso cogiéndoles cariño. Como el concejal Carcetti, imparable en su ambición por ser alcalde, o “Stringer” Bell, un mafioso que concibe el narcotráfico como un negocio más, sometido a las leyes del capitalismo de la oferta y la demanda.

Estos personajes se entrecruzan a lo largo de las cinco temporadas que componen la serie. Como hemos dicho, el hilo narrativo se centra en una investigación policial, pero cada una de las temporadas se centra en un aspecto distinto con el que los guionistas se permiten diseccionar distintas situaciones que componen la realidad de la ciudad de Baltimore.

Los bajos fondos



En la primera, se retrata el mundo del narcotráfico de los bajos fondos. Además de conocer a los personajes principales, Simon y Burns trazan un preciso retrato de las calles y barrios más pobres del Baltimore oeste, asolado por la pobreza y las drogas. En esta temporada se aborda cómo es la organización de traficantes, que al final el espectador menos avisado puede comparar fácilmente a la organización policial: hay capitanes, tenientes y soldados que se dejan la vida en las calles. Stendhal y su reflejo de la realidad.

Los puertos


En la segunda temporada, sin abandonarse la línea de investigación, el guión cambia de escenario y retrata una trama que se sitúa en el puerto de Baltimore. Una excusa para mostrarnos la deplorable situación de la clase trabajadora norteamericana y sus problemas para subsistir, al mismo tiempo que se adentra en uno de los orígenes de la droga: aquellos que la hacen llegar al país. Así, del narcotráfico callejero que veíamos en la primera temporada pasamos a los distribuidores de droga, fuente y verdadero problema.

La política tiene las manos sucias

La tercera temporada va más allá y conecta la droga con el mundo de la política, que se beneficia de las impresionantes fuentes de ingresos que genera ésta. Así, asistimos a un muy ajustado retrato de la realidad de la burocracia y la corrupción política (el argumento es tan universal, tan equiparable a nuestras fronteras, que casi asusta), que por su conexión velada con el mundo del narcotráfico, que financia muchas de las campañas de sus políticos (no olvidemos que en EE. UU. las campañas se financian con donaciones anónimas o de grandes empresas), no hace más que obstaculizar la investigación policial. Esta temporada ayuda a entender el entramado de intereses que siempre está detrás de la política, muchas veces al margen de la propia ley.

La infancia perdida


La cuarta de las temporadas es, en mi opinión, una de las más interesantes y la que bucea con más profundidad en uno de los orígenes del problema del tráfico de drogas. Y quizá una de las más conmovedoras porque retrata cómo la inocencia de los niños se destruye por intereses económicos. En esta temporada la acción se centra en el sistema educativo norteamericano, totalmente ineficaz y podrido, que no hace sino desmotivar a los niños y arrojarlos a las calles. Basándose en la historia de cuatro chicos que acuden a una escuela pública de la ciudad de Baltimore, muestra como éstos se ven abocados, por muy diversas razones, a las calles, siendo presa fácil de los traficantes que les introducen en su mundo ofreciéndoles pequeños trabajos de “vigilantes” o “pasadores de droga”. Hay que tener en cuenta que la serie retrata una ciudad, como hay muchas en muchos países, donde el paro y la desmotivación hacen que muchos niños abandonen la escuela por desinterés o cegados por el dinero fácil. El esfuerzo y el deseo de mejorar no se valoran, y muchos de los niños que retrata la serie no tienen más salidas que insertarse en el mundo de las drogas, bien como traficantes, bien como drogadictos. Esta temporada es especialmente dura y desoladora, pero hay tanta verdad que resulta emocionante. La idea y el concepto de un sistema educativo en el que los profesores están presionados por la burocracia para alcanzar resultados sobre el papel (como, por ejemplo, que la mayoría de los estudiantes aprueben un examen estatal para continuar recibiendo subvenciones del estado, sin importar si verdaderamente los niños han aprendido algo), está de plena actualidad.


El falso periodismo

Por último, en la quinta temporada se aborda el mundo del periodismo. Fruto de la experiencia de David Simon en el diario Baltimore Sun, se retrata un colectivo más interesado en publicar reportajes de impacto y de corte sensacionalista que en hacer buen y honesto periodismo que denuncie las carencias y problemas de la ciudad. Un varapalo y, a la vez, canto a la profesión y a la competencia. Sencillamente admirable.

Hay que advertir de el argumento que he esbozado pobremente en párrafos anteriores tiene un guión cuya autoría corresponde a los citados David Simon y Ed Burns. A este respecto, cabe decir que detrás de la gran mayoría de las series emitidas en los Estados Unidos está una persona o varias que conciben la idea y el diseño de la trama, ejerciendo en muchas ocasiones no sólo el rol de guionista, sino también el de productor e incluso director. Esto, en la gran mayoría de los casos, da lugar a un fuerte sentido de la autoría. Esto parece no suceder en España, donde la gran mayoría de las series son, en mi opinión, o meros remedos de otras series, normalmente norteamericanas, o ideas pobres y sin argumento, de personajes planos y arquetípicos y, lo que es aún peor, ancladas en un tipo de historia que arrastra, cuanto menos, un insoportable costumbrismo que los productores de televisión españoles están empeñados en seguir cultivando. Una falta absoluta de creatividad.

En The Wire al menos sus guionistas tuvieron la voluntad de crear una obra de entretenimiento honesta que fuera más allá, ofreciendo con ella un retrato humano y geográfico de una ciudad francamente universal, reflejando sus defectos y virtudes y realizando una sana autocrítica a muchos de los males que asolan la sociedad norteamericana. Todo muy lejos del sainete español. Cuando veamos algo así en las pantallas españolas, algo habrá cambiado. Hasta entonces, nos quedará la HBO.

Un último consejo. Si no conocían esta serie y tienen curiosidad por verla, no lo hagan con el doblaje español. Soy partidaria de la versión original, y en este caso ésta se justifica aún más: la serie refleja la variedad de acentos de la ciudad, desde el slang de las barriadas más pobres de Baltimore hasta el argot policial pasando por el pomposo y peligroso lenguaje de doble sentido de los políticos. Perderse esto sería un crimen.

Y otro asunto. El tempo narrativo de la serie está en las antípodas de la acción y la espectacularidad. Quien busque eso, que se abstenga de verla y recurra a otra serie igual de interesante pero diversa en su planteamiento, The Shield, emitida en la cadena por cable FX. En The Wire todo sucede despacio, poco a poco, y hay que dar una oportunidad a la serie si los dos primeros episodios parecen “lentos”. Una vez acostumbrados a su ritmo, la serie se convierte en un libro de cabecera.

Especial The Wire (Canal TNT)



2 comentarios:

  1. Bendita sea 'The Wire'!!!! Y pensar lo mucho que me costó empezar la serie.... Personajes inolvidables, lo más cercano a Shakespeare desde la televisión. Inolvidable!!!!

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  2. Bendita sea The Wire, tú lo has dicho. A mí al principio también me costó, la veía muy tarde, a la una de la noche o así y aunque no quisiera muchas veces me entraba sueño y no terminaba de enterarme bien de las tramas. Ahora la estoy viendo por segunda vez y el disfrute es pleno. Es una auténtica joya.

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