A pesar de los irrefutables documentos incriminatorios con importes de dinero de trajes de Milano y Forever Young vinculados con los apellidos Camps y Costa, a pesar de los talones con cifras coincidentes de los pagos de esas prendas abonadas por la red Gürtel, a pesar de la declaración del informático de Forever Young que se vió obligado a manipular las bases de datos para ocultar a Camps, a pesar de los cutres ardides empleados por algunos proveedores de las prendas para tapar que quien pagó los trajes no fue Camps sino la red Gürtel, a pesar que Víctor Campos y Rafael Betoret —los otros dos altos cargos imputados en la misma causa— reconocieron ante la justicia que a ellos sí se los pagó la trama corrupta que mantenía estrechas relaciones de negocio con el Gobierno de Camps, a pesar de las vergonzantes y explícitas grabaciones entre los acusados y el Bigotes que han dejado claro que su relación era todo menos "meramente comercial" (como expresa el fallo del jurado) y sí bastante empalagosa y lameculos, conversaciones que han desnudado (aunque claro, esto no es delito) sus patéticas personalidades, a pesar de todas las miserias mostradas por los acusados en este juicio resulta que un grupo, minuciosamente escogido, de lúcidos ciudadanos valencianos han declarado no culpable a Francisco Camps de un presunto delito continuado de cohecho pasivo impropio. Que los regalos existieron pero no se hicieron "en función de su cargo público”. Que pase esto en una comunidad en la que sus dirigentes han convertido en zona de libre rapiña, con la especulación, la corrupción y el despilfarro como modus operandi de quienes la gobiernan desde hace casi una década es algo que nos deja perplejos e indignados. Y el PP clamando por su honorabilidad. Suma y sigue el esperpento nacional.
La injusticia más terrible no es que Camps haya sido declarado “no culpable” mientras el juez que destapó la Gürtel, Baltasar Garzón, probablemente vaya a ser condenado. La verdadera y flagrante injusticia es que el presidente que contrató 14 millones de euros con su “amiguito del alma”, que pagó 15 millones por una maqueta y un proyecto de un rascacielos jamás construido de Santiago Calatrava o que entregó otros dos millones a Urdangarin, sólo haya sido juzgado por una anécdota menor, por los 12.000 euros en trajes.
Camps también era el máximo responsable de un partido, el PP valenciano, que aún está pendiente de un juicio por presunta financiación ilegal. Camps sigue siendo el político que mintió cuando dijo que ese Bigotes al que después supimos quería “un huevo” era un señor al que no conocía de nada. Camps era el mismo presidente de la Generalitat Valenciana que confiaba de manera tan ciega en el Bigotes que incluso su número dos en el partido, Ric Costa, pedía al hombre de la Gürtel en Valencia que intercediese en su favor, que susurrase su nombre en el oído del jefe para lograr un ascenso.
Camps no es culpable –dice el jurado Popular, en proporción similar al veredicto de las urnas–, mientras que sus subalternos, Campos y Betoret, se autoinculparon; el propio Camps estuvo a punto de aceptar la condena, como le aconsejaba el PP, que ahora clama por su inocencia. ¿Volverán a nombrarle presidente de la Generalitat Valenciana (técnicamente es posible, nunca abandonó su escaño)? ¿Lo recuperará Mariano Rajoy como ministro? ¿Lo canonizarán en vida ante el más que evidente milagro? No lo pierdan de vista. La vergüenza nacional que provoca el circo de las tres pistas de la Gürtel aún no se ha terminado.
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