Hace ya diez años que los primeros reclusos de la "guerra contra el terror" desatada por George W. Bush llegaron a Guantánamo, la base que Estados Unidos mantiene a perpetuidad en Cuba. En este tiempo Guantánamo se convirtió en el paradigma de la doctrina Bush-Cheney contra el terror desde el terror y de paso en un vergonzante atentado contra los derechos humanos más elementales. Este centro de detención ha llegado a albergar a casi 800 detenidos, personas a las que las autoridades estadounidenses habían capturado en Irak o Afganistán y a las que querían interrogar sin someterse a las restricciones de la legislación estadounidense, que requieren dejar en libertad a un detenido si no se tienen pruebas para procesarlo.
En las primeras horas de su presidencia, Barack Obama se comprometió a cerrar Guantánamo pero el tiempo ha desvelado que cerrar y desmantelar la prisión requiere algo más que una orden ejecutiva de la Casa Blanca. Desde hace ya un año ningún recluso ha sido excarcelado y además la detención indefinida sin juicio a sospechosos de terrorismo está ahora incluida en la legislación penal estadounidense, firmada a primeros de año por el presidente norteamericano. Unos porque sus países de origen o los países europeos no los aceptan, otros porque los congresistas estadounidenses no quieren el traslado de presuntos terroristas a prisiones en sus estados o porque no cumplen los requisitos de seguridad, el caso es que aún son mantenidos en aquel limbo legal y moral 171 prisioneros. 36 de ellos están a la espera de ser juzgados por crímenes de guerra. Hay además 46 en detención indefinida porque Estados Unidos los considera peligrosos aunque no pueden ser acusados por falta de pruebas u otras razones.
Al menos, parece que su vida cotidiana ha mejorado en los últimos años. Ya no llevan pijamas naranjas, no viven al aire libre ni separados por verjas de alambre. Ahora tienen tiempo libre y se les ofrecen clases de idiomas. Y a los prisioneros musulmanes se les alimenta durante el Ramadán según la ley islámica. También a los que se declaran en huelga de hambre. Suponemos que el dilema que finalmente plantea Guantánamo es si nuestras sociedades occidentales necesitan para sobrevivir lugares donde no se apliquen el Estado de Derecho y las convenciones legales.
En fin, adjuntamos crónica de Javier Valenzuela al respecto de este kafkiano centro de tortura y vergüenza y la película "Camino a Guantánamo", de Michael Winterbottom, que él menciona y que nos relata el caso real de unos paquistaníes que fueron a Pakistán a una boda y terminaron encarcelados sin motivo dentro de una pesadilla llamada Guantánamo. Allí permanecieron más de dos años sin ser juzgados ni acusados formalmente y sometidos a innumerables humillaciones y torturas. Finalmente, el 5 de marzo de 2004 fueron trasladados al Reino Unido y liberados.
En las primeras horas de su presidencia, Barack Obama se comprometió a cerrar Guantánamo pero el tiempo ha desvelado que cerrar y desmantelar la prisión requiere algo más que una orden ejecutiva de la Casa Blanca. Desde hace ya un año ningún recluso ha sido excarcelado y además la detención indefinida sin juicio a sospechosos de terrorismo está ahora incluida en la legislación penal estadounidense, firmada a primeros de año por el presidente norteamericano. Unos porque sus países de origen o los países europeos no los aceptan, otros porque los congresistas estadounidenses no quieren el traslado de presuntos terroristas a prisiones en sus estados o porque no cumplen los requisitos de seguridad, el caso es que aún son mantenidos en aquel limbo legal y moral 171 prisioneros. 36 de ellos están a la espera de ser juzgados por crímenes de guerra. Hay además 46 en detención indefinida porque Estados Unidos los considera peligrosos aunque no pueden ser acusados por falta de pruebas u otras razones.
Al menos, parece que su vida cotidiana ha mejorado en los últimos años. Ya no llevan pijamas naranjas, no viven al aire libre ni separados por verjas de alambre. Ahora tienen tiempo libre y se les ofrecen clases de idiomas. Y a los prisioneros musulmanes se les alimenta durante el Ramadán según la ley islámica. También a los que se declaran en huelga de hambre. Suponemos que el dilema que finalmente plantea Guantánamo es si nuestras sociedades occidentales necesitan para sobrevivir lugares donde no se apliquen el Estado de Derecho y las convenciones legales.
En fin, adjuntamos crónica de Javier Valenzuela al respecto de este kafkiano centro de tortura y vergüenza y la película "Camino a Guantánamo", de Michael Winterbottom, que él menciona y que nos relata el caso real de unos paquistaníes que fueron a Pakistán a una boda y terminaron encarcelados sin motivo dentro de una pesadilla llamada Guantánamo. Allí permanecieron más de dos años sin ser juzgados ni acusados formalmente y sometidos a innumerables humillaciones y torturas. Finalmente, el 5 de marzo de 2004 fueron trasladados al Reino Unido y liberados.
Camino a Guantánamo -Road to Guantanamo (Michael Winterbottom, 2006)
Kafka y el décimo aniversario de Guantánamo
Blog Crónica Negra. Javier Valenzuela | 09/01/2012
El argumento de El proceso, de Franz Kafka, es bien conocido: Josef K, un probo empleado de banca, es detenido una mañana sin que la Policía le informe de cuál es su presunto delito. A partir de ahí, se convierte en víctima de una gélida maquinaria judicial que jamás llega a explicitarle una acusación. Josef K, según la burocracia, debe conocer perfectamente cuál es el crimen que ha cometido y sus protestas de inocencia de cualquier tipo de delito no hacen sino agravar su caso. Publicada en 1925, El proceso es una novela que anticipa los horrores de los totalitarismos del siglo XX… y de alguno de los nacidos en este siglo XXI.
El argelino Lakhdar Boumediene pasó en Guantánamo siete años (2002-2009) sin que jamás fuera acusado ante un tribunal de delito alguno. Boumediene evoca aquella kakfiana experiencia en un artículo publicado hoy en el International Herald Tribune y ayer en The New York Times (My seven-year Guantánamo nightmare). Lo peor, cuenta, fue que sus hijas crecieron sin poder verle ni una sola vez en esos siete años, ni tan siquiera hablar con él por teléfono. Las pocas cartas que recibió de las pequeñas, muchas menos de las enviadas, estaban “tan duramente censuradas que sus mensajes de amor y apoyo se perdieron”.
En septiembre de 2001, Boumedienne trabajaba en Sarajevo como director de un centro de ayuda a niños huérfanos de la Media Luna Roja (la denominación de la Cruz Roja en los países musulmanes). Tras los atentados de Nueva York y Washington, fue capturado por esbirros norteamericanos y trasladado en avión a Guantánamo. Solo fue liberado cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos (caso Boumedine vs Bush) ordenó al Gobierno de ese país que procediera a acusar formalmente al detenido de algún delito concreto y, en consecuencia, exhibiera las correspondientes pruebas. El Gobierno no presentó cargos y el argelino fue excarcelado. Ahora vive en Francia,con su familia.
Situado en una base militar estadounidense en la isla de Cuba, Guantánamo (¿cárcel sin control judicial? ¿campo de concentración? ¿campo de exterminio? ¿estrella del Gulag norteamericano?) cumple este miércoles 11 de enero su décimo aniversario. Ahí siguen todavía 171 hombres, pese a las promesas de Obama de cerrar ese paradigma universal de la infamia si llegaba a la Casa Blanca.
Barcelonesa y residente en Nueva York, Emma Reverter, licenciada en Derecho y en Periodismo, lleva una década informando (en la medida en que se puede) sobre Guantánamo, lugar que ha visitado en tres ocasiones. Ahora Roca Editorial publica su libro Guantánamo, diez años. Reverter arranca su obra rindiendo el debido homenaje a aquellos abogados norteamericanos del Center for Constitutional Rights (CRC) que, nada más creado el horror de Guantánamo, recordaron un principio básico de la vida civilizada: todo acusado tiene derecho a defenderse ante un tribunal de la acusación o las acusaciones concretas formuladas contra él. Por supuesto, esos abogados fueron, y siguen siendo, insultados y amenazados por fanáticos que les tildan de antiamericanos, cómplices del terrorismo y espíritus diabólicos.
Por Guantánamo han pasado más de 800 presos. Los 171 que siguen “saben que no van a salir vivos” de allí, según escribe Reverter. De hecho, los dos últimos que escaparon al infierno lo hicieron dentro de un ataúd, uno tras suicidarse.
En 2006, Mat Withecross y Michel Winterbotton dirigieron el filme británico The road to Guantánamo (Camino a Guantánamo). Contaba la historia real de unos musulmanes británicos que fueron a una boda a Pakistán y terminaron en manos de las fuerzas estadounidenses que invadieron y ocuparon Afganistán tras el 11-S. Tres de ellos (the Tipton Three) fueron llevados a Guantánamo, donde permanecieron presos más de dos años, sometidos a incontables humillaciones y torturas. Finalmente fueron devueltos al Reino Unido, donde recuperaron su libertad sin cargos. Dos años después, en 2008, llegó a las librerías españolas la novela El prisionero de Guantánamo (RBA), del periodista y escritor estadounidense Dan Fesperman. El horroroso limbo alumbrado por Bush y sus neocon se incorporaba así a la serie negra.
Que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido catalogar El proceso como un thriller. Y sin embargo, ninguna obra exprese mejor la angustia del ser humano privado de su libertad por un poder desalmado.
Barcelonesa y residente en Nueva York, Emma Reverter, licenciada en Derecho y en Periodismo, lleva una década informando (en la medida en que se puede) sobre Guantánamo, lugar que ha visitado en tres ocasiones. Ahora Roca Editorial publica su libro Guantánamo, diez años. Reverter arranca su obra rindiendo el debido homenaje a aquellos abogados norteamericanos del Center for Constitutional Rights (CRC) que, nada más creado el horror de Guantánamo, recordaron un principio básico de la vida civilizada: todo acusado tiene derecho a defenderse ante un tribunal de la acusación o las acusaciones concretas formuladas contra él. Por supuesto, esos abogados fueron, y siguen siendo, insultados y amenazados por fanáticos que les tildan de antiamericanos, cómplices del terrorismo y espíritus diabólicos.
Por Guantánamo han pasado más de 800 presos. Los 171 que siguen “saben que no van a salir vivos” de allí, según escribe Reverter. De hecho, los dos últimos que escaparon al infierno lo hicieron dentro de un ataúd, uno tras suicidarse.
En 2006, Mat Withecross y Michel Winterbotton dirigieron el filme británico The road to Guantánamo (Camino a Guantánamo). Contaba la historia real de unos musulmanes británicos que fueron a una boda a Pakistán y terminaron en manos de las fuerzas estadounidenses que invadieron y ocuparon Afganistán tras el 11-S. Tres de ellos (the Tipton Three) fueron llevados a Guantánamo, donde permanecieron presos más de dos años, sometidos a incontables humillaciones y torturas. Finalmente fueron devueltos al Reino Unido, donde recuperaron su libertad sin cargos. Dos años después, en 2008, llegó a las librerías españolas la novela El prisionero de Guantánamo (RBA), del periodista y escritor estadounidense Dan Fesperman. El horroroso limbo alumbrado por Bush y sus neocon se incorporaba así a la serie negra.
Que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido catalogar El proceso como un thriller. Y sin embargo, ninguna obra exprese mejor la angustia del ser humano privado de su libertad por un poder desalmado.