No es sólo que China esté invirtiendo a destajo en el mundo en desarrollo, donde hace acopio de materias primas y caza al vuelo las oportunidades que se le presentan. Es que, con el rebrote de una crisis que amenaza con dinamitar los cimientos del sistema occidental, Pekín está posicionándose en Europa a una velocidad que jamás habría imaginado. Nada explica mejor el actual estado de cosas que los políticos de la Europa periférica haciendo cola ante el emperador chino para implorarle que compre deuda soberana.
Si primero llegó la invasión del Made in China, ahora el avance del gigante asiático ha dado un salto cualitativo: esto es, adquiere deuda soberana, compra compañías en quiebra del sector del automóvil, se posiciona en los puertos del Mediterráneo y se presta a entrar en el proyecto ferroviario de alta velocidad que unirá Londres con el norte de Inglaterra. Y esto es sólo el principio: según un informe de Asia Society, para el final de la actual década la inversión china por todo el planeta alcanzará el billón de dólares.
La cuestión da para escribir una enciclopedia, pero voy a centrarme en tres reflexiones:
Lo primero que me pregunto es cómo explotará Pekín la debilidad europea. O dicho de otro modo: cómo ejercerá su influencia sobre Bruselas -o sobre cada gobierno europeo- y cómo reaccionará ésta. ¿Podrá Pekín comprar el silencio europeo sobre derechos humanos? ¿Incluirá el trato el levantamiento del embargo de armas vigente desde Tiananmen? ¿Implicará conceder a China el estatus de economía de mercado, lo que supondría sacrificar la principal herramienta jurídica para luchar contra el dumping chino?
Y, tercero, en términos de reciprocidad de oportunidades parece bastante impropio -y arriesgado- que Europa abra de par en par sus puertas a las empresas del país asiático, mientras las empresas europeas de un buen número de sectores tienen completamente restringido o limitado su acceso al mercado chino.
Por todo ello, Europa está en una encrucijada. A corto plazo no puede permitirse el lujo de prescindir de las inversiones chinas, pero ello quizá conlleve tener que asumir significativos riesgos a largo plazo. En definitiva: China nos tiene pillados.
Por todo ello, Europa está en una encrucijada. A corto plazo no puede permitirse el lujo de prescindir de las inversiones chinas, pero ello quizá conlleve tener que asumir significativos riesgos a largo plazo. En definitiva: China nos tiene pillados.