Pasó el Real Madrid-Barcelona y el madridista lame una vez más sus heridas tras la nueva decepción por la enésima demostración de superioridad del equipo blaugrana, al que ni siquiera le hizo falta hacer un gran partido para helar la euforia de la afición madridista. Unos magníficos Puyol, Iniesta y, como siempre, el mejor jugador que nunca veremos, Leo Messi, además de oportunos golpes de suerte en momentos decisivos, bastaron para derrotar a un equipo blanco en el que sólo Benzema estuvo a la altura del partido. Mención especial a un negado Cristiano Ronaldo, preso de la ansiedad y la impotencia, especialialista en tomar, una tras otra, decisiones equivocadas cuando tiene a Puyol y Piqué delante. El portugués, además de fallar al menos dos goles cantados entorpeció todas las jugadas en que intervino, fue el único que no presionó la salida de balón blaugrana y una vez más volvió a defraudar en un partido grande.
El Madrid volvió a demostrar que, a pesar de haber construido un equipo capaz de batir a casi cualquiera en Europa, ante los blaugranas es atenazado por un miedo reverencial y psicológico que agranda la distancia real entre los dos equipos, que maniata y vulgariza a los blancos en estos grandes duelos del fútbol contemporáneo que, a base de frustraciones, nos van a costar la salud a los seguidores madridistas, que ahora saben que lo que siente siendo del Atleti.
El Madrid volvió a demostrar que, a pesar de haber construido un equipo capaz de batir a casi cualquiera en Europa, ante los blaugranas es atenazado por un miedo reverencial y psicológico que agranda la distancia real entre los dos equipos, que maniata y vulgariza a los blancos en estos grandes duelos del fútbol contemporáneo que, a base de frustraciones, nos van a costar la salud a los seguidores madridistas, que ahora saben que lo que siente siendo del Atleti.
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