Recurrimos al estupendo blog Somos primates para conocer más sobre la necesidad del juego en muchas especies animales, no sólo en las más evolucionadas como primates, perros, felinos y demás mamíferos superiores, sino que es también remarcable en muchas especies de reptiles y aves. El juego carece de metas externas y es iniciado una y otra vez aunque se haya alcanzado el objetivo consumatorio. Cada animal tiene su personalidad y algunos juegan más que otros y otros nada, pero son generalmente los ejemplares jovenes los que llevados de la curiosidad por su entorno inician con sus hermanos los presagios de las maniobras básicas de investigación, caza y huida del animal adulto. Pueden ser simples divertimentos solitarios y gozosos como el cuervo con su snow-board o el delfín y sus anillos de burbujas o lúdicas interacciones entre especies como las ballenas jorobadas y los delfines en aguas de Hawaii. Simpáticos animalitos.
Entre animales anda el juego
Pablo Herreros / Somos primates 17.06.2010
El juego es un fenómeno que podemos encontrar en mamíferos, aves y también en algunos peces, reptiles y anfibios según Gordon Burghardt, etólogo de la Universidad de Tennessee. Burghardt ha estudiado el juego animal durante los últimos años en especies como tortugas e iguanas. Tras introducir objetos se registraba la actividad que llevaban a cabo los animales, y los datos mostraron que parecen sentir curiosidad y tener comportamientos lúdicos hacia ellos. También hay observaciones de cocodrilos jugando con cuerpos de animales muertos y surfeando olas en el río.
El problema para la aceptación de su existencia en algunos animales se encuentra en lo que los científicos consideran juego, ya que se trata de un contexto y no de un conjunto de conductas concretas. Por ejemplo, morder está considerado como una conducta agresiva, a no ser que se haga dentro de un entorno lúdico en el cual está permitido siempre que sea dentro de unos límites.
Se cree que aproximadamente el 80% de las especies mamíferas juegan, lo cual se ha traducido en una ventaja adaptativa en los primates a lo largo de la evolución, ya que somos especialmente propensos a enfrascarnos en actividades de este tipo en cualquier momento y lugar. Esto es así, entre otras razones, porque el juego es un camino muy eficaz hacia el aprendizaje de comportamientos sociales. Explorar el mundo a nuestro alrededor y experimentar con situaciones de la vida real sin peligro, son algunas de sus funciones más valiosas para la supervivencia de los primates.
Los estudios muestran que el juego en primates humanos y no-humanos es muy similar e incluye los mismos elementos, formas y tiempos. Por ejemplo, en todas las especies, aunque se juega durante toda la vida de una manera u otra, se da un descenso de esta actividad a medida que avanzan los años, especialmente tras la pubertad.
La primera experiencia de este tipo que un chimpancé tiene en su vida proviene de su madre, que suele tocarlos cuidadosamente y les hace cosquillas ocasionalmente. Aunque al principio no responden, al cabo de seis meses comienzan a interactuar plenamente. Más adelante, otros jóvenes y también adultos jugarán con él. Según
Jane Goodall, las madres de chimpancé comienzan a dejar a otras crías acercarse para jugar a partir de los seis meses de edad aproximadamente. El juego en esta especie suele iniciarse con vocalizaciones y una manera de andar muy peculiar mediante pisotones al suelo, además de la presentación de los cuartos traseros al compañero. Cuando se trata de adultos de diferentes sexos, éste suele ser iniciado por los machos y las hembras no aceptan si el macho tiene fama de rudo, rechazando la invitación muy a menudo.
Burghardt ofrece una visión interesante respecto al comportamiento de los dominantes durante el juego. Éste cree que cuando se trata de una riña seria normalmente el más fuerte o el más grande gana. Pero en el juego de primates no-humanos y de niños, los individuos dominantes se controlan e inhiben su fuerza para no dañar a otros y mantener al oponente metido en el juego. En niños es fácil observar cuando se están sobrepasando esos límites en frases como “juegas muy duro” o “te estás pasando”. Los animales, al carecer de lenguaje, emiten gruñidos y se muerden para ir negociando en el transcurso del juego con este mismo fin.
George Bekoff cree que es en el juego donde se da la atmósfera más propicia para el aprendizaje de las habilidades sociales, ya que hay pocas sanciones cuando se transgreden normas. Mientras se juega, las disculpas son aceptadas en mayor número de ocasiones. Además, los individuos deben cooperar el uno con el otro porque se trata de una actividad voluntaria. También cree que es un contexto perfecto para estudiar las raíces de comportamientos como la moralidad o las normas sociales, debido al autocontrol que exhiben algunos sujetos.
En un primer momento, al igual que ocurre con otros patrones de comportamiento de los primates, se pensó que existía una correlación entre el tiempo empleado en el juego y el tamaño relativo del cerebro. Hoy sabemos que no es así. Por ejemplo, los roedores y los marsupiales le dedican mucho más horas que algunos primates. Probablemente sea debido a que el juego está relacionado sólo con algunas áreas específicas del cerebro y no con la totalidad, como ocurre en otras características en las que sí se han encontrado relación.
Existen algunas hipótesis, según las cuales, la fantasía fue una habilidad distintiva de los homínidos que hizo posible el lenguaje y la inteligencia. Esta capacidad imaginativa permitió que el juego fuera lo suficientemente complejo como para servir de práctica a habilidades posteriores aún más sofisticadas, como por ejemplo el arte. El físico y psicólogo
William Stephenson desarrolló una teoría sobre la comunicación de masas en los años sesenta del siglo pasado, en la que definía el juego como el medio por el cual una sociedad desarrolla su cultura, sus sueños y sus lealtades.
El juego de los cuervos
Pablo Herreros / Somos primates 19.01.2012
Es probable que los cuervos y otras especies similares de pájaros se encuentren entre los animales que mejor se han adaptado a los continuos cambios en las condiciones del entorno, desde el surgimiento de las aves hace más de 100 millones de años.
Los córvidos (
Corvidae), familia a la que pertenecen una gran cantidad de especies como el cuervo, la urraca o las grajillas, han colonizado los más diversos nichos ecológicos y habitan en casi la totalidad de las latitudes del planeta Tierra. Esta historia de éxito no es de extrañar si tenemos en cuenta que los córvidos son considerados como la familia de aves con una mayor inteligencia desde el punto de vista humano.
Entre otras, tienen la
capacidad de construir y modificar herramientas para conseguir alimento, algo que requiere hacer una representación mental previa del resultado final. Quizás sea esta capacidad, la razón por la que cuentan también con la gama de comportamiento de juego más compleja y diversa: juego social, juego con objetos y juego locomotor. Esta hipótesis es posible, ya que según datos publicados por Joseph Ortega y
Marc Bekoff, las aves en las que encontramos una variedad de juegos más amplia son las que tienen un lóbulo frontal más desarrollado, como es el caso de los Passeriformes, orden a la que pertenecen la familia de los córvidos.
Aunque aún no existe una definición del juego en animales que haya sido aceptada por todos los científicos, la que más simpatías despierta hasta el momento es la elaborada por el etólogo Marc Bekoff, quien lo describe como: “toda actividad ejecutada después de nacer, que parece no tener objetivo alguno, en el que los patrones locomotores de otros contextos son usados mediante formas modificadas o secuencias alteradas”. Bekoff está convencido de que los animales, o al menos lo parece, nos involucramos en comportamientos de juego solo por la «diversión de hacerlo». Gracias a que es placentero por sí mismo, reforzamos una tendencia que favorece el entrenamiento de habilidades físicas, emocionales y sociales, que serán clave en nuestra supervivencia.
El juego del delfín
Pablo Herreros / Somos primates 5.08.2010
Los delfines, al igual que los humanos, sienten una fascinación por el juego y el entretenimiento, consecuencia de un alto coeficiente cerebral. Además, son seres creativos y sensibles. Tanto en libertad como en cautividad, hay documentados casos en los que inventan sus juguetes, como muestra este vídeo, donde podemos observar a uno de estos cetáceos jugar con anillos de burbujas bajo el agua.