En Déjame entrar hace frío. Dentro de la casa y en la escuela, fuera, en el exterior nevado y esos columpios donde nadie juega. Oskar arrastra consigo el temblor de los hijos únicos de padres separados, de los niños raros perseguidos por los que no son tan rubios, tan dóciles. Tendrá que llegar un monstruo en forma de chica oscura de ojos grandes al piso de al lado, tendrá que pedirle que le deje entrar para que Oskar comprenda que la vida al final es aprender todas las criaturas tenebrosas que somos, permitir que crucen el umbral y vayan con nosotros, aunque sea dentro de una caja, en cada tren que cojamos. Patricia Esteban Erlés
'Déjame entrar', del amor y la sangre
En esta nueva entrega de nuestro ciclo de cine europeo les ofrecemos "Déjame entrar", película sueca dirigida en 2008 por el realizador sueco Tomas Alfredson y que amablemente ha introducido la gran Patricia Esteban Erlés.
Recordando en ambiente y textura al cine de Kaurismaki o a películas como 'El dulce porvenir', Alfredson conduce con el ritmo y el equilibrio precisos una historia de amor y vampirismo, de atmósfera onírica y tono sombrío, transmisora de horror y piedad y realizada con elementos mínimos. El director sueco nos habla de la ternura, de ese frío permanente que apuntaba la Erlés, de la sangre como la esencia de la vida, de abrazar la venganza y la oscuridad y todo lo hace con maestría y gran delicadeza. Para ello cuenta con la ayuda de unos actores perfectos en sus papeles, una estupenda banda sonora y una poética y mortecina iluminación, que juega con los rostros, los cuerpos, las luces y las sombras, enmarcando con precisión planos y escenas.
En esta nueva entrega de nuestro ciclo de cine europeo les ofrecemos "Déjame entrar", película sueca dirigida en 2008 por el realizador sueco Tomas Alfredson y que amablemente ha introducido la gran Patricia Esteban Erlés.
Recordando en ambiente y textura al cine de Kaurismaki o a películas como 'El dulce porvenir', Alfredson conduce con el ritmo y el equilibrio precisos una historia de amor y vampirismo, de atmósfera onírica y tono sombrío, transmisora de horror y piedad y realizada con elementos mínimos. El director sueco nos habla de la ternura, de ese frío permanente que apuntaba la Erlés, de la sangre como la esencia de la vida, de abrazar la venganza y la oscuridad y todo lo hace con maestría y gran delicadeza. Para ello cuenta con la ayuda de unos actores perfectos en sus papeles, una estupenda banda sonora y una poética y mortecina iluminación, que juega con los rostros, los cuerpos, las luces y las sombras, enmarcando con precisión planos y escenas.
La película comienza mostrando cómo pueden operar los abusos, la incomunicación y otras disfunciones emocionales en el cerebro de algunos niños, lo que les genera terribles aislamientos mentales y sociales que suelen devenir traumas psicológicos imborrables y en casos extremos asesinatos múltiples en institutos. Oskar, el protagonista de la cinta es rescatado por unos ojos enormes, acuosos y tan solitarios e incomprendidos como los suyos y acepta su piel fría acostándose a su lado por la noche y contemplamos cómo estas dos soledades se encuentran y se abrazan, en la ternura y el asesinato.
La ambigüedad de la relación entre ambos es la ambigüedad misma de las relaciones amorosas y si bien el espectador asiste con cierto estupor al reemplazo del ya obsoleto sirviente de Eli, la niña vampiro, por Oskar, lo acaba aceptando e impregnándose de su oscuridad y de los paisajes que hielan el corazón de algunas personas que lo mejor que pueden hacer es servir como dispensadores de sabrosa hemoglobina.
Y entonces llega el magnífico desenlace, que mezcla violencia y sutileza y que cierra de forma perfecta la historia, aunque podemos ver cómo ésta continúa en un vagón de tren, mientras unos dedos tamborilean caricias en morse en una caja de cartón y otros les responden. Es una película de vampiros, pero sobre todo es una perturbadora e hipnótica película de amor y muerte, y aquí se la ofrecemos por si no la han visto o quieren volver a sumergirse en ella. Merece la pena cambiar por dos horas la luz de Madrid por esta delicada flor del mal surgida de la nieve y la sangre.