Adjuntamos la crónica de Juanma Trueba del partido de semifinales de Copa del Rey que anoche enfrentó a Barcelona y Real Madrid en el Camp Nou, partido que deleitó al madridismo por el perfecto partido jugado por los blancos. Parece que Mourinho ha logrado, desde aquel infausto 5-0 del 2010, afinar la táctica que desmantela el juego de los blaugranas, presos de su propia idiosincrasia futbolística, aunque luego no sepa jugar a equipos que ceden la iniciativa a los madridistas. Los jugadores, comprometidos con el juego colectivo y ganando sus duelos individuales con los de Tito-Roura, supieron tejer una telaraña impenetrable que desactivó a los cracks azulgranas. Mención aparte merecen la consolidación de Varane, tan hermético y elegante (cero faltas en toda la eliminatoria) como siempre, la recuperación y sacrificio de Di María (increíble el doble regate con el que crujió a Pujol en el segundo gol) y Cristiano, una pesadilla para la zaga barcelonista toda la noche, demostrando que, una vez superados sus problemas de ego y entregado a la colectividad, ha acabado por mostrar el brutal delantero que lleva dentro. En fin, el Juez Roy Bean disfruta el momento pero no olvida que aún quedan cumbres que superar en el esperemos último año de Jose Mourinho en el Real Madrid.
El Madrid desmonta al Barça
Hizo dos goles, uno de penalti cometido sobre él mismo, e hizo pedazos a un Barça que fue una sombra de sí mismo. Varane, soberbio, hizo el tercero. El gol de Alba no sirvió de nada.
Hizo dos goles, uno de penalti cometido sobre él mismo, e hizo pedazos a un Barça que fue una sombra de sí mismo. Varane, soberbio, hizo el tercero. El gol de Alba no sirvió de nada.
Si el objetivo del Real Madrid al contratar a Mourinho fue que matara al dragón, la misión está cumplida. Si fue ganar la Champions, todavía falta un capítulo por escribir. El hecho es que el Barça ha sido engullido por su eterno rival, atrapado por el complejo que antes atacaba a los madridistas, muerto por la complacencia propia y por el empeño ajeno. El Madrid jugará la final de Copa y, siendo esa conquista considerable, el mérito es mayor porque su triunfo de anoche deja al Barça hecho trizas, ahogado en un mar de dudas sobre su futuro y su filosofía.
El Barça tampoco dedica tiempo a leer los partidos, qué vulgaridad. Ayer ignoró su ventaja (el 0-0 le clasificaba) y jugó como siempre, orgulloso dominador de la pelota y en consecuencia expuesto al contragolpe del mejor contragolpeador del mundo. No es un problema de comprensión, ni de capacidad. El Barcelona se vanagloria de ser así, aunque le condene. Después de tantos elogios y de tantos títulos, ya no se aceptan términos medios. O la fidelidad absoluta o la traición. Alguien ha debido concluir que evolucionar es traicionarse. Alguien importante.
El Madrid ha sabido aprovecharse de ese romanticismo suicida. Mientras su rival ha tenido a gala permanecer inalterable, el equipo de Mourinho ha sabido adaptarse a su juego, poco a poco, ajustando las piezas, limando aristas, perfeccionando el sistema. Digamos, que el Madrid se ha especializado en el Barcelona y el Barcelona sólo se ha especializado en satisfacer Messi; por eso la Liga le resulta al Madrid aburrida, extraña la Champions. Por eso el Barça no entiende qué le ocurre: porque Messi apenas habla.
El portugués transformó el penalti y al Barça se le vio abatido e impotente. Su estupefacción recordó a la que mostraba el Real Madrid de los 80 ante el Milán de Sacchi. A la novedad táctica se sumaba entonces la inferioridad física, los mismos problemas que acusa el Barcelona ahora. Si no mete más balones a la espalda de los centrales, y lo intentó tímidamente, es porque los centrales de blanco siempre llegan primero. Si no ataja las contras de su adversario es porque no sabe hacerlo, porque no estudió esa lección.
Aunque el Madrid se adelantó de penalti, su gol hubiera surgido de cualquier manera. El equipo de Roura rebotaba contra la defensa madridista y pasada media hora todavía no había tirado entre palos. El Barça, que en sus mejores tiempos jugaba al ritmo del Bolero de Ravel, ha perdido el ‘crescendo’, si bien repite el ‘ostinato’. Disco rayado, para los no iniciados.
En la segunda mitad no cambió nada, no nos confundan los fuegos de artificio. Diego López sacó un remate de Busquets, y la ansiedad del Barcelona terminó por lanzar al Madrid. La sentencia sobrevino con una heroica carrera de Di María, que, llegado al área, recortó a Puyol, le recordó los años y le dejó con las piernas hechas una trenza. Cristiano, voraz como un tiburón blanco, remató la faena. Adiós, Barça.
Faltaba un mundo y ya no había partido, ni emoción, ni Clásico interplanetario. Sólo Real Madrid,imperio blanco, Mourinho triunfante, desolación barcelonista. Jordi Alba maquilló el cadáver, pero la humillación era irreparable. El Barcelona está fuera de la Copa y está lejos del Madrid, al que sólo puede superar a través de equipos interpuestos. El complejo ha tomado el puente aéreo. Matan más los espejos que los cuchillos. Lo sabía la madrastra de Blancanieves y también lo tendrá que aprender Messi.
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