Dejad que los frágiles se acerquen a mí. Aquellos, aquellas, que al saber del sufrimiento ajeno de un niño o un anciano o un inmigrante descubrieron a qué querían dedicar sus vidas.
Ella, que se acerque ella, que lo vio salir del agua y dejó que se acercara y lo acompañó sin palabras, mirándolo como a un semejante, doliéndose de su miedo atroz, de su asombro horrorizado. Ella, que no sabe francés pero lo vio contar con los dedos y supo que revordaba los nombres de todos los amigos que se ahogaron por el camino. Un dedo por nombre, por muerte, por adiós sobrevenido.
Dejad que se acerquen los que entienden que somos frágiles y en parte ese es el encanto de nuestro breve paseo por la vida. Que vengan y se queden mucho tiempo, porque la ternura y la compasión son instrumentos de humanidad, escudos que previenen la crueldad gratuita, los deseos de someter al otro, esa ceguera infame del que mira y ve al invasor en el muchacho aterido y desconsolado que llegó a la orilla y no lo sintió como una victoria.
Gracias, Luna. (Patricia Esteban Erlés)
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