Artículo de Lluis Bassets sobre las luces y sombras del primer año de Obama. Es acojonante que poca memoria o que desfachatez tienen los que olvidan cómo estaba el el mundo en general y el país norteamericano en particular tras los ochos años del periodo Bush. Y ahora, muchos en su país y muchos en el nuestro (con mención especial para el falaz José María Aznar) para quienes cuanto peor, mejor, intentan ponerle palos en las ruedas o se relamen ante sus dificultades para intentar resolver el enorme pandemónium que heredó el ahora máximo mandatario estadounidense. Nosotros seguimos confiando en su espíritu y su inteligencia y esperamos que logre resolver sus dificultades en estos tres años que tiene por delante. Recordemos que tiene en sus manos la tarea más compleja, con más variables inestables e impredecibles, a la que nunca se haya enfrentado un ser humano.
Obama 2.0 - Lluís Bassets 22/01/10
Se acabó el centrismo. Obama ha sido hasta ahora un político conciliador y dialogante, que ha buscado siempre que ha podido los acuerdos transversales en el Congreso entre republicanos y demócratas. Respondía a su carácter, a su fe en la palabra y el diálogo y a su programa de cambio moderado. Todo ha funcionado correctamente, e incluso muy bien en algunos momentos, durante su ascenso electoral y su primer año en la Casa Blanca. Algunas de las victorias conseguidas constituyen hitos históricos que nada podrá ya emborronar: el primer afro americano que alcanza la máxima magistratura del país, el cambio de imagen de Estados Unidos en el mundo, la prohibición de la tortura y de las detenciones ilegales… Pero todo esto se acabó.
Ya había recibido varias señales inequívocas sobre la necesidad de matizar su política un tanto ingenua. Pero lo ocurrido esta semana, coincidiendo con el primer aniversario de su toma de posesión no puede ser más preocupante para el presidente. La respuesta no ha tardado en llegar en forma de un nuevo Obama, que ha sido tachado inmediatamente de populista y radical, y del que cabe esperar abundantes sorpresas en su nueva versión más acerada y comprometida.
Dos sonoras bofetadas ha recibido el presidente como regalo de aniversario. La primera de parte del electorado en el feudo demócrata de Massachusetts donde un hasta ahora desconocido senador local ha desposeído a los demócratas del escaño senatorial que era prácticamente patrimonio familiar de los Kennedy desde hace más de medio siglo. La segunda se la ha propinado el Tribunal Supremo, que ha autorizado la financiación sin límite de las campañas electorales por las empresas privadas en nombre de la libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución. Ambos sopapos constituyen una lección sobre los límites del poder del presidente más poderoso del mundo. Obama tiene dentro de su ámbito menos márgenes que Zapatero, Berlusconi o Sarkozy, sólo para mencionar tres casos bien distintos. Aunque el poder que tengan cada uno de los tres europeos en términos absolutos sea ínfimo comparado con el poder de Obama.
El presidente norteamericano puede mucho: castigar a la banca de Wall Street, por ejemplo. Pero no puede todo: veremos si consigue la aprobación de su reforma sanitaria. Y habrá que ver lo que suceda en las elecciones de mitad de mandato, que se celebrarán el próximo mes de noviembre, donde el castigo contra el gobernante en plaza suele ser la norma: en el caso de Obama este efecto se le ha adelantado en Massachusetts, por una elección especial para llenar la vacante de Ted Kennedy, con lo que la fortuna le ha proporcionado un aviso adelantado que puede permitirle corregir sus errores.
La sentencia del Supremo, la máxima autoridad judicial cuyos miembros son vitalicios, ha sido también una advertencia para un presidente que quiere cambiar muchas cosas: nunca deberá olvidar que estos magistrados nombrados todos ellos por sus predecesores, menos uno, Sonia Sotomayor, son los que tendrán la última y definitiva opinión sobre las cuestiones trascendentales que afectan al país. Ellos decidieron las elecciones presidenciales de 2000 y ellos han decidido ahora decantarse a favor de la democracia electoral del dinero, que da ventaja a los republicanos sobre los demócratas.
La sentencia del Supremo, la máxima autoridad judicial cuyos miembros son vitalicios, ha sido también una advertencia para un presidente que quiere cambiar muchas cosas: nunca deberá olvidar que estos magistrados nombrados todos ellos por sus predecesores, menos uno, Sonia Sotomayor, son los que tendrán la última y definitiva opinión sobre las cuestiones trascendentales que afectan al país. Ellos decidieron las elecciones presidenciales de 2000 y ellos han decidido ahora decantarse a favor de la democracia electoral del dinero, que da ventaja a los republicanos sobre los demócratas.