Pepe Cervera - Retiario - Blog de Ciencia / El País
Todos tenemos una idea de lo que es la felicidad; una idea común que varía sin embargo en los detalles. Todos pensamos que alcanzarla es la meta de cualquier ser humano y que incluye una paz interior, una especie de estado de personal contento y relajación, de ausencia de tensión y angustia. Puede que la felicidad, como tal, no exista; que no sea más que una construcción realizada por el intelecto, una suma artificial y extendida al infinito de los destellos de recompensa neuronal que conocemos como ‘placer’. Pero hay una posibilidad todavía más inquietante, y es que la felicidad absoluta no pueda existir en nuestra especie, que solo seamos capaces de estar contentos con nuestra suerte en términos relativos, respecto a otros humanos. Lo cual tendría terribles consecuencias sobre cómo organizamos nuestra sociedad. Y es que los humanos somos animales jerárquicos, y recientes resultados de investigación destacan este extremo. Hasta tal punto que es posible que nuestra posición en la jerarquía social controle la misma expresión de nuestros genes, y a través de ella nuestra salud o enfermedad. Según un artículo reciente, en algunos de nuestros parientes mas próximos ocurre exactamente esto. Y si es cierto puede que el único modo de alcanzar la verdadera salud y la felicidad sea estar socialmente por encima de otros. La felicidad absoluta sería imposible: sólo sentirse superior a alguien más nos haría completos.
La verdad es que los humanos tenemos un agudísimo sentido de la jerarquía social. Somos capaces de detectar de un vistazo los indicadores de pertenencia a un nivel determinado de la escala con una precisión sorprendente: las ropas, el peinado, la postura corporal, los adornos, el modo de moverse, el acento, la forma de hablar. Las modas en el vestir cambian, pero siempre funcionan como un indicador de alta jerarquía social, y se desplazan de arriba abajo; lo que hoy está de moda en las capas altas mañana será moda en los niveles inferiores.
Conocemos y veneramos los iniciadores de alto estatus, y si no existen los modificamos o inventamos. Algunos de nuestros parientes muestran ese sesgo incluso en el consumo de información, pagando más por acceder a imágenes sexuales y a los rostros de los machos de alta jerarquía: el sexo y la escala social tienen el mismo valor para ellos. Para el éxito social y económico es vital pertenecer a los niveles más altos de la pirámide social, y para estar ahí es importantísimo emitir, y reconocer, las señales adecuadas. Personas capaces de moverse en los enrarecidos círculos de los vértices jerárquicos pueden prescindir de atributos como belleza, inteligencia u honradez, sin sufrir las consecuencias.
De hecho sabemos desde los llamados 'Estudios Whitehall' que ser socialmente relevante, ocupando un puesto elevado en la jerarquía social, protege contra las enfermedades. Las personas que enferman y envejecen son los subordinados: los jefes tienden a gozar de mejor salud y a vivir más tiempo. Tener un lugar prominente en la jerarquía social protege a las personas contra las enfermedades. El estudio recién publicado revela de qué manera se puede producir este efecto; al parecer la posición en sociedad controla la expresión de ciertos genes. Algunos se ponen en marcha únicamente cuando el sujeto es de alto rango, mientras que otros sólo están activos en los individuos subordinados. Y el efecto es reversible: si estatus social del individuo cambia, también lo hace el patrón de expresión genética. En nuestros parientes cercanos el funcionamiento del sistema operativo de las células es diferente cuando están en lo alto de la escala social que cuando están debajo. Y los datos sobre enfermedades en seres humanos sugieren que en nuestra especie pasa igual. Puede deducirse que para ser completamente sanos y completos tenemos que vivir en sociedad, y estar lo más cerca posible de su cúspide. Para estar en posición de ser felices necesitamos que otros estén por debajo.
Lo cierto es que explicaría muchas cosas, como la ambición insaciable de los que ya lo tienen todo, la pérdida de la empatía con los menos favorecidos que a menudo aparece en las capas más altas de la sociedad, o la presión para demostrar la pertenencia a las clases altas mediante consumo conspicuo tan habitual en lugares con fuerte desigualdad social. Si estar en lo alto de la pirámide jerárquica es tan importante como para afectar incluso a la salud, la necesidad de llegar a esos puestos está codificada biológicamente. Si el efecto sólo aparece por comparación ningún puesto, por elevado que sea, bastará por sí mismo: para que nosotros estemos bien otros tienen que estar mal. Nuestra naturaleza animal está integrada en nuestros usos sociales, como lo está en nuestra salud. Somos primates, y por tanto somos jerárquicos hasta la misma médula de nuestro ser. Puede que suene feo, pero mejor es saberlo que sufrirlo sin saber.
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