Los brasileños veneran el fútbol, pero están enfadados por la celebración del Mundial más caro de la historia, mientras que las necesidades más básicas de los ciudadanos no están cubiertas.
"Si el Estado hubiese escuchado las reivindicaciones de la gente todo sería distinto", dicen algunos manifestantes que protestan por las exigencias de la FIFA
Dibujo pintado por Paulo Into y que representa la pobreza de Brasil.
Dibujo pintado por Paulo Into y que representa la pobreza de Brasil.
Lamia Oualalou (MEDIAPART) 24/05/2014
“Traidor del siglo”. La leyenda, escrita bajo la foto de Pelé, está omnipresente en las manifestaciones. A tres semanas del inicio del Mundial de fútbol, esa imagen dice mucho del sentimiento de muchos brasileños ante un acontecimiento deportivo que estaba llamado a ser “la Copa de las Copas”. Pelé es el “rey del fútbol”, el ídolo indiscutible de varias generaciones de aficionados, pero en la calle no perdonan que se haya puesto del lado de los poderosos, de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) y de sus patrocinadores.
Los brasileños veneran el balón, lo que no quita para que muestren su enfado por el que será el Mundial más caro de la historia, mientras que sus necesidades más básicas no están cubiertas. Desde hace un año, el lema “Nao vai ter copa” –la Copa no se va a celebrar–, es el mantra que más se repite, aunque todo el mundo sepa que los 32 equipos [entre ellos España] jugarán en Brasil del 12 de junio al 13 de julio.
El joven estudiante Adriano Barbosa eleva el tono de voz para hacerse oír, a pesar del tronar de tambores durante una manifestación reciente celebrada en Río: “Soy aficionado al fútbol, como la mayoría de brasileños, y soñaba con el Mundial, pero si el Estado hubiese escuchado primero las reivindicaciones de la gente, todo sería distinto. Para asistir a esta manifestación del pasado 15 de mayo, bautizada en todo Brasil como “Día internacional de la lucha contra la Copa”, se ha hecho una camiseta que dice: “Me cago en la Copa”.
“Somos muchos los que pensamos así y si los demás no han venido a manifestarse es porque tienen miedo a la represión”, insiste, señalando a la fila de agentes de policías, listos para actuar. De hecho, menos de 10.000 personas se movilizaron en Brasil ese día. Los que sí acudieron, pretendían dejarse ver y dejarse escuchar. Para lograr sus objetivos, echaron mano de las redes sociales y contaron con la prensa internacional, mucho más pendiente de lo que sucede que los medios locales.
El símbolo de Batman
La estrella fue, una vez más, Batman. Portaba una máscara integral que apenas dejaba ver sus ojos, un pantalón ajustado, una capa negra ondeando al viento. La primera vez que Eron Morais de Melo, un joven de 32 años, se puso el famoso disfraz fue el 20 de junio de 2013, “el día en que más de un millón de personas se manifestaron en Río”, subraya. Entonces, el alcalde Eduardo Paes iba vestido de Joker, como encarnación del crimen y de la mentira. “Para combatir a Joker, hacía falta Batman y Río de Janeiro se parece mucho a la ciudad de Gotham, por la violencia y la corrupción”, precisa Eron Morais de Melo.
De día es fabricante de prótesis dentales, pero en cada manifestación se enfunda en el traje y sube a un tren camino de Marechal Hermes, el barrio de clase media-baja donde vive –el Batman carioca no tienebatmóvil–. En cada ocasión, llega impasible y enarbola una pancarta en la que reclama escuelas y hospitales “nivel de exigencia FIFA”, en alusión a las condiciones requeridas por la institución.
Dichas exigencias, cada vez mayores –en términos de seguridad, de acceso al estadio, de pantallas o de instalaciones sanitarias– no siempre explican el coste del Mundial. Además de los sobrecostes, los retrasos en la construcción y la eventual corrupción, hay que decir que la FIFA solicitaba ocho estadios. El Gobierno, finalmente, prometió 12. De paso por Río de Janeiro, Stéphane Monclaire, especialista en Brasil y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de la Sorbona, de París, precisa: “Prometer 12 estadios permite satisfacer el clientelismo de los políticos locales; un estadio también es una moneda política de cambio. Gracias a ello, en su momento, Lula logró recabar apoyos”.
Solo el Pacto Federal brasileño puede explicar porqué, por ejemplo, las autoridades han decidido arrasar el viejo estadio de Manaus, en el centro de la Amazonia, para construir uno nuevo (757 millones de reales, 250 millones de euros) en una ciudad que no cuenta con ningún equipo en Primera División, mientras que el 90% de la población no tiene acceso a sistemas adecuados de alcantarillado y saneamiento.
Gasto triplicado
Los estadios, presentados por el presidente Lula a la Fifa en 2006, tenían que costar 2.800 millones de reales (unos 910 millones de euros). En euros de la época, equivalía a un poco más de 1.000 millones. Desde entonces, la moneda se ha devaluado (a día de hoy 1 real se cambia a 0,33 euros), lo que puede dar la sensación, traducido en euros, de que el importe es inferior, pero en reales, el montante es mucho mayor. En enero de 2010, el Tribunal brasileño de Cuentas hacía una estimación de 5.660 millones de reales. La factura ascenderá finalmente a 8.050 millones (2.700 millones de euros), casi el triple de lo previsto.Este importe supone un tercio del presupuesto de las ayudas sociales del programa Bolsa Familia, que atiende a 14.000 hogares y que ha sido copiado en todo el mundo por su eficacia.
Y no solo se han construido estadios. Las infraestructuras ya han costado 14.700 millones de reales (casi 5.000 millones de euros). Y según el sindicato de arquitectos e ingenieros, a penas el 45% de las obras que debían entregarse, entre movilidad urbana, aeropuertos y telecomunicaciones, estarán en los plazos previstos. Estos trabajos no solo están directamente vinculados con la Copa, y algunos eran necesarios, especialmente la remodelación de los aeropuertos, al borde de la saturación. Sin embargo, las autoridades han repetido el término “Copa” como si se tratase de una letanía. A la hora de hacer balances, es lógico que ahí se encuentre el Mundial. Además, hay que añadir los gastos de promoción turística, casi 600 millones de reales, la seguridad, 1.900 millones, y los equipamientos temporales impuestos por la FIFA, como los detectores de metales. Y como no había dinero contante y sonante, ha sido necesario pedir prestado...
Amantes del fútbol
No es la primera vez que las autoridades brasileñas gastan en exceso, haciendo elecciones más que discutibles. La presa y la fábrica hidroeléctrica de Belo Monte, en el Para, en el corazón de la Amazonia, tenía que costar inicialmente 16.000 millones de reales y responder una quinta parte de las nuevas necesidades energéticas del país. Lejos de estar acabada, el proyecto supera ya los 30.000 millones (¡casi 10.000 millones de euros) y el impacto que ha tenido sobre el medio ambiente y las tribus indias es colosal. El asunto apenas ha desatado la polémica entre un puñado de especialistas y defensores de los derechos del hombre, pero ha pasado desapercibido por la mayoría de la población. No ha ocurrido lo mismo con la Copa.
Los brasileños aman el fútbol, lo adoran, son mucho más sensibles a los preparativos de la Copa. Aquí no se oye gritar, como en Francia, “Allez les Bleus”. En los estadios, los niños, desde los tres años, gritan “Brasil”. El equipo de Brasil es un poderoso vector de cohesión social, reactiva el sentimiento nacional, para lo bueno y para lo malo. La dictadura jugó muy bien esta baza.
“Por supuesto que las sumas gastadas para la Copa del Mundo no son enormes si se las compara con otros presupuestos, pero es el momento de preguntarse cuáles son los verdaderos valores de nuestro país”, apunta Paulo Into, un artista conocido por sus graffitis en las calles de Sao Paulo. El 10 de mayo pasado, el hombre pintó sobre las paredes de una escuela del barrio de Pompeia a un niño llorando, desesperado al ver que en lugar de comida, en su plato, había un balón de fútbol. Aunque subraya que no ataca al Gobierno de Dilma Rousseff que, como el de Lula, “ha hecho mucho más por los pobres que los precedentes”, Paulo Ito critica “esta clase política que nos avergüenza y sus prioridades”. Desde entonces, la foto del fresco ha dado la vuelta al mundo, convirtiéndose en el símbolo de los excluidos del Mundial.
“El enfado de los brasileños es aún mayor por cuanto los grandes medios de comunicación, mayoritariamente vinculados con la oposición, han encontrado en el sobrecoste de la Copa un filón en la víspera de las elecciones”, explica Stéphane Monclaire. La presidencia –a cuya reelección Dilma Roussef vuelve a optar por segunda vez–, pero también están en juego los puestos de los gobernadores, diputados federales y de Estado y una parte de los senadores en las elecciones del mes de octubre. Hace 20 años que la elección presidencial y el Mundial coinciden. Incluso si la derrota o la victoria de la selección nunca ha garantizado la victoria política, la división política entre izquierda y derecha aparece radical en el panorama futbolístico. En el estado de Sao Paulo, donde la oposición es mayoritaria, está bien visto decir que se está contra la Seleçao, el mítico equipo nacional brasileño.