Ayer murió en la unidad de quemados la mujer que se quemó a lo bonzo el 18 de Febrero en su sucursal bancaria al grito de "me lo habéis quitado todo." Esto debería contextualizar el debate sobre el asesinato de la presidenta de la Diputación de León y del PP de la provincia de León. El relativismo afecta a todo y también la muerte y el homicidio. Nos afectan o no más unas muertes que otras dependiendo quién muera, dónde muera y cómo lo haga, de dónde se sitúen en nuestra mente y nuestro corazón los fallecidos o cómo influían en nuestras vidas, de cómo afectan o no nuestra empatía los numerosos muertos que acontecen ante nuestros ojos o nuestras pantallas todos los días. Y nuestras reacciones fluctúan en un espectro de emociones que van de la desolación profunda, la alegría indisimulada o la indignación apostada de a quienes se la sopla el muerto pero hacen apología de su muerte por propio interés personal. Esta señora del PP a la que ha asesinado otra señora del PP se manejaba en su vida en unos parámetros morales y políticos opuestos a los míos y por supuesto que me llega su muerte de forma distinta a la de esa desesperada y desdichada persona que ha muerto hoy tras más de tres meses de terrible agonía física y mental (y el sufrimiento anterior a su intento de suicidio) o los últimos muertos intentando llegar a las aguas o las fronteras de este desquiciado país que es la España contemporánea. Todos homicidios, provocados por unas personas sobre otras. Así que para resumir mis sentimientos recordaré lo que dijo el siempre lamentable Salvador Sostres, que no quiso serlo menos cuando, tras el terremoto de Haití, dijo aquello de “estas cosas pasan y equilibran el planeta”. Por primera y última vez me adhiero a siete de sus palabras.